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Tal vez para celebrar el día patrio del 19 de abril, aparecieron en esa fecha unas interesantes declaraciones de Eduardo Fernández, el Presidente de la Fundación Pensamiento y Acción. Transcribimos los trozos pertinentes de las declaraciones ofrecidas desde Ciudad Guayana, donde se celebraba la XXVI Asamblea Anual de Consecomercio, escenario que hace aún más significativa su posición.

“Las medidas de ajuste anunciadas por el Presidente de la República, Rafael Caldera, hace pocos días son el primer paso hacia una dirección correcta y estoy convencido de que Venezuela se puede convertir en un país del primer mundo. Para ello lanzo mi tesis de la «economía social de mercado», método utilizado por los alemanes para resurgir de la debacle sufrida en la II Guerra Mundial e insistiendo en que el elemento social no se puede olvidar como tampoco el aspecto humano”.

Más adelante informó el periodista Armando Gruber (El Nacional, 19 de abril de 1996) que Fernández habría calificado “como falsos los postulados neoliberales según los cuales metafóricamente y a su vez expresó que «lo que cae de la mesa de los ricos le va llegando al resto de la población».(sic) “Si la riqueza se produce en una enorme cantidad, lo que va cayendo será cada vez más. Eso es absolutamente injusto e inadmisible desde el punto de vista humano… De allí… que frente a la realidad neoliberal, convertida en una gran máquina de producir pobres y proporcionalmente una gigantesca hacedora de riquezas y ricos, (propongo) una Economía Social de Mercado… El elemento social no se puede olvidar y lo humano mucho menos”.

El Dr. Fernández estaba aludiendo a la prescripción que cobró titularidad de política económica durante el gobierno de Ronald Reagan, y que, como destacábamos en esta publicación hace justamente un año (Vol. II, Nº 0, abril de 1995), es contraria a las preferencias del gobierno de Rafael Caldera: “Lo que el gobierno piensa, lo que piensan sus economistas, es que un aumento del poder adquisitivo debe traducirse en un aumento de la «demanda global» y que, por lo tanto, un aumento del ingreso de los trabajadores a la postre beneficiaría a los empresarios, pues sus ventas aumentarían con un mayor circulante en poder del público. Esta teoría es justamente la inversa de la postulada por aquellos reaganistas de la receta del «trickle down», la desagradable expresión que alude a la idea de que un aumento de ventajas económicas concentradas sobre los sectores más pudientes de una sociedad, terminaría por «gotear hacia abajo», como las proverbiales migajas que caen de la mesa de banquetes a las manos de servidores y pordioseros”.

Tenemos, pues, que Eduardo Fernández apuntala así la postura doctrinaria que hasta ahora ha venido sirviendo de guía a la política económica del actual gobierno. Se trata de la más ortodoxa postura socialcristiana. No en balde, a pesar de que Luis Herrera Campíns insista en negarlo, el 43% de los recientemente entrevistados por una conocida encuestadora, son de la opinión de que ¡estamos bajo un gobierno copeyano!

Recordemos ahora unas prescripciones no tan antiguas como la II Guerra Mundial: “Para afrontar la emergencia, recomendamos una estabilización temporal de los precios y tarifas de un grupo de bienes y servicios de alto contenido social… Como medidas específicas, en lo inmediato, aconsejamos: a) Suspender los aumentos programados en el precio de la gasolina… b) Estabilizar los precios de los productos que conforman la cesta básica popular… c) Estabilizar los precios de las medicinas… d) Estabilizar y racionalizar las tarifas de los servicios públicos…” El procedimiento de estabilización postulado por esta receta no era el del libre mercado, sino el de un mecanismo consensual. A grandes rasgos, pues, Rafael Caldera pareciera haber venido siguiendo, hasta su reciente “viraje”, las prescripciones mencionadas. ¿Sabemos la fecha en la que fueron emitidas tales prescripciones? ¿Sabemos quienes las proponían?

El conjunto de recomendaciones someramente reproducidas acá lleva por data la del 1º de abril de 1992, y son recomendaciones que, junto con otras, fueron entregadas al presidente Pérez por el Consejo Consultivo que nombró apresuradamente, como modo de conjurar la importante inestabilidad introducida por el intento de golpe de Estado del 4 de febrero de ese año. Poco después de esa feroz sacudida Eduardo Fernández proponía justamente la convocatoria de ese consejo consultivo, lo que valió que un periodista acucioso señalara: “En síntesis, Eduardo Fernández propuso que otros propongan”. (Esta proposición de Fernández se produjo en un acto realizado a fines de febrero de 1992 en el hotel Eurobuilding, y en el que COPEI cumpliría su ofrecimiento de fines del año anterior. En 1991 el presidente Pérez, desesperado por la casi unánime crítica a su “paquete económico”, había preguntado: “Bueno, si no es este paquete, entonces ¿cuál debe ser el paquete?” El partido COPEI, cuyo Secretario General era por ese tiempo Eduardo Fernández, y que en su ya larguísimo rol de opositor se había sumado a las críticas, había prometido que presentaría un “paquete alternativo”. Al escarbar en la retórica del discurso de Eduardo Fernández el día de la presentación—que fue atrasado unas semanas en razón del shock psicológico del 4F—se llegaba a la siguiente vaga descripción del supuesto paquete alternativo: “una economía con rostro humano”).

Ahora bien, ¿quiénes conformaron ese Consejo Consultivo juramentado por Carlos Andrés Pérez el 26 de febrero de 1992? Uno de los más notables miembros lo fue el Dr. Julio Sosa Rodríguez, uno de los más leales y entrañables amigos de Rafael Caldera, y otro lo fue el Dr. Domingo Faustino Maza Zavala, por lo que pudiera pensarse que entonces es muy explicable que Caldera haya procurado guiarse por los lineamientos de aquel consejo. Pero esta explicación no resiste ni el más superficial análisis, porque otro de los notables miembros era nadie menos que Pedro Pablo Aguilar, connotado dirigente de COPEI, el mismo partido que ha venido oponiéndose a la conducción de la política económica dentro de esas líneas de “economía con rostro humano”.

Como también fue un miembro de ese consejo el conocido economista Pedro Palma. Como también fue destacada y, en retrospectiva, irónica la participación de nadie menos que Ruth de Krivoy. Ruth de Krivoy iba a renunciar después de dos años justos porque estuvo en desacuerdo con un descenso consensual de las tasas de interés. En los más tempranos días de este segundo gobierno de Rafael Caldera, Gustavo Roosen, como Comisionado para la Reforma del Sistema Financiero, había logrado un preacuerdo “solidario” en este sentido con los representantes de la banca comercial. A este procedimiento se opuso Krivoy al considerar que las tasas de interés no debían ser fijadas “artificialmente”, sino a través de los mecanismos de oferta y demanda de un libre mercado financiero. A pesar de esto, el diario El Nacional, como es su costumbre, eligió hace poco una posición de primera página para un artículo de la no muy bien informada revista The Economist, en el que se aseguraba que el gobierno de Caldera había manejado muy mal el problema de la crisis financiera desde que había exigido la renuncia de Ruth de Krivoy. La verdad es que Rafael Caldera intentó por todos los medios a su alcance que Ruth de Krivoy no renunciara, pero El Nacional, que debiera conocer mejor que The Economist la “historia viva” de Venezuela no parece corregirse de su particular gusto por la desinformación.

Ahora tenemos a un economista que fue marxista dirigiendo, para un presidente que como candidato se opuso a esquemas como el de Pérez, un programa de ajustes económicos que se acerca bastante al modelo ideal de la ortodoxia neoliberal. Las vueltas que da el mundo, diría alguna de nuestras tías o abuelas.

Hemos pasado, pues, del antiguo vicio de una excesiva politización de la economía al vicio opuesto de una excesiva economización de la política. Todo parece ser reducido a lo económico. El primero de los números de la revista que ahora edita el IFEDEC—el Instituto de Formación Demócrata Cristiana de Boleíta Norte que preside el también Presidente de la Fundación Pensamiento y Acción, Eduardo Fernández—lleva en su portada un billete de un dólar. (Si bien debe reconocerse que la ya familiar figura de George Washington ostenta allí un bonete a lo Robin Hood, seguramente para presentar decentemente al prócer del billete ante la reiterada imagen de Luis Raúl Matos Azócar: Hood Robin, una contrafigura que roba a los pobres para darle a los ricos).

Ahora, en todo caso, veremos si por fin tenían razón los muy locuaces partidarios de la receta neoliberal estándar, contra la que Eduardo Fernández parece curarse en salud con sus declaraciones del 19 de abril. Tiene algo de economía homeopática—la homeopatía insiste desde Paracelso en que puede curarse a una persona generando en ella, a través de medicamentos, los mismos síntomas de la enfermedad–—pues se nos dice que para curar la inflación es preciso agravarla primero. Por lo menos esto es lo que ahora aseguran Rafael Caldera y Teodoro Petkoff.

Pero el mundo sigue dando vueltas. En España gana la derecha y en Italia la izquierda. En Venezuela hay una nueva ola a favor de la privatización de las empresas públicas—incluyendo la de PDVSA, que Eduardo Fernández prescribe—mientras Jorge Castañeda, economista mexicano cercano a Cuauhtemoc Cárdenas, la pone en entredicho: “¿Acaso algo anda mal en el paraíso privatizador que fue América Latina hace apenas un par de años? En el supuesto de que efectivamente se esté produciendo un regreso del péndulo en esta materia, varias razones lo explicarían… las privatizaciones realizadas hasta la fecha o bien no funcionaron, o bien a pesar de su éxito, arrojaron beneficios muy inferiores a los esperados, y, hoy, al elevarse los costos de nuevas ventas, el saldo resulta mucho menos atractivo que antes”.

Galileo dixit: “Eppur si muove”.

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