Cartas

La encuesta de junio de 2004 de la firma Greenberg, Quinlan, Rosner Research indica que no es improbable que el gobierno gane el referendo revocatorio y permanezca en el poder al menos hasta el año de 2006, cuando habrá nuevas elecciones. Señala también que la mayoría percibe una mejora en la economía y considera muy o algo convincentes ciertos mensajes gubernamentales. Por último, es claro que el soberano prefiere de aquí en adelante políticas inclusivas o reconciliadoras, promotoras de la paz.

Uno puede tomarse en serio los resultados de esta consulta al soberano o puede desconocerla. Enrique Mendoza ha optado por lo segundo y ha dicho: «Estamos acostumbrados a que cada vez que se acercan los procesos electorales aparecen empresas con esos nombres rimbombantes». En verdad, Mendoza sabe perfectamente de los nombres de la firma y de lo hallado por ella en no menos de dos años de actividad, pues siempre recibió noticia de cada informe, y por tanto sabe que no se trata de una aparición cuando tan poco nos separa del referendo revocatorio. Entonces, o ha optado por la política del avestruz o manipula al elector mintiéndole a sabiendas del riesgo «para no desmoralizarlo». En modo paternalista oculta la verdad al más interesado.

Es preciso tomar en serio la consulta, y también tomar en serio al soberano. El cuerpo social es más inteligente políticamente que lo que cualquier político puede serlo, así como el cuerpo humano es más sabio que el mejor médico.

Aun con la elección de Chávez lo fue. Durante dos años previos a la campaña electoral de 1998 la intención de voto dominante estaba con altísimas y nunca vistas cotas—hasta 70% en cierto momento—a favor de Irene Sáez. A un año de la primera elección de Chávez todavía punteaba con gran comodidad por sobre 40%, cuando aquél y Salas Roemer oscilaban entre 6 y 8 o 9%. Esto es, el agregado popular claramente expresaba una preferencia por quien no fuera de la bipartidocracia y fuese suave, positiva y optimista personalidad, y no áspero como Chávez ni candidato oligárquico como Salas. En cuanto nuestra primera Miss Universo abrió la boca, y se maquilló y arregló para emular la figura física de Evita Perón, y se retrató con Luis Herrera—quien había dicho que no nos preocupásemos por la idoneidad de la candidata porque «modernamente el poder es compartido» y había admitido que quería que COPEI ganara las elecciones para «resolver» a un buen número de copartidarios con empleos o contratos—en cuanto la estatua ecuestre de Bolívar se desplomó en Chacao, entonces se hundió Miss Titanic —apadrinada y platónicamente cortejada justamente por Enrique Mendoza—y el elector que quería alguien que no estuviera con AD o COPEI se encontró con sólo dos cauces receptores de su voto: Salas y Chávez.

Si este último hizo una campaña populista, amenazante y de manipulación psicohistórica—Bolívar, Maisanta, Zamora, Rodríguez, etcétera—y se erigió como el campeón de la más aceptada causa constituyente, Salas representó el polo opuesto: elitista, sonriente y anticonstituyente: «La constituyente es un engaño y una cobardía». Y también practicó con insistencia y pretendida astucia la manipulación con símbolos históricos, registrando sus cabalgatas por Carabobo para mostrarlas en cuñas prime time. Él mismo se clavó la puntilla de su alianza con AD en hora nona de la campaña.

El soberano, que no ha determinado nunca las opciones entre las que elegirá, no podía optar por quien siguiera un guión más exclusivista, más conservador, más conforme. Por eso votó por quien un año antes era desestimado por el 92% del electorado. Acostumbrado a cuarenta años de presidencias que dejaron mucho que cumplir en cuanto a sus promesas, ese soberano no creyó nunca que Chávez se comportaría igual o peor que lo que anticipó en su campaña, y prefirió descontarle los atisbos de violencia y autoritarismo, o perdonárselos en vista de los descarados desaguisados de la hegemonía bipartidista que prometía corregir.

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Hay que tomar en serio a las encuestadoras de nombre rimbombante.

Las cifras antedichas son evidencia de que las intenciones de voto pueden cambiar marcadamente en tiempos más bien breves. Un mes y una semana nos separan del referendo revocatorio. ¿Hay suficiente tiempo para asegurar que la balanza, que Greenberg y asociados estiman nivelada en 48% por lado, se incline a la revocación del mandato de Chávez?

Sí. Primero porque los espacios comunicacionales pueden alojar mensajes que induzcan fuertes desplazamientos de opinión en breve lapso. Sí porque precisamente se trata de modificar una situación de equilibrio más bien precario, que puede desaguarse por cualquiera de los dos cauces. Lo que puede afirmarse es que el factor crucial no será el final reservado en el guión de «Cosita Rica» para Olegario Luján. Ya ese desenlace es previsible para las seguidoras y seguidores de la telenovela de Venevisión, y por tanto no hará diferencia en la psiquis electoral. ¿Y qué va a decir la Coordinadora Democrática que no haya dicho ya?

Puesto ante el problema, un médico político recomendaría iniciar la emisión de mensajes que fuesen a lo verdaderamente fundamental, y lo realmente esencial es la Weltanschauung de Chávez, la visión del mundo que sostiene y le inspira, la que vende con algún poder de persuasión. Esta situación no puede enfrentarse con la mostración de puntos parciales o periféricos. Es necesario refutar esa cosmovisión, Es necesario, más exactamente, rebasarla, arroparla, comprenderla. El asunto está en poder explicar una visión convincente, que ofrezca explicaciones distintas y con sentido a los fenómenos que Chávez señala. (Y esa visión no es la de Francis Fukuyama o Luis Giusti).

Por otra parte, esta tarea comunicacional debe ser hecha desde fuera de la Coordinadora Democrática aunque no, obviamente, en contra de ella. Esta condición es necesaria para no gravar la iniciativa con las cargas que pesan sobre la central opositora y sus deficiencias de credibilidad.

Hecho esto la percepción salta de un estado a otro, se dispara el gestalt switch y el mismo paisaje se ve de otra manera. Todavía hay, por tanto, tiempo, pero ese tiempo se está acabando vertiginosamente.

El peligro no sólo lo señalan los faros de una encuestadora extranjera de nombre rimbombante (Greenberg, Quinlan, Rosner Research): la muy venezolana encuestadora Datos lo mide peor: 35% por el «Sí», 51% por el «No». Claro que también Consultores 21 mide al revés—54,5% en contra del gobierno, 41,3% a favor—pero entonces se constata una suerte de empate colectivo. Si no se va a ganar por knock out, esta distribución de la opinión de los jueces—en lo que hasta ahora llevan anotado en sus tarjetas—debiera bastar para prender todas las alarmas.

LEA

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