Cartas

Hace tiempo que conté aquí que Don Pablo Moser Guerra concibió la conveniencia de unos avisos en la prensa en los que se solicitara candidato a la Presidencia de la República, con algunas estipulaciones mínimas. Razonaba que si cualquier empresa anunciaba su interés por un gerente, y especificaba sus requisitos, asimismo tenían los electores que especificar los exigibles a un cargo presidencial.

Y hace ya dos años que el Dr. José Raúl González Ágreda, el hombre con el nombre de los cuatro acentos, concibió un cuestionario pensado para quienes en aquel entonces fueron considerados como posibles presidentes de transición. Esto es, a la sucesión de una hipotética cesantía del presidente Chávez, como consecuencia de un resultado referendario adverso. Es una lista de preguntas que el candidato debía ser capaz de contestar de inmediato, que no dependieran de equipos de programación de gobierno por reunirse o congresos ideológicos por cavilar. Nadie que creyera ser el más indicado para dirigir los negocios de la República podría pretenderlo responsablemente sin saber qué haría a ciertos respectos. Sin haberse él mismo planteado las cuestiones.

El sensato y sereno cuestionario es éste: «Sinopsis razonada de los criterios que fundamentan y justifican la propuesta, enfocada sobre la pregunta: ¿cuáles son los atributos personales y culturales que el candidato considera tener para cumplir las funciones de la Presidencia Provisional en mejor forma que el resto de los aspirantes? Resumen de los conceptos del candidato sobre la conducción de la economía y los principales problemas que deben atenderse, incluyendo PDVSA. El problema social que vive el país. La delincuencia. La pobreza. La fuerza armada. Cómo enfrentar las divisiones percibidas en su seno. Las relaciones exteriores. USA, las guerrillas colombianas, Fidel Castro. Hugo Chávez y su partido trabajando fuertemente en la oposición. Cómo manejar este asunto». (Además González Ágreda pedía un currículum vitæ e inquiría por asuntos financieros de campaña y la reacción de quienes hubieran sabido de la pretensión).

Hoy en día, después de dos años de formuladas las preguntas, siguen siendo cruciales las respuestas, puesto que cualquier candidato que venciera a Chávez y a todos los demás candidatos tendría que vérselas con los problemas enumerados.

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No hay duda de que a pesar de ser esta semana una de inscripciones de candidatos a la Asamblea Nacional, hay activas corrientes candidaturales a la Presidencia. La de Petkoff es una, la de Julio Borges es otra, la de Roberto Smith es otra, la de Hugo Chávez es otra. (La lista no es exhaustiva). Cada uno de estos ciudadanos, creo, estaría obligado a contestar un cuestionario de ese tipo. Es más, no debiera admitirse, por ley, ninguna candidatura que no hubiera contestado algo así. Ni siquiera la del Presidente en ejercicio, si es que pretendiera su reelección legal.

Si nos pusiéramos brutos, si nos dirigiéramos back to basics ¿qué es lo único que justificaría una candidatura presidencial? Que ésta fuera la de una mujer u hombre que creyeran tener tratamientos eficaces y viables a los más importantes problemas públicos nacionales. Ninguna otra cosa. Un médico no se legitima porque mida uno noventa o porque sea su voz estentórea; tampoco porque haya visto al paciente primero; menos porque haya acusado a su colega de corrupción. Lo único que lo legitima como médico es poder exhibir, explicar su terapéutica ante el juicio electoral. Por la misma época de la redacción del cuestionario González Ágreda, un candidato que ignoraba su existencia explicó a una distinguida concurrencia que «…había que reactivar la economía, que había que pedir prestado para no imponer un nuevo ajuste a los golpeados venezolanos, y que había que hacer un gobierno tan inclusivo que aun podría—o debería—tener ministros del chavismo en el gabinete. (Así lo enfatizó con ejemplos históricos, entre los que destacaba el caso de la sucesión de Francisco Franco: Adolfo Suárez había guiado un consejo mixto de ministros, en el que algunos miembros lo habían sido del último gabinete falangista)… Uno de los asistentes le formuló una pregunta que no quiso contestar (ni siquiera referirse a ella ante reiteradas peticiones de que la afrontara): ‘¿Cuáles entre los ministros de Chávez conservaría Ud. en un gabinete de transición?’ Con esta evasiva concluyó la presentación, que había comenzado por una aclaratoria probablemente innecesaria, pero que él consideró de ineludible importancia: no debía pensarse que él gustaba de maquillarse; la uniforme lisura de su tez se debía a que venía de un estudio de televisión, donde habían aplicado ‘pancake’ a su rostro. (Con lo que de paso hacía notar a los oyentes que él era, además, persona profusamente televisada). Eso fue exactamente lo primero que dijo». (Carta Semanal #55, 25 de septiembre de 2003).

Lo que es asombroso es que semejante pretensión de legitimidad programática fuera expuesta del modo más fresco, que hubiera quienes la escucharan y quienes la aplaudieran.

No sólo estamos en todo el derecho de exigir una legitimación programática. Debemos exigir igualmente seriedad en el asunto. Decir que hay que reactivar la economía no es la solución, sino mencionar el estado (economía reactivada) que debiera obtenerse luego de la aplicación de una solución verdadera. Es una falsa solución. Equivale a que un paciente visite al médico para decirle que se siente mal y desea ser curado, sólo para escuchar del médico que está enfermo y debe curarse.

En esto pudieran ayudarnos los comunicadores sociales, en concretar respuestas candidaturales a un cuestionario como el de González Ágreda, en no admitir evasivas o respuestas vagas o impertinentes, en no cejar hasta que el candidato concrete o admita que no sabe. Por ejemplo, desde la semana entrante los candidatos de todos los signos a la Asamblea Nacional debieran comenzar a explicar cuáles son sus respectivas agendas legislativas.

Y repito que nadie más obligado que el candidato Chávez. Esta vez no se trata de una revocación de mandato, sino de la elección a un nuevo período. Hugo Chávez está obligado a explicar con toda claridad cuál es el arsenal terapéutico que pretendería aplicar desde la Presidencia de la República a partir de 2007.

Ya una o dos veces le he caracterizado como cirujano político, no como médico político. En artículo aparecido en El Diario de Caracas en febrero de 1999, cuando el actual presidente no había cumplido un mes en el cargo, escribí: «No cabe duda de que el presidente Chávez es un cirujano político. No sólo es que pretendió operarnos en 1992 con toda la potencia de sus herramientas traumatizantes, sino que ahora su impaciencia, su locuacidad, su militarización del Poder Ejecutivo, su fijación sobre lo corrupto, indican a las claras que su protocolo de actuación es quirúrgico. Estamos en manos de un cirujano. Y el cirujano, a diferencia del médico, toma control total sobre el paciente, al punto que lo amarra o lo duerme. Eso es exactamente lo que está haciendo el presidente Chávez».

Y antes: «Esa caracterización corresponde a la técnica invasiva y traumática de su modo de proceder. Las herramientas del cirujano son las tenazas, la sierra, el martillo, la legra, el bisturí».

Y también: «…las intervenciones quirúrgicas deben ser lo más breves que sea posible. El cirujano somete al paciente a un trauma que debe acortarse en el tiempo. La más compleja y arriesgada intervención quirúrgica durará, tal vez, catorce horas, con un corazón abierto, con una trepanación, con un transplante. Pero no una semana. No se puede tener anestesiado a un paciente, ni someterle a una invasión de su estructura corporal, durante cuatro o cinco días. El tiempo político es más largo, por supuesto. Un año, por ejemplo. Si se cumple el cronograma constituyente más o menos anunciado, en el lapso aproximado de un año el país contaría con una nueva constitución política para su Estado, y estaría enfrentando, por ese mismo hecho, una necesidad de relegitimación de sus poderes constituidos. Uno de esos poderes constituidos es, justamente, el del Presidente de la República. Es el mismo presidente Chávez quien ha argumentado en este sentido. Según sus propias palabras, dentro de un año volveríamos a tener elecciones para la Presidencia de la República y para los cuerpos deliberantes diseñados en el proceso constituyente. Para ese momento reconoceré el derecho del presidente Chávez a postularse de nuevo para la Primera Magistratura. Pero para ese momento, en tanto Elector, requeriré que Hugo Chávez me muestre un protocolo médico, no uno quirúrgico, pues a esas alturas deberemos estar entrando en el lapso postoperatorio. Tendrá que legitimarse, entonces, como médico, no como cirujano».

Ya llevamos casi siete años de operación. No creo que nos convenga o queramos continuar abiertos como res, inmovilizados sobre la superficie de una mesa de disección. LEA

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