Fichero

LEA, por favor

Marco Antonio (Tony) Suárez es un inteligente y muy destacado ingeniero de petróleos venezolano, cuyo conocimiento trabé en 1989 en la ciudad de Maracaibo. A la sazón el suscrito dirigía un periódico en esa ciudad, y el ingeniero Suárez se acercó a sus oficinas con dos estupendos artículos que le fueron publicados. Luego vendrían otros. Mudados ambos a Caracas continuó la nueva amistad, y con ella la frecuente charla, siempre interesante y desusada.

Diez años más tarde se produjo una circunstancia parecida: dirigía yo entonces a El Diario de Caracas, y recién encargado de esta tarea llamé a Tony no sólo para que escribiera de nuevo, sino para que prestara sus luces de asesor a un intento por remontar la tendencia negativa del periódico, cuya curación se me había encomendado. El accionista principal decidió luego cerrar el diario para acometer otra aventura editorial, de más clara intención política. No podía financiar dos cargas de esa clase.

La primera aparición de un texto de Tony Suárez en El Diario de Caracas no fue, sin embargo, con artículo expresamente escrito para sus páginas. El 2 de diciembre de 1998 había enviado por correo electrónico a unos cuantos amigos un resumen de sus angustias (Chávez habemus), cuando faltaban apenas cuatro días para el desenlace electoral de ese año. Era un texto potente y hermoso, y pedí su autorización para publicarlo dentro de un espacio que me había sido asignado en el periódico antes de encargarme de su dirección. Es ese escrito el que ofrezco ahora en la Ficha Semanal #78 de doctorpolítico.

Como pocos observadores de ese momento, Tony Suárez entendía a Hugo Chávez como engendro de una política degenerada y aberrante. Chávez como creación de quienes se habían ocupado profesionalmente de nuestros asuntos públicos. Así escribe: «En cuarenta años la democracia venezolana ha preparado una generación completa de ignorantes, educados mediocremente, que leen y escriben su propia lengua mediocremente, mientras el chorro petrolero nos pasaba a todos por encima en cantidades encandilantes e iba a parar a bolsillos más que identificados, los mismos que de quienes hoy se rasgan las vestiduras. He aquí la combinación de la cual Hugo Chávez es producto: Venezuela está a punto de tomar una decisión marcada por la ignorancia innata de toda una generación estafada por nuestra versión de democracia».

La pieza también es curiosa porque dejaba de prever—según se desprende de una frase deslizada de paso—el repunte de los precios del petróleo que ha permitido a Chávez gobernar con botija llena. Siendo que Tony es ingeniero petrolero, y trabajaba entonces para una importante transnacional que opera en Venezuela, es claro que el nuevo ciclo de mercado de vendedores no era para entonces una situación esperada por quienes saben de petróleo. Y lo que no se espera ahora es un ciclo contrario. Esto ha ocurrido antes: en conferencia dictada en sesión de ARPEL a fines de 1981 el Primer Vicepresidente de PDVSA, Julio César Arreaza, exponía la sabiduría de la época, una expectativa de precios altos. En pocos meses estos se desplomaron, y a mediados de 1982 la OPEP hubo de poner en práctica, por primera vez, un techo a la producción de los países miembros, en procura de la defensa de los precios. Poco después, nuestro viernes negro.

El texto de Tony no tenía mucho de objetivo. No pretendía serlo. Era, como he dicho, el desahogo de una gran desazón.

LEA

……

Chávez habemus

Libero a mis amigos y a mi familia de todas las cosas que les he dicho sobre Hugo Chávez. Los dejo al libre albedrío de sus voluntades. Finalmente he comprendido que el 7 de diciembre tendremos que aceptar que el hombre de la verruga en la frente será el presidente electo de Venezuela. Porque he comenzado a entender que la gente de mi país no está eligiendo a Chávez, está expresando un sentimiento que desde más adentro que el impacto de cualquier cuña electoral les dice a los usurpadores de la democracia y del tesoro nacional: basta.

Ha podido ser cualquiera, Chávez sólo cabalga sobre la cresta de la ola. Empezó siendo Irene, hasta que el vampiro COPEI se arrodilló a chuparle la inexperta sangre. Ha podido ser Salas, y realmente creí que pudiera haber sido Salas el estandarte del cambio pacífico, si ya no estuviese condenado al untarse sin querer queriendo de la bazofia adeca de la boca de Ixora y Morales Bello: le cuidaremos los votos.

Pero es Chávez, montado sobre una ola de genuina rabia y asco profundo, quien se ha convertido en el heraldo y en la patada de los que quieren decirle al patético y vergonzoso circo adeco: fuera; al fúnebre y tragicómico draculismo copeyano: fuera; al oportunismo voltiarepas masista: fuera. (Ya deben estar advertidos).

Bienvenido sea, entonces, Chávez presidente, desde lo más profundo de mis miedos y mis oscuras nubes que presagian tormenta. Y no es miedo a Chávez; el tipo se la ha ganado en buena lid en un debate donde la profundidad es escasa.

La nuestra es democracia coja hasta por ahí, nos guste o no. Anoche cuando lo veía en un programa de televisión internacional sus limitaciones se me hicieron escandalosomante evidentes, pero eso no importa ya. El problema de Venezuela es muy superior a Chávez en este fin de siglo tropical y deliafiallesco.

Es el mensaje que le mandamos al mundo de elegir al hombre de las nueve caras, The Economist dixit. Es el temblor de una economía frágil en un entorno universal también frágil. Es una señal caótica que emite un país proveedor de buena parte de la energía que mueve al planeta, commodity que andará de capa caída. Es caos dentro del caos global, que nos arrastra en una bajada de montaña rusa, a pesar de las buenas intenciones del presidente electo del 6D, que de seguro las tiene.

No lo culpo a él, ni a la gente que hoy lo ve como un mesías de las circunstancias de los años cuarenta. Pienso que en ese puntapié al mero coxis de AD y COPEI se nos van a ir también veinte años de reconstrucción nacional. No está mal. Somos un país de jóvenes. Pero tendremos que pagar el learning curve de Hugo Chávez y su equipo. Y nos va a salir costosísimo el adiestramiento.

II

Lo que he dicho arriba no quiere decir que yo me haya sumado a la corriente. No puedo votar por Chávez. Hago uso de mi muy democrático derecho a disentir. Por mucha arrechera que también tenga encima no pretendo lanzarme del trampolín sin saber si la piscina tiene agua, o por lo menos si hay piscina. No he visto en Chávez ni la intuición de saber gobernar esta complicación llamada Venezuela. No le he leído una frase coherente, sino efectista; no le he escuchado una propuesta sabia, sólo una denuncia hiperbólica llena de malabares. Lo cual no me impide ver que su triunfo es inminente y hasta posiblemente necesario. Creo que en su rabia represada los venezolanos estaremos tomando una decisión propia de ignorantes.

Y eso es válido. Hace unos cuarenta años, la educación primaria en Venezuela gozaba de estándares muy altos, que la calificaban como una de las mejores del continente. Hoy, en los albores del milenio, las cifras comparativas colocan a la educación venezolana a niveles del sub-Sahara, por encima apenas de países con condiciones paupérrimas del cuerno de África. ¿Qué nos pasó? En nuestro gran esfuerzo de masificar la educación y llevarla a todos los rincones, descuidamos la calidad y la preparación, nos interesó el volumen sin importarnos el producto. Los maestros pasaron de ser dignos representantes comunitarios a lamentables parias malhablados y llenos de carencias.

En cuarenta años la democracia venezolana ha preparado una generación completa de ignorantes, educados mediocremente, que leen y escriben su propia lengua mediocremente, mientras el chorro petrolero nos pasaba a todos por encima en cantidades encandilantes e iba a parar a bolsillos más que identificados, los mismos que de quienes hoy se rasgan las vestiduras. He aquí la combinación de la cual Hugo Chávez es producto: Venezuela está a punto de tomar una decisión marcada por la ignorancia innata de toda una generación estafada por nuestra versión de democracia.

Hay que aceptar la lección y aprender de ella. Somos un campanazo para América Latina, dicen las «imparciales» publicaciones globales. Ya una vez lo fuimos, y a lo mejor ése es nuestro papel en la historia. Nos toca vivir las consecuencias de ese campanazo, nos toca agarrarnos duro de los pasamanos de este vagón que nos lleva cuesta abajo con espeluznante vértigo.

Ya ni siquiera hace falta pensar en los culpables, que en su hirsuto afán de aferrarse a cualquier tipo de poder no se detienen a pensar que están frente a lo que crearon, y que lo mejor es encararlo con una dignidad que desconocen. Ojalá que entre la miríada de interrogantes que Chávez se niega a responder con algún dejo de claridad esté escondida en alguna parte una declaración de emergencia de la educación venezolana. Si alguno, ése debe ser su legado.

Porque una vez electo, no son cinco, ni diez, son veinte años antes de que volvamos a ver luz. Y mientras tanto una nueva generación podrá educarse para que estos resbalones históricos no vuelvan a suceder. Para que la retórica superficial y sabanera no vuelva a ser protagonista. Para que los adornos baratos del lenguaje no sustituyan la discusión seria.

Por lo pronto, Chávez habemus, con todo y verruga. Es nuestra manera particular de recibir el siglo XXI. Por ahora.

Marco Antonio Suárez

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