Fichero

LEA, por favor

El diario La Verdad de Maracaibo fue fundado bajo el liderazgo del fallecido Don Jorge Abudei, importante empresario del comercio maracaibero. La salida a la calle del nuevo medio impreso tuvo lugar durante el año electoral de 1998, y durante buena parte del mismo escribí artículos para el periódico, por gentil y generosa invitación de Don Jorge.

La Ficha Semanal #89 de doctorpolítico contiene íntegramente uno de esos breves artículos, escrito el 17 de septiembre de 1998. Llevó por título «Tema de Estado», y era una apretada síntesis de mi postura en materia de integración suramericana. Era un cambio respecto de mi posición en 1984, cuando escribí primeramente sobre el tema mientras sostenía la opinión de que el conjunto a integrar era el hispanoamericano. En el artículo para La Verdad ya opinaba que el criterio cultural debía dar paso al geopolítico.

Pero en lo que no hubo cambio fue en mi convicción de que respecto de la integración hemos seguido un camino incorrecto, en imitación del tránsito integracionista de los europeos. Estos fundaron tímidamente en 1946 la Comunidad del Carbón y del Acero, la que daría paso al Mercado Común Europeo, a la Comunidad Económica Europea y, finalmente, a la Comunidad Europea, que con todos sus tumbos apunta a una integración de carácter político.

Tal cosa era natural para los europeos; a fin de cuentas, no sólo no tienen unidad lingüística, como nosotros, sino que el Viejo Continente aloja al menos cuatro potencias con tradicionales suspicacias mutuas, dado que cada una—España, Francia, Inglaterra, Alemania—había sido a su vez primera potencia con voluntad hegemónica. Por añadidura, los europeos venían de echarse tiros los unos a los otros durante seis años y matarse cincuenta millones de habitantes. Quien hubiera planteado la unión política del conjunto europeo en 1946 hubiera sido lapidado.

Pero nosotros, los sudamericanos, no tenemos ninguno de esos impedimentos, razón por la que hubiéramos podido pensar que el modelo norteamericano—la unión política desde el comienzo—nos era posible, sobre todo en un siglo XX en el que el desarrollo extraordinario de la tecnología de las comunicaciones abría las posibilidades políticas.

Hugo Chávez, cuya retórica es aparentemente integracionista, ha escogido reforzar el modelo de la previa integración económica, por una ruta que no tiene sentido geopolíticamente—el MERCOSUR—echando por la borda el paciente trabajo que acumulaba la Comunidad Andina de Naciones a su llegada al poder en Venezuela. Está equivocado en este punto, como en tantos otros.

LEA

Tema de Estado

El 2 de agosto de 1993 el esquema integracionista europeo, ya debilitado por la poco entusiasta—hasta difícil—aprobación del Tratado de Maastricht por parte de varios de los países de la Comunidad, recibió un golpe de importante magnitud. La especulación monetaria desatada contra las monedas de Francia, Dinamarca, Bélgica, España y Portugal, como consecuencia de la negativa del Bundesbank a las peticiones de reducción de su tasa de interés clave, pareció descarrilar el programa previsto para la unificación monetaria europea: la meta de una única moneda europea hacia 1999.

Al mes siguiente, Milton Friedman, el Premio Nobel de Economía líder de la llamada escuela de Chicago, se expresaba en los términos siguientes: «Si los europeos quieren de veras avanzar en el camino de la integración, deberían comprender que la unidad política debe preceder a la monetaria. El continuar persiguiendo algo que se acerca a una moneda común, mientras cada país mantiene su autonomía política, es una receta segura para el fracaso.»

Hace unos años el tema integracionista, en nuestras latitudes, estaba entendido como latinoamericano. La base cultural y el importante grado de comunidad histórica de los latinoamericanos era el criterio predominante. No estaba lejos de incluso los españoles, la idea de una «reconstitución» de los antiguos dominios del imperio. En 1984 (junio) Juan Tomás de Salas, el editor de la revista Cambio 16, y comentando una visita del presidente Alfonsín a España, editorializaba así: «Si Argentina y España consolidan sus regímenes democráticos, resuelven sus apuros económicos actuales y empiezan a andar por la historia con normalidad, en muy poco tiempo tocarán a su fin dos siglos de impotencia en el área de lo que fue el viejo imperio español»… «Pensando en grande, pensando así, la suerte del Presidente Alfonsín en Argentina es, de algún modo, nuestra propia suerte. Si allí se consolida la libertad, la nuestra se fortalece de inmediato; y si Argentina fracasa, nosotros fracasamos también.»

Poco tiempo después España se alejaba de esa añoranza y entraba, primero en la OTAN, luego en la Comunidad Económica Europea. Ahora es México que convino en conformar con los Estados Unidos y Canadá un gran bloque económico al norte del continente americano. Por esto el criterio cultural como el predominante en una idea de integración política se ha debilitado. Hoy resulta más natural la consideración de un criterio geopolítico y, sobre todo, ecológico.

América del Sur es geográficamente un continente distinguible de Norteamérica. No en vano es tratado así en la costumbre geográfica de los Estados Unidos. Es un continente caracterizado por la mayor variedad ecológica y biológica, si se le compara con el resto de los continentes. Es el continente que se despliega sobre la gama más amplia de latitudes. Es el continente que produce más de la mitad del oxígeno del planeta. Es el cuarto más grande de los continentes, con una superficie total de 17 millones 800 mil kilómetros cuadrados, o un 12% de la superficie terrestre del planeta.

Como espacio geopolítico y ecológico, pues, tiene sentido pensar en su organización política de conjunto. Y tiene sentido en momentos cuando asistimos a la manifestación del intento de NAFTA en Norteamérica, del intento de la Comunidad Europea, de los reacomodos que ya se han producido en el área asiática. Tiene más sentido aún si consideramos que el mundo va hacia una planetización política, en la que la coexistencia de culturas diversas será una realidad. América del Sur puede ser una maqueta de este proceso más amplio de integración, pues además de la obvia presencia de la cultura latina, incluye a los pueblos de las distintas Guayanas y a los de las Malvinas. (Si es que no incluyésemos también a las Antillas Neerlandesas o a Trinidad y Tobago).

Pero América del Sur incluye a Brasil, y su escala no debe ser ignorada. Por esto no deja de ser una idea a considerar, antes de un pacto continental de América del Sur, la conformación de una república boliviana, de la verdadera Bolivia, la amplia.

Definida como el territorio que Bolívar liberó de la corona española, esa república es un hexágono abierto que abarca desde los límites superiores de Panamá hasta los inferiores de Bolivia. Eso sí provee un mercado suficiente para un grado de diversificación básico y toma en cuenta las escalas de Brasil y el cono sur para formar, de un modo más equilibrado, la Organización del Tratado de América del Sur.

LEA

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