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El término «sociedad civil» se ha hecho de uso común en los últimos años. A comienzos del gobierno de Hugo Chávez una referencia al mismo por parte de Elías Santana, de larga trayectoria como dirigente civil, provocó el despectivo comentario de Luis Miquilena: «¿Con qué se come eso?» Vale la pena detenerse en su significado, sobre todo cuando ahora se prepara una «hoja de ruta» de «la sociedad civil» y se convoca a reuniones para considerar «el curso de acción política de la Sociedad Civil de cara al 2007». (En la convocatoria de una reunión específica sobre este asunto, se añade: «Tendremos a varios voceros de ONG’s invitados», y en la mención del año próximo hay una suerte de admisión de la inevitabilidad de la reelección de Chávez, puesto que la invitación acoge sólo a opositores al gobierno).

El Banco Mundial entiende por sociedad civil «una amplia gama de organizaciones no gubernamentales y sin fines de lucro que están presentes en la vida pública, expresan los intereses y valores de sus miembros y de otros, según consideraciones éticas, culturales, políticas, científicas, religiosas o filantrópicas. Por lo tanto, el término organizaciones de la sociedad civil abarca una gran variedad de organizaciones: grupos comunitarios, organizaciones no gubernamentales, sindicatos, grupos indígenas, organizaciones de caridad, organizaciones religiosas, asociaciones profesionales y fundaciones».

Pero a veces esta «sociedad civil», entendida como conjunto de organizaciones civiles no partidistas, pretende que se la tenga por coextensiva a lo que gente como Jóvito Villalba y Gonzalo Barrios denominaba «el país nacional», en contraposición a su noción de «país político». (El Estado y los partidos, en particular sus dirigentes). Más específicamente, se quiere hacer creer que «la sociedad civil», entera, está opuesta a Chávez. Resulta, sin embargo, que los Círculos Bolivarianos, por caso, están incluidos en la definición del Banco Mundial. Más transparente y veraz sería admitir que se habla de la parte opositora de «la sociedad civil», pues hay organizaciones no gubernamentales que son neutras o apoyan al gobierno.

A mediados de la década de los ochenta jugué con la idea de postularme uninominalmente al Senado de la República. Por ese tiempo fui invitado a hablar de temas generales de política—incluían, por ejemplo, el problema de la integración latinoamericana—a un grupo de dirigentes vecinales de varias partes del país que asistían a un taller en Caracas y mi pretensión salió a relucir. Recuerdo haber advertido que si finalmente entraba en campaña, y quisiera el apoyo de electores del estado Miranda, donde resido, jamás les pediría ese apoyo en tanto dirigentes vecinales, sino como ciudadanos. Así como las organizaciones vecinales resentían, con razón, el intento partidista de penetrarlas y cooptarlas, tampoco era apropiado que ellas rebasaran su competencia para intervenir en asuntos estrictamente políticos.

No se adquiere, pues, ningún título especial para la actividad política por el mero hecho de pertenecer a una ONG, y lo que debe surgir de la sociedad venezolana es un nuevo tipo de asociación política de ciudadanos. Ni el neoadequismo de Un Nuevo Tiempo, ni el neocopeyanismo de Primero Justicia, ni el neosocialismo (por inventar) prepotente del MVR son lo que se necesita, pero tampoco lo es una coalición de ONG formuladas como entidades opositoras al gobierno, que no serían otra cosa que una Coordinadora Democrática sin partidos.

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