Fichero

LEA, por favor

En Venezuela era necesario un proceso constituyente, argumentó el suscrito durante todo el segundo gobierno de Rafael Caldera, porque el «sistema operativo» del Estado venezolano ya no daba más. Cuando un computador corre con un sistema operativo obsoleto, no se llega al más nuevo mediante apósitos puntuales, sino montando este último de una buena vez sobre el anterior. El asunto no podía lograrse con enmiendas o reformas.

Pero más de una voz respetable se pronunció en contra de la idea de una asamblea constituyente. Entre ellas estaba la del Dr. Arturo Úslar Pietri, quien recomendaba el empleo de otros expedientes para sortear la evidente crisis nacional. A una proposición suya de mediados de 1998, reiteración de fórmulas que expusiera en 1991, opuse el razonamiento de un artículo que escribí para El Diario de Caracas el 3 de julio de aquel año. De algún modo, el artículo reproducido aquí, en la Ficha Semanal #123 de doctorpolítico, desnudaba la vaciedad semántica del habitual discurso político, pleno de vaguedades que realmente no proponen nada.

En realidad esperaba que Rafael Caldera convocara a un referendo para consultar, como se hizo en 1999, por la conveniencia de elegir una asamblea constituyente. En criterio de quien escribe, una asamblea mejor normada, convocada por quien fuera tenido como el «padre» de la Constitución de 1961, habría sido mucho más justa y serena que la elegida en 1999, no poco llena de deseos de vindicta.

Pero el presidente Caldera desoyó el llamado, y ya sabemos cómo la Constituyente de 1999 incurrió ella misma en prácticas inconstitucionales, sobre la errónea tesis de que era una institución «originaria» y por tanto omnímoda. Así, neutralizó el Senado establecido en la Constitución de 1961 mientras ésta aún estaba en vigencia, antes de que fuese derogada. (Lo único originario en el poder público es el Poder Constituyente, esto es, el pueblo mismo).

Por esto pudimos escribir a fines de 1998: «Pero que el presidente Caldera haya dejado transcurrir su período sin que ninguna transformación constitucional se haya producido no ha hecho otra cosa que posponer esa atractriz ineludible. Con el retraso, a lo sumo, lo que se ha logrado es aumentar la probabilidad de que el cambio sea radical y pueda serlo en exceso. Éste es el destino inexorable del conservatismo: obtener, con su empecinada resistencia, una situación contraria a la que busca, muchas veces con una intensidad recrecida».

LEA

Crisis de comando

Cuando Eduardo Fernández, poco después del 4 de febrero de 1992, propuso la conformación de un consejo consultivo que dijera al Presidente Pérez lo que tenía que hacer, un periodista escribió: «En síntesis, el Dr. Fernández propuso que otros propongan». Esto es, él no tenía que proponer otra cosa que un deseo de que Venezuela llegara a tener una «economía humana».

Eso que dijo el Dr. Fernández es lo que dicen casi todos. Alfaro Ucero dice que «hay que pensar» sobre alternativas que no sean la renta petrolera y Sáez «puso a la orden sus economistas para aportar ideas». Salas Römer cree que las huelgas de algunos gremios han sido iniciadas para «rentabilizar» la situación. Chávez propone que se adelanten las elecciones presidenciales, sin que sepamos a ciencia cierta qué haría él si es electo, más allá de poner a pensar unos diputados constituyentes.

Úslar propone, por enésima vez, que quienes piensen conformen «un comando de crisis, de no más de diez ministerios, bien acoplado, formado por gente capaz, que convoque al país a un gran esfuerzo de salvación nacional» y que tiene que «emprender un plan muy sencillo e inmediato» que él llamaría de «salvación nacional». ¿En qué consiste ese esfuerzo? ¿En qué consiste ese «plan sencillo e inmediato? (Sencillo, inmediato, coherente, armónico, racional, moderno, creíble, etc.) Úslar no lo sabe o no lo dice. No lo ha dicho nunca.

Lo que sí hace es oponerse a la celebración de una asamblea constituyente. Dice que «es una de las soluciones mágicas que le presentan al país», que una constituyente no va a cambiar el país, que es una ilusión, que «eso es lo mismo que hemos tenido pero con otro nombre» y que lo que Venezuela necesita son «programas, planes y concepciones de futuro». Y en cambio propone que de un «comando de crisis» (otro nombre), va a salir un plan que él llamaría (otro nombre) «de salvación nacional», mágicamente.

La primera vez que Úslar propuso tan mágico remedio fue en diciembre de 1991, a unos dos meses antes de la intentona de Chávez, y propuso que fuera Carlos Andrés Pérez quien se pusiera al frente de un «comando de crisis». Fue después de los acontecimientos del 4 de febrero de 1992 que comenzó a pedir la renuncia de la misma persona que, dos meses antes, él quería como jefe del «comando de crisis».

Tanta insistencia en tan mágica y sencilla solución de un «comando de crisis» da que pensar, porque la expresión «comando» (otro nombre), refiere inmediatamente al ámbito militar y, repito, la primera vez que Úslar recomendó un «comando de crisis»—mágica solución—fue pocos días antes de un golpe de Estado—esa vez fallido.

Hay quienes han dicho que Chávez daría un golpe de Estado preventivo, hacia el mes de octubre—mágica fecha para Úslar—en la convicción de que este «sistema político» nunca le daría el poder y le robaría las elecciones. Ese no puede ser un golpe que Úslar propiciaría. Úslar jamás permitiría que Presentación Campos se convirtiera en el jefe y el señor. Quizás esto justifique un golpe de Estado preventivo para prevenir el golpe de Estado preventivo que se dice sería ejecutado por Chávez.

El sitio en el que los hombres de pensamiento de Venezuela pueden dar su aporte a la solución de la crisis no es el de un nuevo cogollo de diez comandantes de crisis sino, precisamente, esa asamblea constituyente que Úslar aborrece. Allí podría Úslar aportar su sabiduría, como no lo podría hacer, supongo, en un «comando de crisis». Abiertamente ante el país.

Uno no rechaza, Dr. Úslar, valerse de una herramienta que permite hacer cosas importantes porque no permita hacer otras cosas importantes. No vea Ud. a una constituyente como navaja suiza que es a la vez cuchillo y lupa y sierra y lima y brújula y mondadientes. Pídale a la constituyente únicamente que recomponga este casco político e institucional carcomido de tantas formas en tantos flancos.

O si no que Úslar nos diga, de una buena vez, cuál cree debe ser ese «plan de salvación nacional» sencillo e inmediato. Y precisamente porque el problema es morrocotudo es por lo que uno supone que la herramienta que debe emplearse debe ser conmensurable con su magnitud. Usted convendrá, Dr. Úslar, que una mágica constituyente es una herramienta más poderosa que el décuple cogollo de su mágico «comando de crisis».

Tan solo una de las cosas que hay que hacer, Dr. Úslar, es reunir a la constituyente, pero es una cosa muy importante. Apelar, en medio de una crisis fundamental, nuclear, de composición, de constitución, al Poder Constituyente. Esto es más democrático que convocar a una reducida mesa redonda a diez mágicos barones. Podemos pedirle al Dr. Caldera que convoque de una vez el referéndum que pueda generar una asamblea constituyente.

LEA

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