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El martes de esta semana la Organización de las Naciones Unidas presentó al mundo un informe sobre el número de muertes de civiles en Irak en el año 2006. (Al que le falta registrar por completo las víctimas del mes de diciembre). El informe sostiene que 34.452 iraquíes que no eran militares murieron el año pasado como consecuencia de la violencia desatada en el país a raíz de la invasión norteamericana, la que se acerca ahora al cumplimiento de su cuarto aniversario. El mismo día de la presentación, 70 civiles más se unían a la grotesca cuenta, cuando varias explosiones al noreste de Bagdad ocurrieron en una universidad predominantemente shiíta.

Como era de esperarse, un vocero del gobierno de Iraq expuso que tal cifra era exagerada. La ONU, sin embargo, asegura que el origen de sus datos está en cifras oficiales, contenidos por su mayor parte en certificados de defunción expedidos por el propio gobierno iraquí. (Los familiares de los fallecidos procuran por todos los medios conseguirlos, pues sólo con ellos pueden tramitar asuntos de herencia y posibles compensaciones gubernamentales). Más aún, puede presumirse que la cifra real es en verdad mayor, puesto que no todas las muertes son reportadas.

Los números indican a las claras el fracaso de la iniciativa bélica norteamericana, supuestamente emprendida para traer, no sólo la democracia a Irak, sino para brindar estabilidad a toda el área del Oriente Próximo. La verdad es que más de un experto teme ahora por una “balcanización” de toda la región, al irse consolidando la tendencia de una confrontación abierta y generalizada entre sunis y shiítas.

Esta posibilidad ha sido recientemente regada con material extremadamente combustible: las ejecuciones de Saddam Hussein y sus colaboradores más inmediatos. El periódico Greater Kashmir opina de esta forma: “Un juicio que fue una farsa. Una corte de canguros. Un veredicto amañado… La venganza política del gobierno iraquí, que debe su sobrevivencia a la gigantesca máquina de guerra americano-británica, voló con tal furia que quiso que Saddam fuese ejecutado en una fecha especial”. El periódico revela asimismo un motivo para la urgencia: “Un panel de discusión de La Voz de América ofreció una razón de la prisa judicial. Dijo que según una ley iraquí no pude ahorcarse a un hombre que haya alcanzado la edad de 70 años, y que Saddam los cumpliría en 2007, y así hubiera podido escapar del lazo. Puede ser. Pero hay una razón más convincente y sustancial. No era del interés de América y Europa confrontar a Saddam en el tribunal porque tal cosa habría descubierto su rol al cumplir tratos de suministrarle armas químicas y biológicas (armas de destrucción masiva) que empleó contra los kurdos e Irán. El mundo sabe que Irak servía en esa época a sus intereses y que Saddam era su consentido”.

Tan embarazoso es el asunto que, primero Blair y luego Bush, han procurado distanciarse de la ejecución del antiguo dictador iraquí. Hay que tener riñones para lavarse las manos de esa manera, después de que un promedio de 96 civiles murió diariamente en Irak en 2006 como consecuencia de la invasión que estos señores han protagonizado.

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