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Nicolás Sarkozy se apresta, como se anticipaba en el número anterior, a asumir la Presidencia de Francia. Tan sólo el anuncio de su triunfo sobre Ségolène Royal provocó tumultos en la capital francesa. El jefe de la Confederación General del Trabajo, Bernard Thibault, se sintió impelido a advertir que los sindicatos que agrupa “están dispuestos a combatir” cualquier intento de Sarkozy por forzar reformas económicas y sociales que no le sean consultadas.

La declaración de Thibault es en cierta medida una carambola contra gente cercana al nuevo presidente francés, quienes han sugerido que los sindicatos, que reúnen sólo a un 8% de los trabajadores, no pueden descarrilar el programa de quien fuera electo por 53% de los votantes franceses. Incluso la CDFT, una confederación más moderada, ha expuesto que será muy importante la consulta y la construcción del consenso.

Sarkozy comienza, pues, su mandato con tempranos nubarrones. Pero más allá de los temas programáticos, es lo anecdótico en materia de ética lo que parece plantearle el problema inmediato más agudo. Antes de asumir su nuevo cargo, Sarkozy aceptó tomarse unos días para el esparcimiento, en asueto sobre el yate de su viejo amigo, el poderoso industrial Vincent Bolloré. Más de un crítico ha interpretado el lujo abierto como algo intrínsecamente censurable.

El problema, no obstante, parece configurarse  con declaraciones en apariencia poco transparentes de Sarkozy tanto como de Bolloré. Éste declaró ayer que su compañía nunca había tenido “contactos de negocios con el Estado francés”. Por su parte, Sarkozy se refirió a su amigo como “un gran industrial francés que nunca trabajó con el Estado”.

No es fácil explicar estas declaraciones cuando la agencia AFP ha descubierto que las compañías del empresario obtuvieron contratos del Ministerio de la Defensa, el Ministerio de Relaciones Exteriores y el Ministerio de Relaciones Interiores, mientras Sarkozy ejercía esta última cartera. Los montos de los trabajos no suenan desmedidamente altos—un contrato de 36 millones de euros por servicios de carga aérea para Defensa, o uno de 5,6 millones para servicios similares a Relaciones Exteriores, o uno concedido por el ministerio de Sarkozy para la refacción de un edificio de la policía en Grenoble—así que sectores de la opinión francesa comienzan a preguntar el por qué de las negaciones. ¿Por qué es que Bolloré niega todo negocio con el Estado francés cuando su compañía de televisión coloca el 25% de sus ventas en televisoras estatales?

Hay quien teme en Sarkozy una desfachatez parecida a la de Silvio Berlusconi, el controversial político italiano con quien ya le han comparado, precisamente por su descarada afición al lujo. No parecen buenos augurios para el sucesor de Chirac.

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