Bajo el imperio de los grandes hombres, la pluma es más poderosa que la espada.

Edward George Bulwer Lytton

Richelieu o la conspiración

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El año que Rafael Caldera escoge para morir es el centenario del nacimiento de Pedro Grases, su gran amigo. Simón Alberto Consalvi escribió en El Nacional el domingo pasado (20 de diciembre) acerca de esa efeméride, no suficientemente celebrada en tiempos de mengua de la cultura venezolana, y compuso un justísimo reconocimiento de ese titán de nacimiento catalán y muerte venezolana.

Entre mis posesiones más preciadas se encuentra una amable, cálida y generosa carta que me enviara Don Pedro el 7 de julio de 1987, en la que me ponía:

Probablemente, si yo no hubiese pasado la terrible experiencia de la guerra civil, habría terminado en persona de actividad política, el arte más profundamente humano, según Aristóteles. Pero en 1936 la lucha feroz entre hermanos en la Península y el espectáculo que me tocó vivir en sus inicios me indujeron a tomar el camino del destierro, primero a Francia por unos meses y luego a Caracas, donde llevo medio siglo de residencia. Curado de toda tentación política. A lo que aspiro es a la paz, al silencio y a la vida recoleta de lectura, meditación y de escribir (si se tercia).


Como se ha escrito—Alexis Márquez Rodríguez—la deuda de Venezuela con Grases es impagable. Tan sólo la restitución que hiciera de Andrés Bello, a quien dio el título de Primer Humanista de América, sería inmensa acreencia que tuvo de nosotros al devolvernos al ilustrísimo caraqueño.

Fue esta pasión bellista el primer vínculo entre Pedro Grases y Rafael Caldera. Éste había ganado a sus diecinueve años, apenas dos años antes de que la guerra trajera a Grases a nuestra tierra,  “el prestigioso premio Andrés Bello instituido por la Academia Venezolana de la Lengua con un ensayo sobre la vida, obra y pensamiento del insigne humanista”. Cuatro años más tarde, Grases recibía en Santiago de Chile la sorpresa de su vida. Cuenta el profesor Márquez Rodríguez:

El descubrimiento de Andrés Bello por Grases ocurrió en circunstancias muy peculiares. En 1939 Grases realiza un viaje por toda Suramérica. En Santiago de Chile, según cuenta Oscar Sambrano Urdaneta, sin duda el discípulo por excelencia de don Pedro, quien a su vez lo supo por boca del mismo Grases, éste se acerca un día a una librería callejera, donde se exhibían las Obras completas de un tal Andrés Bello, de quien el joven catalán apenas si había oído hablar. Quiso el azar que tomase un tomo de aquellos, en el que estaba el trabajo de Bello sobre el Poema del Cid, un tema por el que Grases se había apasionado hacía tiempo. Le bastó con ojear aquel ensayo para comprender que el autor era una figura singular de las letras continentales. Y al darse cuenta, además, de lo desconocido que era en su país decidió contribuir a llenar ese vacío imperdonable en el conocimiento de los venezolanos.

Ramón J. Velásquez refiere—Prólogo a El legado de Grases en Venezuela, Fundación Pedro Grases, 2006—la temprana colaboración entre Caldera y Grases: “Cuando el gobierno nacional confió a Rafael Caldera y a Pedro Grases la tarea de rescatar el nombre y la obra de Andrés Bello, la casa de Grases se convirtió en el centro bellista que nunca había tenido Venezuela”. También dejó constancia de la opinión de Caldera:

Esta tarea de rescatar la obra de Andrés Bello se realizó con toda la profundidad en los estudios y toda la paciente investigación que el caso del gran caraqueño olvidado por Venezuela reclamaba. Fue una tarea concluida en forma admirable, pues editadas por el Estado venezolano por primera vez circularon en Venezuela las obras de Andrés Bello, se promovió estudios sobre su obra en centros académicos y universitarios de España y toda América, y, por primera vez, se reunía en Caracas una representación del humanismo latinoamericano con ese mismo fin. Rafael Caldera dijo: “La persona que sabe más sobre Andrés Bello y su obra es Pedro Grases”.

El 17 de junio de este año,  Rafael Arráiz Lucca publicó una entrevista que hiciera al gran maestro. Allí confluyen los nombres de la gente buena, de los grandes hombres. Le dijo Don Pedro, con la sencillez que le caracterizó siempre: “Entre mis amigos, Ramón J. Velásquez ha sido de los más entrañables. Yo he sido un fiel amigo de Rafael Caldera”.

Esto, del mismo gran señor que una vez dijera: “La bondad nunca se equivoca”.

Verdaderamente, la pluma es más poderosa que la espada. Grases, Velásquez y Caldera; todos hombres tranquilos. Bulwer Lytton apuntó asimismo: “La calma es tan característica del poder, que la calma misma tiene el aspecto de la fortaleza”.

LEA

Pedro Grases en Washington, 1946, el año de la fundación de COPEI

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