Mareo rojo

Primer frente: como era de esperar, el Consejo Nacional Electoral, controlado por mayoría oficialista, aprovechó bien las facultades, conferidas por la Ley Orgánica de Procesos Electorales, para redistribuir circuitos electorales a favor de las candidaturas socialistas. Los nuevos circuitos de votación surgieron, naturalmente, en territorios donde la oposición había obtenido resultados favorables en elecciones recientes, mientras que aquellos en los que los candidatos gobiernistas se desempeñaron bien permanecieron intocados. Nada nuevo; el ventajismo es el rasgo más prominente del chavismo.

Segundo frente: a PDVSA le va muy bien con la devaluación y la dieta eléctrica. Rafael Ramírez ha anunciado con alborozo que la deuda de PDVSA con sus proveedores se ha desvanecido, gracias al nuevo esquema de cambios, y señala que el racionamiento de electricidad no afecta a las operaciones de la empresa, puesto que la mayoría de los sitios de perforación genera su propia electricidad con plantas separadas de la red nacional.

Hasta ahí las buenas noticias para el gobierno. Todo lo demás es motivo de preocupación.

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La comparecencia de Hugo Chávez ante la Asamblea Nacional, el viernes pasado, para la presentación de su cuenta sobre “los aspectos políticos, económicos, sociales y administrativos de su gestión” en 2009, fue sintomática. Precedida de una hora entera de besos a niñitas y atención a galerones adulantes, la intervención, característicamente prolongada y divagante, tuvo ciertamente dos focos principales: la reiterada apelación al nuevo Nuncio Apostólico, Monseñor Pietro Parolin, y la constante referencia a la “Cuarta República”. Por momentos parecía que Chávez no había comparecido al Palacio Legislativo para explicar su gestión en 2009, sino para exponer la de los gobiernos anteriores al suyo, que cesaron hace ya casi once años exactos.

La constante apelación a Monseñor Parolin tiene una explicación obvia: tres días antes, la XCIII Asamblea Plenaria Ordinaria del Episcopado Venezolano había presentado al país su Carta Pastoral sobre el Bicentenario de la Declaración de la Independencia de la República, y en este notable documento destacan clarísimas críticas al desempeño del Estado en la última década. En suma, Chávez estaba ardido por la carta episcopal.

Por supuesto, el Presidente comparecía ante sus obsecuentes legisladores poco después del Viernes Rojo devaluador y de sus marchas y contramarchas—un gobierno que rectifica—en materia del racionamiento eléctrico impuesto a la capital de la República. Hay que reconocer que el espectáculo del viernes 15 de enero fue un acto de coraje mediático: la jovialidad presidencial quiso disipar la noción, muy difundida en la población, de que el gobierno estuviese en problemas. Alguien, en el canal televisivo de la Asamblea Nacional, decidió musicalizar el largo paseo de Chávez, previo a la alocución, con una pieza zarista: el tercer movimiento del primer concierto para piano y orquesta de Tchaikovsky fue repetido una y otra vez mientras duró el besamanos preludial.

Antes de ese acto, Chávez había intentado explicar a los venezolanos el asunto ese de la crisis eléctrica: que era causada por el fenómeno de El Niño y por la decisión equivocada de los gobiernos de la “4ª República” al construir el sistema del Guri, pues habían hecho depender de una sola fuente de suministro las tres cuartas partes de la generación eléctrica en el país. En su mensaje de cuenta, en cambio, los sospechosos cuarto-republicanos dejaron de ser imputados; el único villano era El Niño, El Niño, El Niño. Lo importante era asentar, como ítem de gestión egocéntrica, que esto “no es culpa de Chávez”.

Ahora desmiente esta explicación el Comité de Vigilancia (del Comité de Profesionales y Técnicos de Electrificación del Caroní C. A., EDELCA). En comunicado público, el comité decidió “aclararle a la nación que la crisis de insuficiencia de energía eléctrica no se debe al evento climatológico El Niño, cuya aparición en nuestra zona geográfica es cíclica y se hace presente en períodos regulares”. Y, para que no quedasen dudas, afirmó en el comunicado: “La principal causa de que actualmente nos encontremos en la situación de alarma se debe a que el Gobierno nacional no ha sido capaz de realizar, de manera oportuna, las inversiones requeridas en los sistemas de generación, transmisión, subtransmisión, distribución, comercialización y gestión del sistema eléctrico nacional”.

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El gobierno pretende anular el impacto previsible de la devaluación sobre los precios, una decisión macroeconómica, con tratamiento microeconómico expropiador. La crisis de un segmento del sistema bancario, originada en la tolerancia y estímulo a la corrupción, con el tratamiento microeconómico de la intervención. Ambas cosas dan pie a la orgía estatizante de un gobierno cuyo jefe acaba de declararse marxista, es decir, anacrónico. Ya el Estado venezolano se ha hecho con el control de 25% del sistema bancario nacional, y la Asamblea Nacional acaba de modificar la Ley de Defensa a las Personas en el Acceso a Bienes y Servicios, para extender el mecanismo de expropiación y las facultades presidenciales para iniciarla “sin que medie para ello declaratoria de utilidad pública e interés social por parte de la Asamblea Nacional”. (Chávez había pedido estos nuevos poderes el viernes 15 en su alocución ante la Asamblea, y ésta le complació de inmediato).

Pero el país no se engaña con la erraticidad del gobierno, que hoy dice, por enésima vez, que quiere mejorar las relaciones con los Estados Unidos y mañana los acusa de la ocupación de Haití bajo el disfraz de la ayuda humanitaria. (El hermano Lula, en cambio, conversa con Obama y le propone una mayor presencia estadounidense en la atribulada república del Caribe, que hoy fue despertada, a las 6:03 a. m., con un nuevo terremoto de 6,1 en la escala de Richter).

Por todas partes resurgen las fórmulas drásticas; una típica, la idea de la renuncia del Presidente. Rafael Poleo la presentó hábilmente en su Péndulo del viernes 15 en la revista Zeta, al sugerir a la gente del PSUV que la cesantía de Chávez es asunto que les conviene. («El Presidente debe renunciar en vista de su inocultable incapacidad para el ejercicio del cargo… Por cierto que esta mera exposición de hechos perceptibles por quien tenga ojos para ver, no puede ignorar que el PSUV, aun disminuido por una conducción errónea, sigue siendo el partido mayoritario, de lo cual se derivan derechos innegables. Uno de esos derechos sería, vía la Asamblea Nacional, decidir la substitución presidencial, mejor si previo acuerdo con el substituido. Porque no se trata de sacar del poder al PSUV, ni siquiera al Presidente Chávez, sino de cortar un proceso degenerativo que conduce al desastre»).

Y al creciente coro de advertencias provenientes de sus filas—Chaderton, Dieterich—se ha incorporado un video del grupo de los Carapaicas, gente armada de la Urbanización 23 de Enero, en el que hacen una desoladora descripción de la enorme torta y recomiendan la sustitución de todo el gabinete de ministros (con una que otra «honrosa» excepción).

Hasta el mismo Chávez, con incómoda jaqueca política, está muy consciente del problema. Ya son dos las ocasiones recientes en las que ha probado incitar a la dirigencia opositora formal, retándola a que plantee un nuevo referéndum revocatorio, mientras echa la culpa de cualquier problema sobre los hombros de terceros (hasta la delincuencia sería culpa ¡de la burguesía nacional en complicidad con los Estados Unidos, pues la promueve y financia!)

No será Chávez, en obvia decadencia, quien fijará la agenda política del pueblo. Hay otras maneras, distintas de la revocación, para dar término democrático a su desgobierno. LEA

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