Oposicionitis infecciosa

El Presidente de la República, que al igual que Carlos Andrés Pérez se beneficiaría mucho de “un poquito de ignorancia”, jugó a ser doctor el pasado viernes 16, cuando diagnosticó en la oposición la enfermedad del “escualidismo”. La metáfora no es mala: hay mucho opositor evidentemente enfermo; el problema con el Sr. Presidente es que cree—o hace creer que cree—que en el país no existen sino quienes le apoyan y los que él llama “escuálidos”. (DRAE: Flaco, macilento).

El mundo, por supuesto, viene en colores. Es comprensible que quien tiende a vivir en el siglo XIX, a pesar de su “socialismo del siglo XXI”, tienda igualmente a creer que la sociedad en general y en particular la venezolana existen en blanco y negro, como los primeros daguerrotipos (1837).

Por otra parte, el chavismo es una enfermedad cancerosa, mucho más perniciosa que el infeccioso paludismo opositor o escualidismo, y de ella se ocupará quien escribe en una segunda entrega sobre el tema. Pero no le falta algo de razón a Chávez cuando dice que “la oposición” se alegra con malas noticias, como la crisis del suministro eléctrico o las dificultades de la economía: “Lo que para la patria es malo o puede ser malo, para ellos [la oposición] es bueno, se alegran. Es una enfermedad. Ser escuálido es una enfermedad que requiere tratamiento especial, aunque no sé si tiene cura”. No todo quien se le opone cabe en esa descripción, por supuesto, pero más de uno entre nuestros conciudadanos corresponde a ella.

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Hay un opositor que es patológico porque su conducta conspira contra las posibilidades de éxito de la oposición y también porque se daña a sí mismo. El opositor patológico es adicto al objeto de su oposición. Si Chávez no ha dicho nada últimamente, siente una desazón de carácter obsesivo-compulsivo y busca encontrar en el territorio de alguna gobernación, o un municipio fronterizo, una manifestación más de la maldad de su régimen. Necesita comprobar cada día, con evidencia fresca, la maldad del mandatario y su combo. Necesita hablar de esas cosas—ahora en Twitter—todos los días, varias veces al día.

Atraído irremisiblemente hacia el objeto de su odio, como quien se deja cautivar por la mirada de una serpiente, como mariposa que busca la lumbre en la noche (así se achicharre), procura estar enterado de todos los pasos del actual Presidente de la República, y esto realimenta su angustia, su odio, su estrés. Chávez sabe que causa ese efecto, y disfruta dando pie a que esas emociones cundan en el número de sus opositores; hace a propósito lo que él presume que les causará mayor irritación. El niño es llorón y la mamá lo pellizca.

Ésta no es, por otro lado, la única realimentación que se produce en esta dinámica. La ritual execración de la figura presidencial proporciona al opositor adicto un progreso indirecto en la imagen ética que tiene de sí mismo. En efecto, mientras puede hablar peor del Presidente, mientras más malvado lo encuentra es, por implicación, una mejor persona. Dado que no es como él—¡Dios lo libre!—entonces es bueno. Su bondad progresa relativamente, sin que haga mérito independiente, porque la maldad de Chávez crece todos los días.

Todavía hay un tercer mecanismo psicológico que refuerza la adicción: en la execración ritual, en saborear una mezcla de amargura y angustia porque el hombre no ha caído, el opositor adicto ha encontrado la trascendencia. Ahora es un patriota, ya no sólo un ejecutivo financiero, un comunicador social o un dentista que antes no se preocupó para nada de la política. Ahora es héroe, pues marcha cuando se lo piden y ha sentido en pulmón propio la gaseosa y lacrimógena represión. Ahora es valiente.

Si, por otra parte, ocurre que es gente de clase media o baja, su participación en un movimiento en el que destacan notables figuras de la más alta clase le confiere movilidad social vertical, sobre todo si logra identificarse con algún atuendo característico de la clase alta (como un cierto sombrero de Panamá que distinguía hace un tiempo a una arribista dama de clase media), y dice Marcel y Oscarcito y María Corina y Leopoldo como si les tuteara de toda la vida. Ahora el opositor enfermizo se codea con los más ricos y hasta parece adinerado.

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El tipo weberiano (ideal, abstracto) de opositor es, asimismo, un ser inerrante. Nunca se ha equivocado. Carmona habría tenido razón al volarse sin remilgos la Asamblea Nacional entera y anular la designación bolivariana de la república; el paro que siguiera al carmonazo habría sido la medida justa, sobre todo cuando entrara en él la “gente del petróleo”—a pesar de que por su acción se acelerara grandemente lo que se presumía era un desenlace inconveniente e inevitable. (“Chávez nos iba a fregar en dos años; con el paro petrolero hicimos que se quitara la careta y nos fregara ¡en dos meses!”) Habría sido correcto abstenerse el 30 de octubre de 2004 y el 7 de agosto de 2005, y el 4 de diciembre de este último año habría sido lo acertado retirarse de las elecciones de Asamblea Nacional, aunque de esa manera se entregara todo el frente al enemigo.

Para esta psicología, la retirada y abstención del 4 de diciembre de 2005 fueron, increíblemente, incomprensiblemente, un triunfo extraordinario, presagio en sí mismo del descalabro del régimen. (Hasta se anunció un Movimiento 4D, de vida tan efímera como la “carmonada”). Un pertinaz espejismo triunfalista domina cíclicamente esa psiquis, cuando si algo estuvo claro el 4 de diciembre de aquel año es que los electores no fueron cautivados por el discurso oficialista, pero mucho menos por el opositor. Retirar las candidaturas a última hora era, realmente, un intento burdo por impedir el implacable juicio y el más patente rechazo a la oferta de oposición que pronosticaban, una vez más, todas las encuestas.

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El tipo ideal de opositor existencial, adicto e inerrante es también supersticioso. La psiquiatra Magaly Villalobos mostró este rasgo en trabajo al que llamó Caimanes de un mismo caño (2004), en el que encontraba más de una similitud entre el opositor radical y el chavista duro. En particular, describía la imaginería supersticiosa de cierta oposición, que a la superchería mariano-lioncista y santera de la afiliación oficialista, opone las estampitas virginales y pretende que la Madre de Dios ha sacado carnet de la Coordinadora Democrática o la Mesa de la Unidad ídem. (“No importa que no tengamos aviones porque allá tenemos a Dios que nos acompaña”. Antonio Ledezma, 19 de abril de 2010).

Claro, esta concupiscencia supersticiosa ha sido estimulada desde altas esferas, como cuando un cardenal—que no era Rosalio—sugiriera en la Catedral de Caracas que los deslaves e inundaciones que asolaron al estado Vargas en 1999 eran un castigo de Dios a la soberbia presidencial.

¿No se llamaba Juan Fernández aquel indio al que se habría aparecido la Virgen de Coromoto? ¿No había una relación numerológica implacable entre la fecha del referendo revocatorio y el número 2.021, o algo así, que hacía ineludible la caída de Chávez? ¿No lo habían determinado los astros de algún modo?

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El tipo patológico de opositor es, por otra parte, simplista y trillado. Va por la vida (política) armado de dogmáticas prescripciones estratégicas: “Hay que calentar la calle”; “lo que hay que hacer es constituir un movimiento de movimientos”; “si no hay un CNE confiable no se puede ir a elecciones”; “la unidad es necesaria por encima de cualquier cosa, y debemos tener un solo candidato opositor”.

El estado mental, la situación emocional de este tipo de opositor no puede hacer otra cosa que agravarse pues, siendo que su conducta fortalece al objeto de su odio, obtiene en su empecinamiento lo mismo que le angustia. Es difícil tratarle: cuando se busca explicarle algún aspecto de la realidad cuya comprensión pudiera hacerle aterrizar, una cierta clase de paranoia le hace ver traidores en quienes procuran que entienda.

Esto por lo que toca al nivel individual, a la tragedia psicológica que corroe la salud mental de esta clase de opositor. En lo tocante a la dimensión política, es imposible lograr aciertos con la aplicación reiterada de recetas que se ha demostrado son ineficaces, una y otra vez. No es posible obtener resultados novedosos y eficaces con la repetición de métodos viejos e ineficaces. El peor de todos, se ha comprobado, es el de permitir el predominio del opositor adicto, ritual, obsesivo, supersticioso, inmediatista, estratégicamente superficial, enfermo. LEA

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