Con fecha de hoy

 

Por fortuna, recibo de cuando en cuando estímulos y acicates a mi labor de político general (como en Medicina General); me alegró la mañana un correo que transcribo (sin comprometer la identidad del remitente), seguido de mi larga contestación.

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Buen día amigo Luis Enrique,
He leído con atención su artículo «Lógica anecdótica«, y veo que lo acontecido en la actualidad refleja el mismo egoísmo de las élites políticas de nuestro país que nos ha llevado a la tribulación que hoy vivimos.
De lo expuesto por usted en su extensa y bien argumentada obra escrita, así como en su programa radial, he podido evidenciar la cualidad asertiva y casi profética de sus análisis. Por lo tanto no encuentro una explicación racional a la ignorancia de personas y grupos de poder a sus claros, lógicos y bien sustentados planteamientos.
Como usted bien dice, si alguien difiere de su posición, debe argumentar al respecto y no recurrir a lo falaz.
En cuanto al derecho se refiere, considero que éste requiere de un alto porcentaje de sentido común, cosa que pareciera que le falta a muchos opinadores de oficio.
Disculpe mi intromisión, pero me indigna que usted sea atacado de esa manera cuando su aporte a la Política ha sido verdaderamente importante.
Gracias por su aporte,

NN

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Muchas gracias, Don NN, por sus generosas palabras de aprobación y solidaridad. Permita que le copie de mi correo del pasado 12 de marzo a un corresponsal que planteara algo muy similar a lo que Ud. observa, y me requería sobre un anuncio en mi programa («En un programa reciente, pero cuya fecha no recuerdo, usted mencionó que iba a preparar un plan o propuesta o dictamen para la recuperación social y económica del país”):

El problema no es sólo venezolano; en el campo de la investigación y el desarrollo existe desde hace tiempo la expresión not invented here para referirse a la resistencia a adoptar alguna idea ajena. En mi caso debe tomarse en cuenta mi larga crítica a los actores políticos convencionales (desde febrero de 1985). Consciente de este problema, el año pasado allegué una proposición a la dirigencia de la Asamblea por personas interpuestas (una de ellas Blanca Rosa Mármol), rogándoles que ni me mencionaran siquiera. En Hallado lobo estepario en el trópico (mayo de 2011), me referí a otra de las raíces:

A mí me pasa que no puedo callar ante el error político; me tomo muy en serio la responsabilidad profesional con la que ese arte debe ser practicado. No puedo romper la solidez de mi compromiso con la verdad. Soy médico político; no puedo decirle al paciente nacional, que sufre del mal oncológico del chavismo, que tiene catarro, ni diagnosticar la insuficiencia política de sus opositores burocratizados como mera y pasajera indigestión. Al mismo tiempo, comprendo los problemas que suscito entre quienes entienden el oficio de otro modo: una lucha por el poder con la coartada de una ideología. No respondo a ideología ninguna, pues creo que todas son formas obsoletas, pre-científicas de hacer una medicina política que debe ser clínica.

Creo mi obligación componer una aproximación terapéutica a lo que sería el programa de una nueva administración. Algunas de sus líneas fueron expuestas a modo preliminar en Recurso de Amparo (14 de julio de 2015). Igualmente, someto ese compromiso personal con arreglo a la introducción de mi primer acto de política clínica (Dictamen, junio de 1986):

Un paciente se encuentra sobre la cama. No parece padecer una indisposición común y leve. Demasiados signos del malestar, demasiada intensidad y duración de las dolencias indican a las claras que se trata de una enfermedad que se halla en fase crítica. Por esto es preciso acordar con prontitud un tratamiento. No es que el enfermo se recuperará por sus propias fuerzas y a corto plazo. Tampoco puede decirse que las recetas habituales funcionarán esta vez. El cuerpo del paciente lucha y busca adaptarse, y su reacción, la que muchas veces sigue cauces nuevos, revela que debe buscarse tratamientos distintos a los conocidos. Debe inventarse un nuevo tratamiento. La junta médica que pueda opinar debe hacerlo pronto, y debe también descartar, responsable y claramente, las proposiciones terapéuticas que no conduzcan a nada, las que no sean más que pseudotratamientos, las que sean insuficientes, las que agravarían el cuadro clínico, de por sí extraordinariamente complicado, sobrecargado, grave. Así, se vuelve asunto de la primera importancia establecer las reglas que determinarán la escogencia del tratamiento a aplicar. Fuera de consideración deben quedar  aquellas reglas propuestas por algunos pretendidos médicos, que quieren hacer prevalecer sus tratamientos porque son los que más gritan, o los que hayan tenido éxito en descalificar a algún colega, o los que sostengan que a ese paciente “lo vieron primero”. La situación no permite tolerar tal irresponsabilidad. No se califica un médico porque haya logrado descalificar a otro. No se convierten en eficaces sus tratamientos porque los vocifere, como no es garantía de eficacia el que algunos sean los más antiguos médicos de la familia. El paciente requiere el mejor tratamiento que sea posible combinar, así que lo indicado es contrastar los tratamientos que se propongan. Debe compararse lo que realmente curan y lo que realmente dañan, pues todo tratamiento tiene un costo. Es así como debe seleccionarse la terapéutica. Será preferible, por ejemplo, un tratamiento que incida sobre una causa patológica a uno que tan sólo modere un síntoma; será preferible un tratamiento que resuelva la crisis por mayor tiempo a uno que se limite a producir una mejora transitoria. Y por esto es importante la comparación rigurosa e implacable de los tratamientos que se proponen. Solamente así daremos al paciente su mejor oportunidad.

Esta prescripción, este modo de seleccionar la terapéutica, con la que seguramente estaríamos de acuerdo si un familiar nuestro estuviese gravemente enfermo, debiera ser la misma que aplicásemos a los problemas de nuestra sociedad.

Venezuela es el paciente. Es obvio que sus males no son pequeños. Ya casi se ha borrado de la memoria aquella época en la que nuestros medios de comunicación difundían una mayoría de buenas noticias, cuando en la psiquis nacional predominaba el optimismo y la sensación de progreso. La política se hace entonces exigible como un acto médico. En las condiciones actuales, en las que el sufrimiento es intenso y creciente, ya no basta que los tratamientos políticos sean lo que han venido siendo. Por esta razón este dictamen se ofrece en la justa dimensión indicada por su nombre. Es lo que yo propondría en la junta política que tuviera que atender la salud de la Nación en la presente circunstancia. Lo ofrezco en el espíritu con el que deben emitirse los dictámenes: a la vez con la fuerza del mejor tratamiento que uno sabe proponer y con la conciencia de su imperfección, deliberadamente abierto y vulnerable ante la refutación. A fin de cuentas aún lo que propone el hombre más seguro no pasa de ser una mera conjetura. (…) Este dictamen podría ser mucho mejor, como dije, en más de un aspecto. Su tesitura es más cualitativa que cuantitativa. Lo cuantitativo lo empleo aquí más como herramienta didáctica que como explicación substancial. Esto no significa que no haya hecho una verificación cuantitativa de lo que expongo, y en cambio significa que deberé apoyarlo en una versión más completa con una mayor participación de datos numéricos. Por supuesto, una buena parte de la verificación crítica y del intento de refutar lo que acá digo debe fundarse justamente en la indagación estadística, en los exámenes de laboratorio que puedan confirmar o refutar el diagnóstico o también indicar la factibilidad o inconveniencia de algún tratamiento sugerido. Insisto de nuevo en esto: aún el éxito de este dictamen ante un escrutinio despiadado no será demostración de su corrección abstracta. Recordemos a Bertrand Russell prologando el Tractatus Logico-Philosophicus de Ludwig Wittgenstein: “Como alguien que posee una larga experiencia en las dificultades de la lógica y en lo engañoso de teorías que parecen irrefutables, me hallo incapaz de estar seguro de la corrección de una teoría, meramente sobre la base de que no pueda ver algún punto en que esté errada.”

Pero si en el reino de la lógica y de la matemática pareciera haber todo el tiempo del mundo para refinar y verificar, ante un caso clínicamente crítico es preciso elegir un tratamiento con prontitud. Y esto, como dije, no puede hacerse sensatamente sin la contrastación. Fuera de la metáfora médica puede asemejarse esta necesidad a la de una licitación política. El país está convocando a una licitación. Uslar dice: “El país está deseoso de que se le señale un rumbo.” Aquí me atrevo, después de mucho escrúpulo, a proponer uno. Invito a mis colegas en la preocupación por el diseño societal a que propongan otros, para que veamos cuál resuelve la mayor cantidad de problemas, los problemas más importantes, al menor costo relativo. Invito especialmente a todos aquellos venezolanos que han supuesto que dirigirían correctamente al país desde sus más poderosas magistraturas a que participen de esta licitación política a la que Venezuela ha convocado. Esta es una hora de inquietud legítima y de ansia de poder en muchos venezolanos, en líderes establecidos y en líderes por establecerse. Jamás como ahora la época de la democracia venezolana ha suscitado  la emergencia de tantas personas prestas a blandir el timón de nuestra nave republicana. Olavarría, Fernández, Pérez, Canache Mata, Morales Bello, Caldera, Chirinos, Quirós Corradi, Muñoz, Piñerúa Ordaz, Alvarez Paz, Granier, Leandro Mora, Peñalver, Matos Azócar, Aguilar, Cardozo, Mayz Vallenilla, Otero Castillo, Urbaneja, Ferrer, se cuentan entre los que han sentido alguna vez la focalización de su vocación pública en un deseo de poder. Son voces, entre muchas otras, que opinan sobre el país y su destino. Todas ellas debieran participar en la licitación. Están particularmente obligados los que piensan luchar por la máxima conducción en Venezuela. Están obligados a ofrecer, más que su poder, cualquiera que sea el que tengan, su propio dictamen.

Finalmente, ya no me preocupo por la respuesta de la Asamblea Nacional o la Mesa de la Unidad Democrática. En su biografía de Sigmund Freud (Pasiones del Espíritu), Irving Stone lo pone a decirle a su esposa:  «Creo que mis servicios y obligaciones para con un paciente se han completado una vez que he revelado el significado escondido y secreto de sus síntomas. La cura reside en ese mismo acto. Realmente no es mi responsabilidad si acepta mi diagnóstico o no, aunque por supuesto no habrá cura a menos que lo acepte. Por tanto, para mí es urgente que ella crea en mi solución y trabaje fielmente con mis indicaciones. Si los dolores son la culpa de Emma obviamente no soy yo el culpable; por tanto, ella ha fracasado en su propia cura y no soy responsable de ninguna parte del fracaso”. Como dije a una oyente de mi programa, los médicos no persiguen a los pacientes; son éstos quienes les buscan, y en De héroes y de sabios (junio de 1998) ya anticipaba: «Es probable que los hombres de pensamiento que se dediquen a la formulación de políticas se entiendan más como ‘brujos de la tribu’ que como ‘brujos del cacique’. Esto es, se reservarán el derecho de comunicar los tratamientos que conciban a los Electores, sobre todo cuando las situaciones públicas sean graves y los jefes se resistan a aceptar sus recomendaciones. Pero también es probable que en algunos pocos casos algunos brujos lleguen a ejercer como caciques. En situaciones muy críticas, en situaciones en las que una desusada concentración de disfunciones públicas evidencie una falla sistémica, generalizada, es posible que se entienda que más que una crisis política se está ante una crisis de la política, la que requiere un actor diferente que la trate”.

Dicho de otro modo: dejo a la tribu el problema de la atención de la Asamblea Nacional a los tratamientos que proponga.

En efecto, Don NN, pongo a disposición de mi país el trabajo profesional de 34 años desde un punto de vista clínico (que me ha permitido desarrollar un paradigma distinto del de una mera lucha por el poder), una trayectoria ejecutiva comprobablemente exitosa y, lo que Tocqueville consideró un elemento esencial al “verdadero arte del Estado”, la capacidad para predecir el futuro; esto es, visión. Mi promedio de bateo predictivo es alto. Por último, un código de ética que compuse y juré públicamente cumplir en septiembre de 1995 y del que nunca me he apartado (aun antes de su redacción). Copio sus estipulaciones segunda, quinta y sexta:

Procuraré comunicar interpretaciones correctas del estado y evolución de la sociedad general, de modo que contribuya a que los miembros de esa sociedad puedan tener una conciencia más objetiva de su estado y sus posibilidades, y contradiré aquellas interpretaciones que considere inexactas o lesivas a la propia estima de la sociedad general y a la justa evaluación de sus miembros.

Consideraré mis apreciaciones y dictámenes como susceptibles de mejora o superación, por lo que escucharé opiniones diferentes a las mías, someteré yo mismo a revisión tales apreciaciones y dictámenes y compensaré justamente los daños que mi intervención haya causado cuando éstos se debiesen a mi negligencia.

No dejaré de aprender lo que sea necesario para el mejor ejercicio del arte de la Política, y no pretenderé jamás que lo conozco completo y que no hay asuntos en los que otras opiniones sean más calificadas que las mías.

En 1985 expuse (Tiempo de incongruencia):

Ese nuevo actor político, pues, requiere una valentía diferente a la que el actor político tradicional ha estimado necesaria. El actor político tradicional parte del principio de que debe exhibirse como un ser inerrante, como alguien que nunca se ha equivocado, pues sostiene que eso es exigencia de un pueblo que sólo valoraría la prepotencia. El nuevo actor político, en cambio, tiene la valentía y la honestidad intelectual de fundar sus cimientos sobre la realidad de la falibilidad humana. Por eso no teme a la crítica sino que la busca y la consagra.

Por lo que respecta al Derecho, se trata de una disciplina para la que son esenciales el correcto discurrir lógico y, en nuestro caso, un buen uso del castellano, En cuanto a las resistencias, ya Terencio advirtió en el siglo I de nuestra era: La verdad engendra odio. En un plano puramente psicológico, Theodore Meynert consolaba a Freud: “El adversario que más te combate es el que está más convencido de que tienes razón”.

Vuelvo al comienzo; no es sólo aquí donde observamos las conductas políticas disfuncionales que Ud. reprueba con razón; ellas existen en toda otra latitud. Son lo que André Malraux llamaría la condition humaine, y con eso tenemos que vivir sin ceder a la amargura:

Ofrezco, por ende, sólo dos cosas: una política seria y responsable, al servicio del paciente nacional, y una ausencia de reconcomio. Salvo la envidia y la avaricia, me confieso practicante de los restantes cinco pecados capitales, pero no guardo rencores. El resentimiento es en mí una emoción efímera, cuestión de horas. Sé que la llegada de un nuevo paradigma es asunto muy difícil, y por eso tengo paciencia con mis detractores. Y no reivindico que tenga mérito alguno en mi manera de ser, como tampoco admito la culpa.  Fueron mis padres quienes me hicieron, y a mi cabeza y mi corazón, con su amor de recién casados. Ellos quienes escogieron mi querido colegio de la infancia y primera juventud, donde tuve la suerte de excepcionales profesores que forjaron mi modo de pensar y mi postura ante la vida. Lo que haya podido lograr no se explica sino a partir de esa suerte y la de haber seguido trayectorias que a otros estuvieron vedadas. Temo que, en el Juicio Final, Eduardo Fernández irá a sentarse entre querubines, y yo seré enviado a la Quinta Paila del Infierno.

De resto, estoy dispuesto a pagar el precio de mi juramento de 1995, aun cuando ése sea la peor maldición para un político: la soledad. Porque es que Armanda dijo a Harry Haller—Der Steppenwolf—, según la invención de Hermann Hesse: “Pero también pertenece del mismo modo a la eternidad la imagen de cualquier acción noble, la fuerza de todo sentimiento puro, aun cuando nadie sepa nada de ello, ni lo vea, ni lo escriba, ni lo conserve para la posteridad”. (En Hallado lobo estepario en el trópico).

De nuevo, le agradezco su aprecio y concurrencia, que son estímulos que mucho me animan.

De Ud., agradecido

 

luis enrique ALCALÁ

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