Para conmemorar el Día de la Juventud (12 de febrero), el periódico El Nacional inauguró en 1969 una página semanal—Juventud y Futuro—que puso a cargo del Dr. José Rafael Revenga.  Éste, que recibió la encomienda de Arturo Úslar Pietri, explicó que quería «reflejar fielmente todo el complejo panorama de las luchas, las esperanzas y la situación de la juventud». Menos de un año antes, Occidente se estremecía con los incidentes del juvenil Mayo Francés, y las confrontaciones de estudiantes y policías en las universidades de Columbia y Berkeley por el issue de la Guerra de Vietnam, inmortalizadas en el filme Las fresas de la amargura. (The Strawberry Statement).

Al cumplirse un año de la página, el Dr. Revenga tuvo la amabilidad de publicar en ella un ejercicio de ficción (Apocagénesis) del suscrito—del que una amiga con autoridad literaria dijera que no era un cuento—, el 10 de febrero de 1970. Es el texto que se reproduce abajo. No sé, a estas alturas, qué genero atribuirle: ¿ciencia-ficción? ¿Política-ficción? Lo cierto es que contiene uno que otro detalle de rasgos proféticos (incluyendo que faltaban seis años para que conociera y me enamorara de mi esposa quien, como la protagonista de la historia, se llama Cecilia); también puede reivindicar el «cuento» un cierto sabor al tipo de narraciones como Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, con veinticinco años de anticipación a esa novela.

John Lange hizo amigablemente la ilustración para la pieza.

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I. Juventud y futuro

En la madrugada del 1º de enero de 1980, Fernando se encontraba bailando con su flamante pareja en el apartamento 4B del edificio Carmelitas.

El viejo inmueble había alojado anteriormente al Ministerio de Comunicaciones. Cuando el Ministerio se dividió en un Ministerio de Transporte y otro que conservó la antigua denominación, ninguno de los dos ministros quiso quedarse en esa esquina, y cada uno logró conseguir una torre de veinte pisos—ambas idénticas para evitar los celos—en el Grupo Ministerial Nº 5, en el mismo sitio donde una vez se irguiera aquel famoso hotel que se inaugurara una decena de años atrás. (Destruir y reconstruir El Conde ha sido el pasatiempo “antiaristocrático” favorito de los gobiernos democráticos venezolanos).

El edificio Carmelitas había sido entregado a una inmobiliaria de mucho renombre—creo que a Alianza para el Proqueso—, para que lo alquilara y supliera de esta forma las necesidades de xerocopias de los Ministerios del Transporte y de Comunicaciones.

Ocupaban la edificación alrededor de ochenta familias del percentil 40, además de locales comerciales—siete—cuatro de los cuales eran joyerías.

Fernando bailaba en una fiesta de Año Nuevo que se había organizado por contribución en casa de los Matute, que, como ya sabemos, tenían alquilado el 4B.

La pareja de Fernando se mostraba extrañada por el laconismo de éste, quien habitualmente era un gran conversador. Los pensamientos de Fernando estaban probando ser más potentes que la festiva algarabía que le rodeaba.

“Tiene que llegar. ¡Tiene que llegar!» En verdad que no eran muchos los pensamientos de Fernando. Hasta se podría decir que era solamente uno. Lo que Fernando esperaba con tanta concentración era un bombardeo de la ciudad de Caracas. Debía efectuarse, según lo acordado, hacia las cinco y treinta de la mañana, y en el barato reloj de nuestro amigo las agujas indicaban tres minutos de retraso. Ya estaba maldiciendo de la imprecisión de su reloj, cuando creyó ver por el balcón a una figura amarilla con periscopio que se acercaba volando silenciosamente. El avión (?) prosiguió su rumbo hasta quedar a plomo con la Plaza Bolívar. Allí se detuvo por unos segundos hasta que, abriendo sus compuertas, dejó caer una única bomba en forma de tulipán. El aparato desapareció del lugar antes de que la bomba pudiera tocar tierra. Cuando ésta lo hizo, se abrió para dar origen a dos fenómenos igualmente intensos: una brillante luz amarilla que iluminó a toda la ciudad y un ensordecedor acorde de los Beatles amplificado tantas veces que se escuchó desde Antímano hasta Petare.

Estaba consumado el bombardeo, contratado meses atrás por un grupo de jóvenes caraqueños con Daniel el Rojo, Inc., empresa que había desarrollado la temible bomba que, por primera vez en el mundo, había sido ensayada en esa mañana de 1980.

Cuando Fernando pudo reponerse de la impresión que el espectáculo audiovisual le causara, se dirigió a toda prisa a ocupar su puesto en la Brigada de Evaluación Nº 2, la que estaba encargada de comprobar los efectos del bombardeo en el sector centro-oeste de Caracas.

A los pocos minutos todo el grupo estaba reunido y, sin pronunciar una palabra, los jóvenes se dispusieron al examen de la situación. Tal como Daniel el Rojo, Inc. lo prometiera, en el sector de Fernando todas las edificaciones estaban intactas. Encuestando casa por casa, se pudieron dar cuenta de que el efecto garantizado había tenido lugar: todas las personas mayores de treinta años habían fallecido instantáneamente.

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El primer problema de la primera sociedad verdaderamente juvenil—después de la de Adán y Eva—fue el de disponer de los cadáveres. A fin de cuentas se trataba del 35 por ciento de la población.

La solución más adecuada fue presentada por un estudiante de Artes Plásticas. Consistió en apilar los cuerpos en el Parque del Este y cubrir la pirámide resultante con una resina transparente, que al solidificarse transformó aquel inerte grupo en una gigantesca escultura que servía de recordatorio imponente.

El Consejo de Gobierno que se formó con los conspiradores iniciales tomó una segunda decisión muy importante: trazó una Cortina de Hierro o Muralla China en el perímetro de Caracas, y advirtió a los adultos del resto del mundo que no debían penetrar en la ciudad, so pena de sufrir lo mismo que ocurriera a los adultos caraqueños, punto excelentemente ilustrado con algunos cadáveres que fueron colocados con avisos en ubicaciones estratégicas, y que habían sido salvados de la pirámide del Parque del Este justamente con ese propósito.

Pasaron varios días. El Consejo de Gobierno se había disuelto por considerar que en una sociedad joven no debían existir mecanismos de poder. Precisamente para acabar con ellos se había contratado el bombardeo.

Cuando una noche, después de concluir el sexto concierto-baile-meditación que se ofrecía diariamente, los circunstantes se dieron cuenta de que el automercado vecino había agotado sus existencias, uno de los músicos propuso ponerse a trabajar para conseguir el alimento. Otro de los presentes, de apariencia intelectual, intervino para decir que no se podía trabajar sin organización y que no podía establecerse una organización sin que existiera alguna jefatura instituida. Fue muy tarde cuando se dio cuenta de las palabras malditas que había pronunciado. No había terminado de decir “…fatura” cuando los que le rodeaban se abalanzaron sobre él, y cuando sus labios se cerraron para terminar de decir «…tituida» no se volvieron a abrir más. La masa no dejó de él labios que pudieran abrirse.

Saturados con el incidente, los asistentes no volvieron a pensar en comer y se dirigieron todos a dormir. Sin embargo, a la mañana siguiente el hambre se había fortalecido. Y dos jóvenes que estuvieron escudriñándose con extremada precaución—nadie quería ser el segundo tomo de la noche anterior—, al cabo de una hora de conversación cuidadosamente seleccionada, se pusieron de acuerdo en una cosa: poco a poco formarían un partido que, al contar con suficiente apoyo, podría tomar el poder y forzar a la nueva sociedad a que se organizara para trabajar. Se despidieron en silencio, y con sonrisas inseguras se alejaron para iniciar el proselitismo.

Una conspiración similar comenzaba a formarse en otro sitio y por razones diferentes. Al día siguiente del bombardeo, los jóvenes que vivían en ranchos y casas viejas y pequeñas se juntaron en fraternal alegría con los que provenían de otros percentiles. En la total identificación que siguió a la primera celebración se anunció con gran alborozo que había suficiente espacio en viviendas adecuadas para aquella población que nunca había podido vivir bajo un techo decente. Las primeras noches no hubo problema alguno. Cada quien se acomodó para dormir en la habitación que se le hubiera antojado. En las semanas sucesivas, prácticamente todo el mundo había dormido en una casa distinta cada noche. Pero, poco a poco, ciertas casas empezaron a verse muy solicitadas. Estas casas estaban ubicadas en el Este de Caracas o hacia las colinas del sur, desde donde se disfrutaba de una excelente vista del Ávila.

Pues, como decía, otra conspiración surgió; trataba de formar otro partido que esta vez se dedicaría a resolver el problema de la vivienda.

Así, casi cada problema originó con el tiempo al partido correspondiente. No obstante, se procuró evitar identificarse con términos y conceptos del pasado. Por esto, a los partidos no se les llamaba partidos sino trozos, no se les identificaba con siglas sino con números, y cuando se inventó un sistema eleccionario se hablaba de votancias, y las tarjetas de colores se introducían en “féretros”.

Ya por el mes de marzo se contaba con un gobierno sólidamente instalado. El trozo que había ganado las votancias en biolimpia campañada había sido el trozo 1-2-3. Al son de “Uno, dos y tres, el pueblo maché”, el nuevo mandatosio ocupó su puesto para dedicarse a nombrar a sus maxistros.

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El 30 de junio venció el período que Daniel el Rojo, Inc. había fijado en cláusula aparte para la segunda fumigación. Ésta tenía por objeto limpiar definitivamente a la ciudad de influencias adultas. Era como la segunda dosis de la vacuna contra el polio, y esta vez no dejaría en pie a nada viviente que se comportara como adulto.

El 1º de julio Fernando se encontró solo. Había sido, a sus 29 años de edad, el único sobreviviente del Apocalipsis.

Era el único que se había mantenido independiente, y su costumbre de tratar de ser tan flexible como para comprender a todo el mundo parecía ser el único antídoto efectivo contra la terrible segunda fumigación.

Vagó tristemente por la íngrima ciudad. Estaba ya más que convencido de que no quedaba nadie que le acompañara. Pero, repentinamente y sin creer siquiera en el éxito de su nuevo impulso, comenzó a correr desesperadamente al encuentro de una figura femenina que súbitamente había aparecido de la nada a unas dos cuadras de él.

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II. Vejez y pasado

Cecilia se sentaba por fin a la mesa. Había ya servido las hallacas que ella misma hubiera hecho para esta cena familiar de Año Nuevo. En años tenía treinta y dos, de los cuales había estado casada trece y, de éstos, los últimos cinco perfeccionando sus hallacas de razonable fama.

Todos los niños dormían, y en torno a la mesa se encontraba una variedad de suegros, tíos y amigos allegados. Hacía tiempo que los esposos querían reunir a ambas ramas de la familia, y lo habían conseguido con ocasión de que esa cena fuera la primera que hicieran en su nuevo apartamento, el 4-A del edificio Carmelitas.

Habían asistido prácticamente todos. Don Jorge y Doña Elisa, Don Federico y Doña Adela, tío Carlos, tío Francisco, tía Carmen, tía Dolores la soltera, los Ochoa y los Álvarez. Casi todos. (“Por qué Don Oscar siempre llega tarde? ¿Adivinaría que tía Dolores le iba a tocar de pareja?”)

La cena tardó bastante. Hubo que esperar a que Don Federico, quien siempre hablaba demasiado en la mesa, terminara por fin con su dulce de lechosa. Don Federico había estado desarrollando una de sus tesis mas queridas: “Es un error hablar de mayoría de edad a los veintiuno. Nadie que no haya cumplido los treinta sabe lo que es la vida, lo que es la realidad”. Con medio pedazo de dulce dentro de la boca elaboró con ejemplos lo que quería decir.

Los demás asentían a su argumentación con la esperanza de que la agotara prontamente para poder levantarse de la mesa porque, si bien las hallacas de Cecilia eran excelentes, tendían a ser bastante pesadas.

El resto de la noche transcurrió sin mayores problemas. Don Jorge y tío Carlos fueron los únicos que se emborracharon, pero el primero se durmió en el sillón mas cómodo que encontró, y el segundo fue sacado por su señora con el pretexto de que tenían que pasar por casa de los Yanes.

A las cinco y veinticinco, Cecilia y su marido despedían al último de los invitados que se retirara.

Un minuto después, Cecilia había dado el último vistazo a sus cuatro hijos, y hacia las cinco y media estaba abriendo la nevera para servirse un vaso de agua. En ese momento oyó un ensordecedor sonido y creyó reconocer las notas iniciales del Himno Nacional. También notó cómo la cocina se iluminaba con una extraña y vívida luz morada, pero estaba muy cansada como para asociar ambos eventos, y pensó que los vecinos eran muy patrióticos en Año Nuevo y que no debió beber tanto del licor morado que su marido se empeñara en comprar.

Cecilia se fue a dormir.

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A las diez y cuarto se despertó angustiada. Le extrañaba no haber escuchado el ruido habitual de los niños y no pudo seguir durmiendo con tanto silencio. Se levantó de la cama y se dirigió a ver qué estaban haciendo. Después de buscar en el ultimo rincón de la casa sin encontrarlos, despertó a su esposo para comunicarle la situación. Su marido la tranquilizó diciéndole que probablemente estarían jugando en la entrada del edificio, como acostumbraban. Cecilia corrió presurosa a la puerta del apartamento y en el momento de abrirla se dio cuenta de un inexplicable detalle: además de estar cerrada en todas las cerraduras, la puerta tenía pasada la cadena. A Cecilia la dominó un intenso temor.

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El Presidente habló en un programa especial a las tres de la tarde. Se le notaba cansado, y también estaban fatigados los ministros y los jefes de las distintas policías.

“Conciudadanos: primero que todo quiero dirigir al pueblo entero mi salutación de Año Nuevo. Pensaba hacerlo a las seis de la tarde, pero un hecho insólito en la vida de nuestro país me ha obligado a tomar contacto con Uds. lo antes posible. Como ya todos sabrán, a partir de una hora que se estima entre las cinco y media y las seis de la mañana de hoy, la población de Caracas perdió el 65 por ciento de sus habitantes. Todos los moradores menores de treinta años aparecieron muertos sin ningún signo de violencia y, no se sabe cómo, se encuentran reunidos en una enorme pirámide en el Parque del Este. En estos mismos momentos, una comisión del Ministerio de Sanidad, acompañada por funcionarios de la Administración de Parques y Jardines, se encuentra en el Parque del Este estudiando la situación. Pero estoy en capacidad de informarles, con base en datos preliminares, que no se trata de ningún fenómeno epidémico conocido. Tampoco creemos que se pueda atribuir la causa a acciones terroristas. Algunos de los cadáveres identificados pertenecían a connotados dirigentes guerrilleros de las distintas tendencias. En resumen, no creemos que lo sucedido se debe a ningún tipo de acción natural o humana, y sólo podemos definirlo con esa expresión jurídica conocida con el nombre de ‘Acto de Dios’.

Indudablemente, conciudadanos, que lo ocurrido nos ha sumido en la consternación, pero creo mi deber de Primer Mandatario el extraer de las circunstancias aspectos positivos. Estos aspectos llenarán de nuevo y rico sentido la vida de la Nación.

En primer lugar, a partir de esta mañana nos hemos convertido en la ciudad más rica del mundo. El Producto Territorial per capita del Área Metropolitana se ha multiplicado repentinamente por tres, al reducirse a la tercera parte la población de la ciudad. (Aplausos).

En segundo término, han desaparecido instantáneamente nuestros más graves problemas sociales: la delincuencia juvenil, la infancia abandonada, las guerrillas, las huelgas estudiantiles. (Ensordecedores aplausos).

Estos dos factores nos colocan en una posición única y privilegiada con respecto al resto del mundo, y mi gobierno ha considerado que tenemos la oportunidad histórica más grande que se nos haya presentado para acabar para siempre con los males que corroen a toda sociedad, y que provienen, como todos sabemos, de una descarriada juventud.

Por estas razones, leeré para Uds. el articulado principal de un Decreto que saldrá publicado esta noche en la Gaceta Oficial.

Articulo 1º. Se establece en todo el territorio del Área Metropolitana de Caracas el Servicio Obligatorio de Esterilización.

Articulo 2º. Se nombra al ciudadano doctor Gonzalo Mejías, Comisionado Especial de la Presidencia para la Esterilización Obligatoria.

Artículo 8º. Las necesidades de poblamiento del Área Metropolitana de Caracas serán cubiertas por un número de inmigrantes mayores de treinta años que será determinado por el número de defunciones que ocurran dentro del mismo territorio.

Parágrafo único. Para el control de las defunciones e inmigraciones se establecerá un mecanismo de coordinación entre los ministerios de Relaciones Interiores, Relaciones Exteriores y Sanidad y Asistencia Social”.

El Presidente no pudo hablar más por el concierto de aplausos que se desatara a la lectura del decreto. Saludando con su mano derecha, se retiró del recinto.

Todos los televisores de Caracas fueron apagados al mismo tiempo.

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En marzo de 1980, Caracas conoció un estado de violencia que no tenía precedentes. De todas partes surgieron patotas de motociclistas, armados con pistolas, puñales, cadenas y trozos de manguera rellenos de plomo.

La patota de San Bernardino era la mas temible de todas. La comandaba el famoso “Car’e Cáncer”, repulsivo viejo de sesenta y siete años que tenía el récord de haber destruido mas de veinte dentaduras mediante el efectivo procedimiento de golpear la boca de sus víctimas con el filo de una acera.

Había también la patota de “Los Inmunes”, formada por tres senadores y quince diputados, con representación de todos los partidos. Esta pandilla era el horror de los alrededores del Capitolio, hasta el punto que el Congreso se vio obligado a sesionar en el Panteón Nacional.

La droga era distribuida con mayor profusión cada día, y al Parque de Los Caobos se le conocía por el remoquete de “Parque de la Mafafa”.

Para el 30 de junio no quedaban muchos síntomas de comportamiento adulto. Hasta los gobernantes más encumbrados buscaban la manera de jubilarse del trabajo, y muchos ministros llevaban chuletas para su presentación de cuentas al Presidente.

El 19 de julio de 1980, Caracas tenía un solo habitante. Era Cecilia, quien paseándose sin rumbo por la íngrima ciudad se detuvo de pronto sin aliento al ver que un joven que apareciera de la nada corría en dirección a ella.

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III. Todo

Existe al lado del universo un antiuniverso. Alicia, la del País de las Maravillas, lo descubrió una vez al atravesar un espejo, Los físicos modernos lo descubrieron más tarde. El protón tiene su antiprotón, el neutrón su antineutrón, el electrón su antielectrón. Existe una antimateria para cada gramo de materia.

Fernando vivía en el universo y Cecilia en el antiuniverso (¿no sería al revés?)

La bomba amarilla de Fernando había originado la bomba morada del mundo de Cecilia.

Y la segunda fumigación del universo caraqueño había producido el efecto inverso en la Anticaracas.

Por una rendija entre los dos mundos, por una rotura del espejo que les separaba, Fernando y Cecilia pudieron materializarse cada uno en el mundo del otro.

Por eso Fernando no corría hacia un espejismo, ni Cecilia estaba viendo acercarse un fantasma.

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Fernando y Cecilia se amaron largamente.

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luis enrique ALCALÁ

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