Primero que nada, un test para la memoria del lector. Fue un venezolano quien dijo no hace mucho estas palabras: “Lo irresponsable hubiera sido aceptar que sólo por la violencia podríamos obtener las rectificaciones o cambios que anhelamos”.
¿Podemos recordar quién dijo eso? Si no lo recordamos, ¿podemos tratar de adivinar?
Veamos si el análisis de la oración nos ofrece alguna clave. Podemos suponer que quien afirmó algo así debe haber sido alguien que se refiere a la política del gobierno de Pérez, que desde hace un tiempo estaba proponiendo que se hicieran tales rectificaciones o cambios y que se lamenta de que sólo el intento de fuerza de la cuarta madrugada de febrero haya movido a Pérez a modificar, a regañadientes y de modo cicatero, su hasta hace nada inamovible paquete.
Nos equivocaríamos, amigo lector, si creyésemos que el autor de tan interesante sentencia es un opositor al gobierno de Pérez. No, quien dijo esas palabras no ha sido otro que el mismísimo Carlos Andrés Pérez en su discurso ante el Congreso del pasado jueves 12 de los corrientes.
Hace unos años Luis Herrera Campíns le endilgó a Pérez el calificativo de caradura. No le faltaba ni un ápice de razón. ¿Cómo puede el ciudadano Pérez afirmar una cosa así cuando es ni más ni menos la violencia del 4 de febrero la única razón que entendió, después de que por medios menos drásticos se le dijo hasta el cansancio que debía rectificar su rumbo?
¿Cómo puede afirmar, como si la cosa no fuera muy directamente con él, que “a los pueblos les hacen falta sacudones como éste de vez en cuando”?
¿Cómo puede haber dicho en repetidas ocasiones que durante su gobierno no ha habido escándalos de corrupción? ¿Es que no es escandaloso que el año pasado haya tenido que desprenderse apresuradamente de los servicios de su muy querido Orlando García, por el asunto aquél de la navajita defectuosa que Gardenia Martínez vendió a nuestras Fuerzas Armadas?
¿Cómo puede tan siquiera sugerir que la noche de las cacerolas, en la que todo el país en todas sus clases clamoró su repudio hacia él, fue un evento de la clase media chilena que habría traído consigo a Pinochet y que además tuvo un carácter “festivo”?
Efectivamente Herrera Campíns tenía toda la razón: Pérez es un caradura.
El desprecio
Más allá del caradurismo, lo que conductas como las referidas constituyen es un grave insulto a la inteligencia del venezolano. Es pensar que los habitantes de este país somos idiotas, desmemoriados, dignos del más descarado engaño. Es el desprecio. ¿Queremos que nos gobierne gente así? ¿Es correcto, como preguntaría el señor Piñerúa, que accedan a posiciones de poder o las conserven aquéllos que manifiestan con tal desfachatez un tal desprecio por sus conciudadanos? ¿Es eso correcto?
Ah, pero ahora es nada menos que ese señor Piñerúa quien ha llegado a la escena. Viene envuelto en su insistente aura de incorruptible a ocupar, superministerialmente, una especie de Ministerio de Estado contra la Corrupción.
Primero que nada, habría que ver si ese papel robesperriano que se arroga es tarea que corresponde al Ministerio de Relaciones Interiores, el que estrictamente no es un órgano de la justicia venezolana. El Poder Ejecutivo tiene dentro de su estructura otro ministerio, el de Justicia, que en todo caso sería el que tendría más que ver con el asunto.
Luego habría qué preguntarse quién es el señor Piñerúa y de donde obtiene las facultades orgánicas que le permiten declarar, según informa un vespertino de esta ciudad, que “ha resuelto dar poderes absolutos a la Fiscalía y a la Contraloría General de la República, así como al Tribunal Superior de Salvaguarda y a todos los restantes organismos del Estado que tengan que actuar en contra de la corrupción, incluyendo a los cuerpos policiales”. Acá se insinúa un cierto tufito autoritario, por decir lo menos, y en cualquier caso, una crasa ignorancia de las limitaciones jurídicas de su cargo. Que yo sepa, la Asamblea Constituyente propuesta no ha sido convocada siquiera, y por tanto, nadie puede conceder al señor Piñerúa el poder para conceder poderes absolutos de esta naturaleza, menos aún a órganos que, como la Fiscalía y la Contraloría, son completamente independientes del Poder Ejecutivo, pues ambos son nombrados por el Congreso de la República. Llama la atención el hecho de que el Dr. Escovar Salom, conocedor de las leyes del país, y tan puntilloso para recusar la reincorporación de un miembro de la Corte Suprema o para denunciar la inconstitucionalidad del decreto sobre la inscripción sin documentos de hijos de padres extranjeros, no se haya apresurado a aclararle al señor Piñerúa que él no puede concederle poderes absolutos para nada.
Holier than thou
Pero supongamos, de todas formas, que debemos perdonar este arranque como una vehemencia propia del carácter de este flamante Ministro de Relaciones Interiores, que se sintió en la obligación de hablarnos por radio la noche del cacerolazo. Excusémosle, por ahora, ese exabrupto basándonos en el beneficio de la duda que le concedemos a una tan larga trayectoria de “luchador” contra la corrupción.
Supongamos que como significa la expresión inglesa del intertítulo, el señor Piñerúa es más santo que tú y que yo. Quiero recordar al lector, y al propio señor Piñerúa, los siguientes hechos:
Primero. El señor Piñerúa ya fue Ministro de Relaciones Interiores del señor Pérez a comienzos del primer gobierno de éste. En aquella ocasión no tuvo la ocurrencia de dar poderes absolutos a nadie para la lucha contra la corrupción.
Segundo. El señor Piñerúa, durante ese primer período de Pérez, peroró un famoso discurso en el Congreso, en el que denunció que unos “doce apóstoles” participaban de la corrupción ya presunta en aquel gobierno. Ese discurso motivó que el señor Pérez aupara decididamente a Jaime Lusinchi para intentar arrebatarle al señor Piñerúa la nominación como candidato presidencial de Acción Democrática.
Tercero. El señor Piñerúa se mostró muy activo y contento por la época en que una antigua “Comisión de Etica” de su partido condenó al señor Pérez por el caso del “Sierra Nevada”. El señor Pérez se salvó de que el Congreso de ese tiempo le condenara definitivamente, gracias, entre otros, al voto de otro pequeño robespierre criollo: José Vicente Rangel.
Por estas cosas, señor Piñerúa, los venezolanos comenzamos a preguntarnos si, en su muy publicitada e implacable cruzada contra la corrupción, se dignará usted indagar en los asuntos del señor Orlando García, hasta hace nada Jefe de Seguridad Personal de su jefe suyo de usted.
¿Indagará usted, señor Piñerúa, sobre la procedencia de los medios de fortuna de una señora Cecilia Matos? ¿ Pedirá usted al señor Pérez una explicación acerca de por qué hace unos años se le ubicaba en publicaciones internacionales como uno de los personajes más ricos del mundo? ¿Le pedirá usted su balance personal?
Por ahora le recomiendo la lectura del libro “El dinero del poder”, autorado por un periodista español que quiso hurgar en los negocios personales de Felipe González, y en el que el señor Pérez es mencionado profusamente.
Por cierto, ese no es libro que se consiga con mucha facilidad en librerías venezolanas, aunque a usted, con sus poderes absolutos, no le será difícil obtenerlo. Pero hágame el favor, señor Piñerúa, mientras está en eso, ¿podría usted complacerme y averiguar, ya que ahora todos los cuerpos policiales le responden como un solo hombre, si la difusión de ese libro ha sido de algún modo impedida en Venezuela y por quién?
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