Claudio Fermín, uno de los hombres «del momento», ha salido a decir, quién sabe por qué, que no está de acuerdo con la proposición calderista del referéndum revocatorio.
Según Fermín, la posibilidad de remover de su cargo al Presidente de la República, así sea por un acto soberano del poder constituyente, de los electores en referéndum, sujetaría el sistema político a una intolerable inestabilidad.
Primero que nada, el referéndum revocatorio no es una idea de Rafael Caldera. Mucho antes de que él recogiese el concepto en su «Carta de Intención con el Pueblo de Venezuela», la idea de un referéndum revocatorio del mandato presidencial ha sido planteada por varios comentaristas y actores de nuestra escena política. Por ejemplo, viene a mi memoria que Elías Santana tiene bastante tiempo hablando de eso.
Pero como ocurre a menudo con Rafael Caldera, con el correr del tiempo ha aceptado una proposición a la que antes se oponía o, simplemente, no prestaba atención. Así, por ejemplo, hace unos diez años Rafael Caldera no quería saber nada de primeros ministros o de reformas a la Constitución. Cuando se repetía insistentemente que el modelo de desarrollo venezolano estaba agotado, el contestaba que eso no era cierto. Para él, el modelo de desarrollo venezolano estaba inmerso en el Preámbulo de la Constitución de 1961 y no estaba agotado sino, más bien, estaba por ser aplicado.
Cuando el Frente Patriótico insistía en su idea de una Asamblea Constituyente para redactar una nueva Constitución, entonces Caldera admitía que tal vez alguna enmienda sería aconsejable. Después del 4 de febrero quiso acelerar una reforma constitucional. Ahora admite, en la «carta de intención» mencionada, que tal vez una constituyente pueda ser considerada: «La previsión de la convocatoria de una Constituyente, sin romper el hilo constitucional, si el pueblo lo considerare necesario, puede incluirse en la Reforma Constitucional, encuadrando esa figura excepcional en el Estado de Derecho». (Carta de Intención, pág. 11).
Pero ¡enhorabuena! Ahora el Presidente Electo sí cree en el referéndum revocatorio. Pienso que hay que tomarle la palabra.
La probabilidad de que el gobierno de Rafael Caldera deba sufrir un nivel importante de rechazo de la opinión popular es una probabilidad considerable. Ya no por asuntos de barraganas o manejos en partidas secretas, sino, sencillamente, porque pudiera muy bien deteriorarse aún más el ya golpeadísimo nivel de vida de los ciudadanos. Porque la inseguridad, producto de una delincuencia creciente, producto de una pobreza creciente, pudiese muy bien—o muy mal—continuar creciendo.
Así que sería muy aconsejable contar con un cauce constitucional para la salida a una situación de ese tipo. Como vimos con Carlos Andrés Pérez, no bastó la posibilidad de la renuncia para configurar la falta absoluta del Presidente, y no es fácil imaginar a Caldera renunciando a nada. Si llega a presentarse un rechazo generalizado a su gestión, sería bueno tener a la mano la posibilidad del referéndum revocatorio. De ese modo pudiéramos evitarnos una nueva ola de golpismo, que en esta ocasión pudiera tener éxito.
No estoy, por tanto, de acuerdo con el criterio esbozado por Claudio Fermín. La inestabilidad no sería producto de la aprobación de la figura del referéndum revocatorio. La inestabilidad provendría de un gobierno que no supiera modificar profunda y positivamente el rumbo del Estado venezolano. De no contar con el referéndum revocatorio, podríamos caer por la vía de un golpe de Estado, eso sí, en una muy estable dictadura.
Pero ahora que Caldera se ha sumado a la idea de este tipo de referéndum, también ha incluido en su «carta de intención» que el Jefe del Estado tenga «la facultad de disolver las Cámaras Legislativas cuando no estén cumpliendo las funciones para las cuales fueron electas…» (Carta de Intención, págs. 9 y 10).
Si aún se cree en la bondad del equilibrio de los poderes, esta particular visión de Caldera introduce un desequilibrio, una asimetría. Pienso que no debe quedar a la potestad de un hombre, por más que se trate del Presidente de la República, la revocación de un mandato dictado por los electores. Al Congreso de la República también le sale un referéndum revocatorio. Es decir, el juez supremo acerca del desempeño del Congreso no puede ser otro que los mismos que lo eligieron. Otra cosa sería contraria a los más elementales principios de la representatividad. Es como si uno contratase un empleado y que otra persona distinta lo despidiese.
Dicho sea de paso, todo lo que Caldera ha incluido en ese documento como reformas legales o constitucionales resulta excesivo, puesto que la facultad de legislar cabe al Congreso de la República, no a su Presidente. Nadie puede comprometerse a hacer algo que no puede hacer.
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