Continúa muy movido el pelotón de candidaturas presidenciales. El Consejo Nacional Electoral registra ya más de una treintena de violaciones a la novísima Ley del Sufragio y la Participación Política, sin que los candidatos se den por aludidos cuando se les reconviene al respecto. Henrique Salas Römer ofreció incluso declaraciones en las que admite haber violado la ley, sólo que se opone a que le apliquen las sanciones previstas solamente a él.
Así las cosas, todos se mueven en la escena candidatural al tiempo que las ideas programáticas brillan por su ausencia. El mismo nombrado Salas, recientemente entrevistado sobre su programa, confesó no tenerlo aún por escrito, aunque al menos esbozó sus líneas principales: descentralización, despartidización, desmarginalización. Antes, el 3 de diciembre pasado, había participado en un foro ante estudiantes de la Universidad Católica Andrés Bello y el diario El Universal, al día siguiente, recogía así una parte de su intervención: “Dijo que Venezuela requiere un modelo político distinto, que admitió no saber con certeza cuál es…” A confesión de parte…
De Irene no sabemos mucho en materia programática, salvo que ha reclutado para su elaboración la asesoría de la firma de consultores norteamericanos McKinsey, y que pronto presentará sus ideas económicas ante audiencias gremiales de la economía—Fedecámaras, Consecomercio y otras por el estilo. Parece considerar entonces que estas cosas no son como para explicárselas a los Electores directamente, sino que tienen que ser presentadas a las cúpulas empresariales.
Igual ruta cupular ha seguido el precandidato adeco Luis Alfaro Ucero. Con su proposición de “pacto nacional” ha ido en peregrinación ante Fedecámaras, otra vez actuando como si el problema electoral fuese de cúpulas y no de Electores. Por cierto, una lectura del documento de Acción Democrática al respecto revela un texto tépido, que no estimula a votar a nadie, lleno de diagnósticos resabidos y parciales, y de seudoproposiciones tan poco concretas como la de “derrotar la inflación”.
No hay nada claro tampoco en la oferta programática de Claudio Fermín, quien se ha venido a pique aceleradamente, en emulación del hundimiento de Miss Titanic. Los Electores le cobramos ahora su tardía definición ante el movimiento del delincuente Carlos Andrés Pérez. Hasta enero de este año parecía haber aceptado ser el candidato de Apertura. (Apoyo con el que también jugueteó Salas Römer por unos dos años al menos).
Mientras tanto Hugo Chávez puntea temporalmente las encuestas y asegura tener un programa listo, del que a veces escuchamos esotéricas formulaciones como las de un “programa de desarrollo pentasectorial” y su reiterada oferta de una constituyente—tema que queda claramente fuera del ámbito del Poder Ejecutivo, que es por lo que él hace campaña. De resto asistimos sorprendidos a su explicación de la asonada del 4 de febrero de 1992 como un intento por resarcir al espíritu de Bolívar, pues el Libertador había dicho que sería un infeliz ejército aquél que apuntara sus armas contra el pueblo, cosa que Chávez indica que Pérez habría ordenado ante la emergencia del 27 de febrero de 1989. Esta nueva explicación de Chávez es una flagrante mentira: durante su prisión en Yare declaró que la rebelión de 1992 estuvo en preparación desde siete años antes de esa fecha. Así, para la época del 27 de febrero ya Chávez y su grupo llevaban cuatro años conspirando.
En resumen, un mercado electoral en el que, lamentablemente como siempre, el Elector es ignorado y los programas no existen, no están escritos o se presentan sólo a los componentes de las cúpulas tripartitas.
Toca entonces a los Electores hacer patente su exigencia de una mayor seriedad y un mayor respeto por parte de los candidatos. Acá hay un papel importantísimo a desempeñar por los comunicadores sociales, en representación de los Electores. Es útil y sano que monten un asedio sobre los candidatos; un verdadero acoso para que éstos expongan a la opinión general sus tratamientos a los más importantes problemas de carácter público. Un acoso que no les permita salirse de la suerte con eslóganes o frases hechas, con meras enumeraciones o caracterizaciones de los problemas de nuestra sociedad.
Mientras no ocurra esto veremos el ascenso de Chávez, quien ha sustituido a Sáez como vehículo del descontento de los Electores. El miedo que Chávez genera ha servido para que la evidencia del desplome de Miss Titanic ponga a más de un empresario a ofrecer su apoyo a Salas Römer. Cuando éste toque su techo correrán de nuevo a buscar la salvación en el candidato de Acción Democrática, y si este partido postula finalmente a Alfaro Ucero probablemente en vez de correr tendrán que encaramarse. Ya hay quien abiertamente así lo proclama. La tarde que Alfaro Ucero fue a Fedecámaras a presentar el documento del “pacto nacional” mostró también una lista de empresarios que estarían colaborando económicamente con Chávez. Un empresario que estaba en el auditorio preguntó si su nombre figuraba en la lista, a lo que Alfaro contestó negativamente. El empresario en cuestión dijo entonces: “Pues anóteme, porque yo estoy contribuyendo con la campaña de Chávez”.
Independientemente de la capacidad y seriedad de Alfaro—cosa que hasta Herrera Campíns reconoce—su figura llegaría a ser, como en otro tiempo la de Eduardo Fernández, la encarnación justa de lo que los Electores rechazan. A Chávez no puede oponérsele con éxito ningún candidato que pueda ser percibido como formando parte del establishment que ha conducido al país en las últimas décadas. O Acción Democrática, unida con Convergencia y el MAS sensato, encuentran el modo de apoyar a un verdadero outsider, o tendremos a Chávez como presidente.
LEA
intercambios