La Verdad

Existe hoy en día un marco teórico y analítico—la teoría de la complejidad, el concepto de fractales, la teoría del caos—que permite entender los sistemas políticos desde una nueva perspectiva, así como, por el lado del «análisis de políticas», hay un apreciable arsenal de instrumentos para una producción racional de políticas específicas. Pero también existe el factor favorable de un aumento de la conciencia del electorado. Esto es importante porque forma parte del paradigma político clásico, como basamento de una teoría de la dominación social, la insidiosa noción de que «el pueblo» es incapaz de opciones políticas racionales. Según ese errado punto de vista, el común de los electores haría sus escogencias con base en factores puramente emocionales, egoístas y ligados a necesidades muy básicas. De allí, en gran medida, el desprecio por lo programático como parte de alguna importancia en el proceso político.

Todos los candidatos presidenciales de esta campaña electoral van a emitir sus «programas» hacia la fase final de la misma. Para los partidos tradicionales, para sus candidatos, el asunto del programa ocupa un lugar secundario respecto del problema «práctico» de obtener la candidatura o la magistratura. Por esta razón es tan desproporcionadamente grande la porción de los recursos que se dedica a las actividades típicas del combate electoral: encuestas, movilizaciones, publicidad. En 1992, un importante precandidato, aún reconociendo que programáticamente estaba muy débil, consideró excesivo destinar, para un año de trabajo de un equipo programático, una cantidad que por ese entonces se gastaba en menos de una semana de propaganda televisada. En su explicación de esta postura esgrimió que acababa de regresar de los Estados Unidos, una semana antes de las elecciones presidenciales de ese año, y que allí ganaría un candidato que no había presentado programa (Clinton I). No había considerado que el problema de ganar las elecciones era menos importante que el problema de gobernar.

En gran medida esta actitud se explica por la muy difundida noción de que un «gran diseño» es imposible o inútil, y que los programas vienen a ser más bien la sumatoria de un cúmulo de proposiciones específicas, las que deben ser generadas por especialistas. Obviamente, los candidatos no son especialistas, y por tanto la labor del programa no les correspondería a ellos.

En Venezuela el modelo de la reconciliación, de la negociación, del pacto social o de la concertación, resulta ser todavía el modelo político predominante. En análisis relativamente modernos la recomendación implícita es la de continuar en el empleo de un modo político de concertación, al destacar como el problema más importante de la actual crisis el manejo del conflicto.

Visto de otro modo, se trata aquí de la tensión entre dos conceptos acerca de la política. William Schneider, en “Para entender el neoliberalismo”, describe el punto de este modo: “…la división era entre dos maneras distintas de enfocar la política, y no entre dos diferentes ideologías.”…”La generación del 74 rechazó el concepto de una ideología fija”.

En  The New American Politician el politólogo Burdett Loomis emplea el término empresarial para describir la generación del 74.”…”De una manera general, los nuevos políticos pasaron a ser empresarios de política que vincularon sus carreras a ideas, temas, problemas y soluciones en perspectiva.”  Y Schneider de nuevo dice: “Adoptaron el punto de vista de que las cuestiones políticas son problemas que tienen respuestas precisas, a la inversa de los conflictos de intereses que deben reconciliarse.”

Esto es, se trata de una oposición entre la idea de que la política consiste en obtener el poder para conciliar intereses, y la idea de que ésta consiste en imaginar soluciones a problemas de carácter público para llevarlas a cabo con el poder. Si la cuestión es formulada como oposición excluyente, el problema queda mal planteado y, en la práctica, domina la conciliación de intereses sobre la solución a los problemas.

¿Significa esto que el político tradicional no tiene el menor interés por lo programático? No, eso no es cierto. Lo que ocurre es que los políticos tradicionales piensan como Schneider describe la postura habitual de un presidente de los Estados Unidos: «Después de todo, siempre puede contratar a alguien que le solucione los problemas».  El trabajo típico de un político tradicional es el de someterse a una agenda inmisericorde de reuniones y reuniones de conciliación de intereses. En esa agenda no hay espacio para el diseño de soluciones. Pero ésta es una situación que debe ser vista comprensivamente. Una vez más Schneider, refiriéndose a los demócratas en Estados Unidos: «…los miembros de la generación del 74, han emprendido la tarea de liberar al Partido Demócrata de la tenaza de los intereses especiales. Pero en su búsqueda de una política libre de intereses les ha faltado comprender una verdad básica: que los conflictos de intereses son parte legítima de la vida política».

El mismo autor del presente artículo ha incurrido en el error de despreciar el término de la conciliación de intereses. Ésta es un proceso ineludible, no hay duda; la equivocación reside más bien en haberla hecho predominante. El cambio más importante en el paradigma político, en el discurso político obsoleto, deberá ser el de subordinar la conciliación de intereses a la solución de los problemas, el de adjudicarle su lugar correcto de herramienta, que no de finalidad, de la actividad política.

Pero el hombre no es hombre si no se justifica por finalidades. Por más que sea más barata, por más que no parezca apelar—y eso está por verse—a la emocionalidad o irracionalidad de los Electores, la generación profesional de políticas—cosa de la que en general no son capaces los graduados en ciencias políticas—debe predominar hoy sobre la conciliación. Lo que tenemos hoy es una carga pública que comienza a hacerse insoportable. Lo que tenemos es problemas, y está visto que no en todos los casos la conciliación de intereses resuelve los problemas.

LEA

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