La Verdad

Era el año de 1989. Viví el 27 de febrero en Caracas, donde se sintió con más fuerza el efecto, de una parte tan sólo, del inmenso dolor social que ese día se expresó en destrucción, pillaje y represión. En muertes.

Maracaibo fue la ciudad más sensata del país ese día, y su angustia fue menor. Por suerte, entonces, poco después venía a quedarme en Maracaibo, el 10 de marzo. Trabajando aquí leí a los pocos días la proposición que luego repetiría muchas veces un grupo llamado “frente patriótico”, conducido por Juan Liscano. Convocar una asamblea constituyente.

En los siguientes años el movimiento de Liscano repitió la proposición con insistencia, hasta que en diciembre de 1991, cuando faltaba poco más de un mes para el alzamiento de Chávez y Arias Cárdenas, Juan Liscano escribió un artículo que le publicó el diario El Nacional. Se llamaba “Un proyecto totalizador”, y su argumento era que hacía falta en Venezuela un proyecto o visión de país, un esquema integrador. La conclusión del artículo era, por decir lo menos, muy curiosa, pues Liscano decía que ningún actor o movimiento político había proporcionado un proyecto totalizador, ¡ni siquiera el Frente Patriótico que solicitaba a voces la celebración de una constituyente! (Eco reciente en esta declaración de Henrique Salas Römer ante estudiantes de la Universidad Católica Andrés Bello: “En Venezuela hace falta un nuevo modelo político, pero yo no estoy muy seguro de cuál sea ese modelo”).

En 1989 y 1990 escribí para el diario La Columna de esta ciudad y en al menos una ocasión me referí a la proposición de la constituyente. Dije en esencia que una constituyente se justificaba en función de una visión constitucional. Es decir, cuando se tiene al menos un bosquejo de constitución distinta a la que se desea reemplazar por medio de una constituyente.

En estricto sentido racional, uno define primero qué negocio va a emprender, a qué se va a dedicar su organización, y luego piensa en la estructura de ésta. No se decide tener un departamento de diseño, o de mercadeo masivo, antes de saber si serán necesarios. Por tanto, en estricto sentido racional, uno debiera tener primero ese proyecto “totalizador” –expresión, por lo demás, demasiado cercana a la de “proyecto totalitario”– y luego pensar en la constitución; y sólo si el dibujo constitucional al que se arribe por este método resulta ser inobtenible por modificación de la constitución vigente se justifica entonces una constituyente.

Pero en el sentido más amplio la idea de una constituyente es ya irreversible, y allí tendrá que comprimirse en una sola asamblea la discusión de las visiones o proyectos de país y la de las constituciones posibles.

A su salida de Yare Chávez Frías se unió a un “frente amplio pro constituyente” del que formaba parte el “patriótico” de Liscano y otros, entre los que se encontraban Manuel Quijada y Luis Miquilena, hoy en el chavismo. Pero todavía no tenemos de este movimiento ni de ninguno de sus actores la expresión clara y completa de un proyecto de país o de constitución, ni siquiera de la constituyente que piden. Exigen la herramienta sin saber explicarnos qué producto fabricarán con ella.

LEA

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