“La democracia participativa está revolucionando la política local en América y borbotea hacia arriba para cambiar también la dirección del gobierno nacional. Los años 70 marcaron el comienzo de la era participativa en política, con un crecimiento sin precedentes en el empleo de iniciativas y referenda… Políticamente, estamos en un proceso de desplazamiento masivo de una democracia representativa a una democracia participativa… El hecho es que hemos superado la utilidad histórica de la democracia representativa y todos sentimos intuitivamente que es obsoleta… Esta muerte de la democracia representativa también significa el fin del sistema de partidos tradicionales”.
El texto precedente no es de Hugo Chávez Frías. Tampoco lo es de ningún ideólogo del Movimiento Quinta República o de algún ministro del gobierno venezolano actual. Las palabras citadas han sido extraídas de la edición de 1984 del libro Megatendencias, bestseller de un gurú de la futurología, consentido de los gerentes de la globalización, y muy exitoso y próspero vendedor de libros, cursos y conferencias: el muy norteamericano y estadounidense John Naisbitt, el que, por cierto, no ha dejado de venir al país invitado por organizaciones empresariales locales. Más aún, el país al que Naisbitt se está refiriendo con ese usurpado cognomento de “América”, es nada menos que su propio país, los Estados Unidos.
Pero basta que al llanero Chávez se le ocurra solicitar que la Declaración de Québec vaya más allá de la consabida frase laudatoria de la democracia representativa, y que ninguno de los mandatarios asistentes a esa reciente Cumbre de las Américas le acompañara, para que un buen número de analistas cope los espacios nacionales de opinión para declararlo solitario y asegurar que con tal actitud Venezuela queda aislada en el concierto de las naciones del continente.
El pez muere por…
Chávez tiene, entre muchos, un problema constante: el del prejuicio en su contra que ha logrado construir él mismo diligentemente, gracias a sus reiteradas manifestaciones de malacrianza y agresividad. Es un problema que me complaceré en denominar el “efecto Radhakrishnan”. Resulta que por allá por los fines de los cincuenta o comienzos de los sesenta, el autor hindú Sri Radhakrishnan escribía un librito titulado Kalki o el futuro de la civilización, en el que hacía un análisis comparado de los valores occidentales y orientales, para predecir, al final, una fusión de ambas culturas en el largo plazo.
Cuando hacía el análisis de los valores de la civilización occidental, nuestro hindú tomó el caso de las famosas convenciones de Ginebra que regulan el uso lícito de armas en la guerra, para destacar que era muy bien visto despaturrar el cráneo de un enemigo con una granada o ametralladora, así como arrasar un poblado con el empleo de bombas incendiarias. En cambio es visto como del todo incivil y grosero, como diría Carreño, proceder a la exterminación de combatientes mediante un bombardeo con gases venenosos. El comentario de Radhakrishnan a esta sutil distinción fue el siguiente: “Eso equivale a criticar al lobo, no porque se coma al cordero, sino porque se lo come sin cubiertos”.
Si uno se pone a ver, la frase “constitución moribunda”, que tanto nos alarmó por lo inoportuna e irrespetuosa que fue en boca de Chávez en el solemne acto de su primera toma de posesión, es menos radical que la de “muerte de la democracia representativa”, que Naisbitt emitiera, con el aplauso de sus muchos admiradores, hace ya diecisiete años.
Chávez, pues, no come con cubiertos. Ya es tiempo de que nos percatemos de ese extraño fenómeno y aprendamos a descontarlo del contenido mismo de sus aseveraciones.
Tomemos por caso el siguiente texto: “El régimen latifundista es contrario al interés social. La ley dispondrá lo conducente a su eliminación, y establecerá normas encaminadas a dotar de tierra a los campesinos y trabajadores rurales que carezcan de ella, así como a proveerlos de los medios necesarios para hacerla producir”. Parece un postulado programático de la “Quinta República”, ¿no es así? Pues no, el entrecomillado contiene íntegramente la redacción del Artículo 105 de la Constitución de 1961, la constitución de Betancourt y Caldera, la moribunda muerta, por decirlo así.
Ah, pero si Chávez la emprende contra el latifundio, el aderezo que él le pone de temblores de oligarcas y otras yerbas, produce una ensalada intragable para quienes ahora le vislumbran como el Llanero Solitario de Québec. Acá hay, por supuesto, una lección para Chávez: que su eficacia política se ve reducida por su irresistible concupiscencia verbal. Debe aprender, por tanto y si le es posible, que la función presidencial no se identifica con la esencia de una sustancia irritante, so pena de aislarse por aquello de los cubiertos. ¿Podrá María Isabel, con la excusa de enseñar a Rosa Inés el arte del buen comer, instruir a Chávez en el uso del cuchillo y el tenedor?
Chávez el moderno
Volviendo al fondo del asunto, Chávez tiene razón. O por lo menos, Naisbitt sostendría que la tiene. Oigámoslo de nuevo, refiriéndose, igualmente, a la patria de Mr. Bush: “Hemos creado un sistema representativo hace doscientos años, cuando ésa era la manera práctica de organizar una democracia. La participación ciudadana directa simplemente no era factible… Pero sobrevino la revolución en las comunicaciones y con ella un electorado extremadamente bien educado. Hoy en día, con una información compartida instantáneamente, sabemos tanto acerca de lo que está pasando como nuestros representantes y lo sabemos tan rápidamente como ellos”.
Las ideas de Naisbitt no dejan lugar a equívocos, y vale la pena recordar que fueron escritas bastante antes de la explosión de posibilidades abiertas por la Internet, que durante la última década ha comenzado la construcción, cada vez más acelerada, de la mente del mundo.
No es timbre de ningún orgullo para Fox, para Pastrana, para Cardoso o para Bush, el haber rechazado la sugerencia chavecista de incluir en la redacción de Québec, el corazón mismo del separatismo canadiense, el concepto de democracia participativa como meta deseable para los pueblos de América. Chávez, que tanto tiene de trasnochado y anacrónico, esta vez se les fue por delante. En este caso los reaccionarios son ellos, los atrasados son ellos; el futurista es Chávez, el correcto es Chávez.
Y es que la muy moderna teoría de los sistemas complejos, y su hermana la teoría del caos, ofrecen ahora el más sólido de los fundamentos a la bondad de una democracia participativa. No creo que Hugo Chávez tenga ideas claras acerca de tales exquisiteces teóricas, pero lo cierto es que los sistemas complejos, tales como los de una sociedad complejamente entrelazada por múltiples y constantes nexos de comunicación, exhiben “propiedades emergentes”, comportamientos que son indeducibles de la calidad de sus componentes. Esto es, que aunque en una población dada, muchos de sus componentes no estén bien educados, el conjunto será capaz de rendir decisiones eficaces. Esto por lo que respecta a quienes creen que su voto personal contiene mayor calidad que el de la mayoría de sus compatriotas.
No digo nada respecto de las reservas de Chávez respecto de la fecha de entrada en vigencia de los convenios de libre comercio. Creo como él, eso sí, en que lo que hace tiempo hemos debido establecer es una entidad política multinacional al sur de los Estados Unidos. Para mí que un ámbito como el latinoamericano y caribeño es desmedido. Creo que lo que tiene sentido es el condominio político y ecológico suramericano, el continente de mayor espectro de latitudes, el que produce la mitad del oxígeno del planeta.
Pero eso es harina de otro costal. En cuanto a la Declaración de Québec, pienso que es un honor para nosotros que el único mandatario que se haya atrevido a defender la noción de democracia participativa haya sido el Presidente de Venezuela. Que se fue después de Québec, traviesamente, a la localidad de Hickory, en Carolina del Norte, para elogiar, in situ, sus procesos de democracia participativa.
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