Un cierto matiz avícola ha teñido recientemente la política nacional. Desde el orgulloso anuncio de la importación de tres mil toneladas de pollo que ofreciera Chávez Frías, pasando por su previo dibujo de los estratégicos gallineros verticales y las ejecutorias criminales del prócer revolucionario Manuel Arias—alias «Pollo Ronco»—hasta las imágenes gallináceas que maneja con insistencia Henrique Salas Römer.
Uno no sabe si el hijo de este último caballero—el gobernador de Carabobo, Henrique Salas Feo—se siente cómodo con las continuas referencias que su padre hace de él con el gallináceo cognomento de «El Pollo». (Naturalmente, si el padre es gallo el hijo es pollo).
Lo cierto es que Salas Römer ha adelantado su candidatura con el argumento de que él es «gallo», que habría que ver si hay alguien que «sea más gallo» que él—en cuyo caso apoyaría la candidatura de ese posible gallo alfa—dentro de lo que, suponemos, puede ser descrito como la gallera política venezolana.
El lanzamiento de Salas Römer ha sido profusamente censurado. Se le acusa de dividir a la oposición y de presentar una candidatura «extemporánea», pues sería el momento de concentrar todo esfuerzo sobre el referendo revocatorio. Antes de hablar de candidaturas habría que conseguir la caída de Chávez Frías.
No participamos de esta crítica política de moda. Salas tiene todo el derecho, para empezar, de manifestar su intención candidatural en cualquier momento, como lo tiene cualquier ciudadano. Por otra parte, como hemos observado antes en anteriores emisiones de esta carta, las próximas elecciones presidenciales estarían, teóricamente, a la vuelta de la esquina.
Esto es, de producirse el referendo revocatorio y de ser su resultado la revocación del mandato de Chávez Frías, el artículo 233 obliga a la realización de elecciones para elegir el sucesor en un lapso no mayor de un mes contado a partir de la fecha de revocación. (Si la falta absoluta del Presidente se produce antes de cumplirse los primeros cuatro años del período; es decir, antes de agosto de 2004).
Por tanto, si el guión oposicionista es llevado a la práctica exitosamente, y no debe hablarse siquiera de candidaturas antes de su culminación, este mismo año se revocaría el mandato presidencial y habría que elegir sucesor en menos de treinta días. ¿Es este lapso suficiente para producir una candidatura conveniente?
Aun para quienes propugnan métodos de selección de una candidatura antichavista única, la recomendable sería emplearlos de una vez. Sea que se aplique el criterio de las encuestas—harto difícil cuando los mejor posicionados están demasiado cerca el uno del otro: Mendoza, Borges, el «gallo», el «pollo»—, sea que se decida celebrar elecciones primarias, esta determinación no puede esperar a la culminación del proceso revocatorio. En esto el gallo, la gallina y el caballo tienen razón.
No, ése no es el problema con el gallo de Puerto Cabello. El problema con esta ave de corral es que su concepción de la política es completamente equivocada y obsoleta, además de inconveniente.
En alguna ocasión Salas Römer estuvo muy cerca de admitir esto. El 3 de diciembre de 1997 hablaba a estudiantes de la UCAB en el Auditorio Hermano Lanz de esa institución. Allí dijo: «El país necesita un nuevo modelo político. Yo no sé cuál es». (Registrado en la edición de El Universal del 4 de diciembre de 1997).
Salas se ha caracterizado por asumir, algunas veces, posiciones que van a contra corriente del sentir político nacional. Por ejemplo, al salir Carlos Andrés Pérez de la condena que le privó de libertad por el caso de las cuentas mancomunadas con quien fuera su amante, Salas fue casi el único político de cierta importancia que quiso reunirse y retratarse con aquél, en cálculo de poder que le hacía atractivos los votos que Pérez pudiera aportarle. Anticipó así la posterior búsqueda de Claudio Fermín y de Miguel Rodríguez por el mismo mítico y exiguo botín.
En cambio tuvo la ocurrencia, en 1999, de una peregrina idea que llegó a considerar como de fina astucia política. (Vendió esa idea en vivo a quien quisiera escucharle y por artículos escritos de su puño y letra para la prensa). La idea consistía en lo siguiente: si Chávez Frías glorifica el 4 de febrero—lo haría ese año de 1999 a los dos días de su toma de posesión—él glorificaría el «caracazo» del 27 de febrero, en el que creía distinguir un aspecto democrático en contraposición del golpismo sectario del Samán de Güere. Llegó a escribir que el «caracazo» merecía ser inscrito en el Salón de la Fama de acontecimientos cruciales del siglo XX, en la misma liga de los eventos de la Plaza de Tiananmén y de la caída del Muro de Berlín.
Antes, durante su vergonzosa campaña de 1998, insistió en asemejarse lo más posible a Chávez Frías, pues pareciera que su discurso político tiene la consistencia adjetival de definirse en términos del golpista comandante. Si Chávez Frías procuraba exaltar a Simón Rodríguez, a Maisanta, a Zamora y, por supuesto, a Bolívar, Salas Römer insistía en protagonizar, cual vernáculo vaquero de Marlboro, cabalgatas por Carabobo, así manipulando sin escrúpulos la psiquis del elector con elementales imágenes patrioteras. Uno más de los numerosos indicios de la poca estima de su gallinácea figura por el pueblo venezolano.
Pero, de nuevo, aparte de estas vistosas e irresponsables ocurrencias, que confunden lo meramente «ingenioso» con lo correcto, Salas Römer es malo como político, inconveniente y dañino a la Nación, a causa de su concepción de la Política.
Por ejemplo, así como en reciente entrevista con César Miguel Rondón insistía en referirse a la mayoría, suponemos, de los ciudadanos como «pueblo llano» —en contraposición, que le hemos oído, a su «clase», que estima compuesta por un selecto 2% de la población)—, durante la campaña de 1998 hacía constante referencia a lo grave que era querer gobernar «sobre» un país. (Entrevista en el programa «Primer Plano», de Marcel Granier).
Eso forma parte de los conceptos equivocados que un nuevo «modelo político»—que el gallo de la Bendición del Mar declara no conocer—debiera justamente sustituir. No se gobierna sobre un país, se gobierna para un país.
La escasez conceptual de Salas Römer se pone francamente de manifiesto en su terminología avícola. («Más bruto que una gallina», reza el dicho popular). Naturalmente, se trata del gallo del gallinero—pisador de gallinas—o, más probablemente, de un gallo de pelea. Y es justamente la noción de que la política no es otra cosa que la pelea por el poder, el pernicioso y antiguo concepto de la Realpolitik que comparten, entre otros, Salas Römer y Chávez Frías (de nuevo la pareja complementaria que una vez pactó), el morbo central que hay que erradicar de nuestra política.
¿Es esto posible?
No faltará quien afirme que sostener esta posibilidad es idealista. Que la política no puede ser así. Otros han entendido lo contrario. En una presentación del poderoso drama El Enemigo del Pueblo, de Henrik Ibsen, hace un tiempo se escribió: «El idealismo, en lugar de ser tonto e impráctico, pudiera resultar finalmente el único camino práctico».
No se conoce que los miembros de la familia de las gallináceas sean capaces de idealismo.
Por ahora pues, constatamos la diversidad biológica de nuestra fauna de «animales políticos». Ya antes se nos había propuesto un «tigre». Ahora Salas Römer prefiere ser entendido como un ejemplar, de los más finos, de Gallus domesticus. (¿O quizás del ave salvaje que reivindica el nombre de Gallus gallus?) LEA
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