El sargento Francisco Ameliach, a las órdenes del retirado teniente coronel Chávez Frías, desconoce el Reglamento Interior y de Debates de la Asamblea que preside.
Lo desconoce en el doble sentido de ignorar su contenido y de no hacerle el más mínimo caso.
En horas de la tarde de ayer, en vista de que airados diputados de la oposición le impidieron sentarse en su sillón presidencial, tomó un micrófono del patio de diputados para declarar suspendida la prevista sesión e indicar, ilegalmente, que pretendía hacer sesionar a la Asamblea Nacional desde las escalinatas de El Calvario.
¿Qué fue lo que suscitó la ira de los diputados opositores? Pues que en una gota—más bien un goterón—que derramó el vaso de su paciencia, la fracción gobiernista intentaba el martes, una vez más, modificar con aplanadora el Reglamento Interior y de Debates para facilitarse la tarea de aprobar, entre otras, la tristemente célebre «Ley Mordaza».
En la sesión del martes la fracción gubernamental pareció aprobar la convocatoria para discutir la reforma del reglamento: instalación de comisiones sin quórum, validación de votaciones insuficientes y anulación de la Comisión de Legislación, en la que los oficialistas no tienen mayoría y donde se discute la ley mencionada. Cuando los diputados de la oposición solicitaron la verificación nominal de los votos, Ameliach suspendió «oportunamente» la sesión sin que tal verificación se celebrase porque, al decir de William Lara, sería responsabilidad de la presidencia parlamentaria «resguardar la integridad física de los parlamentarios y de las personas que se encuentren presentes».
Tal responsabilidad, sin embargo, no parece extenderse a las aceras que circundan al parlamento venezolano, donde las acostumbradas huestes aleccionadas por Lina Ron, y otros contratistas municipales de la violencia, se apostaron ayer desde temprano para agredir e insultar a periodistas y diputados de la oposición. Era la crónica de una agresión anunciada, por lo demás, y arreglada por el mismo Ameliach.
Así que ayer los gritos, los manotones y los forcejeos, transmitidos al exterior por las cadenas de noticias para nuestra nueva vergüenza, fueron la acción parlamentaria sufragada por los impuestos de los venezolanos.
La reforma del reglamento que intenta el oficialismo es la quinta de este período «constitucional». Cada vez que sus normas parecen impedir los designios del chavismo, de la manga sale el as espúreo del expediente de cambiar las reglas de juego. Chávez ha exigido que se le entregue la mordaza para la expresión venezolana a como dé lugar y, obsecuentes, sus invertebrados diputados quieren ahora acabar con la Comisión de Legislación de la Asamblea Nacional.
Para esto nada mejor que la demagogia, así sea enteramente ajurídica. No es potestad del Presidente de la Asamblea, sino de una sesión plenaria y especial de la misma, la facultad de designar un sitio diferente a su sede natural para sesionar. Claro, en El Calvario se harían presentes los Tupamaros, los Carapaica, los roncitos, para que «de cara al pueblo», como lo pone Tarek William Saab, se atropelle—con riesgo de la vida—la libertad parlamentaria que debiera ser sagrada.
Que no nos extrañe, entonces, si un día Ameliach ordena que la Comisión de Contraloría se reúna, digamos, bajo algún toldo que se erija en Puente Llaguno, o que los diputados vayan a cobrar los cheques de su sueldo a Fuerte Tiuna.
Entretanto, no hay Consejo Nacional Electoral porque la Asamblea es incapaz de acordarse. Bueno, el gobierno no está interesado en que tal cosa ocurra. El Tribunal Supremo de Justicia terminará nombrando los árbitros electorales.
Otra lectura, no obstante, refuerza la impresión reiteradamente vertida en esta carta: que la apelación a la violencia demagógica no es otra cosa que las pancadas de un régimen a punto de sofocación. Entre quienes ayer censuraban la actuación de Ameliach se contaban cuatro parlamentarios del oficialismo, asqueados del totalitario procedimiento.
Cuando un gobierno se comporta como delincuente impune puede esperar el desenlace, como violador de barrio, de su linchamiento. ¿Terminará Ameliach sus días crucificado por el pueblo en la cima de su calvario?
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