Isabelle Coutant Pierre es abogada de nacionalidad francesa. Es también de estado civil casada. En agosto de 2001 contrajo nupcias en París, proverbialmente la ciudad del amor, con un ciudadano venezolano: Ilich Ramírez Sánchez, El Chacal.
Según Associated Press, la abogada Coutant ha iniciado ahora gestiones ante el gobierno venezolano para la repatriación de Ramírez Sánchez a nuestro país. Coutant no se limita a su muy limitado—por razones obvias—papel de esposa, sino que actúa como defensora del terrorista convicto y condenado a cadena perpetua por tribunales franceses. Al decir de la solícita consorte, el pobre Chacal está ilegalmente detenido en una cárcel de la Ciudad Luz y además es retenido en la compañía de asesinos y gente maluca en general.
No importa que nuestro más famoso terrorista aborigen haya sido encontrado culpable de haber matado a dos agentes secretos franceses y a un informante libanés en 1975. En declaraciones a El Nacional, Mme. Coutant de Ramírez Sánchez, de visita en Caracas, indicó: «El gobierno de Venezuela tiene la obligación, por leyes internacionales y la Convención de Viena, de brindar asistencia y defender los derechos de sus ciudadanos».
Asimismo quiso inscribir el problema dentro de una lucha contra el poder omnímodo de los Estados Unidos los que, al decir de la abogada, ejercen presión sobre Francia para impedir la repatriación del delincuente internacional a Venezuela: «Las presiones estadounidenses son muy firmes, y es el momento de que Venezuela demuestre que no es una república bananera».
¿Por qué cree madame Coutant de Ramírez Sánchez que sus gestiones ante autoridades del gobierno venezolano pudieran rendirle frutos? Pues porque nadie menos que el Presidente de la República tuvo a bien expresar su solidaridad con El Chacal en el mismo arranque de su terrible gobierno.
El 3 de marzo de 1999, a escasos 31 días de haber asumido la jefatura del Estado, un Chávez epistolar había considerado importante escribir, en algún delirio de madrugada, una amistosa misiva a su compatriota Ilich. Era la época del Chávez escribidor de cartas, el alucinado autor de una comunicación a la Corte Suprema de Justicia en la que declaraba sin ambages, pero notablemente farragoso e incoherente, su postura totalitaria: «Inmerso en un peligroso escenario de Causas Generales que dominan el planeta (Montesquieu; Darwin), debo confirmar ante la Honorabilísima Corte Suprema de Justicia el Principio de la exclusividad presidencial en la conducción del Estado».
Era la época en la que se esforzaba por ser aceptado y tenido como culto, con constantes alusiones a un Montesquieu cuyo nombre pronunciaba erróneamente, con el empleo de palabras altisonantes que repetía para demostrar su pretendida elegancia castellana. En la carta a Ramírez Sánchez decía, por ejemplo: «El Libertador Simón Bolívar, cuyas teoría y praxis informan la doctrina que fundamenta nuestra revolución, en esfíngica invocación a Dios dejó caer esta frase preludial de su desaparición física: ¡Cómo podré salir yo de este laberinto !» En cambio decía a la Corte Suprema: « valoración que informa las pulsiones óntico-cósmica, cosmo-vital y racional-social inherentes al jusnaturalismo y su progresividad, pero también la interpretación de los deberes actuales y futuros en cuanto al mandato preludial de la actual Constitución». Se ve que el adjetivo «preludial» le parecía elegante, y que su empleo, creía él, le reportaría la admiración de los venezolanos, o al menos el respeto de los Magistrados.
Esto no es vicio exclusivo de Chávez. De cuando en cuando alguna palabra portentosa se hace de uso frecuente en el argot político nacional. Así, por ejemplo, el término «protagónico» ha sido vulgarizado hasta la náusea, como también el cognomento de «atrabiliario». (Hace nada una de las ministras del presente régimen lo usó de un modo totalmente erróneo, pues lo empleó con sentido positivo, siendo que la palabra significa «de mal o violento carácter», dado que etimológicamente se refiere a la condición de «bilis negra»).
«Obsoleto y periclitado», acuñó entre otras muchas frases Rómulo Betancourt, un neologista consumado. (Después de su discurso nuestra humilde arepa se elevó a la categoría de «multisápida»). Y es que hay políticos que se especializan en la grandilocuencia: Herman «Tumultuario» Escarrá es un caso notable, como lo eran David Morales Bello y el propio Jaime Lusinchi, o Manuel Certad por el lado copeyano. (Alguna vez éste increpó al director de debates de una asamblea de la Organización Demócrata Cristiana de América llamándolo «jeque omnímodo, hombre orquesta de esta asamblea»; en otra ocasión regaló unas frutas a una joven dama que pretendía con una nota alusiva a las «cucurbitáceas» que dejaba en amorosa ofrenda).
Más allá de lo pintoresco de estos personajes, la comunicación epistolar de Chávez en 1999 era profundamente preocupante. Su carta a El Chacal cierra con la siguiente admonición: «Con profunda fe en la causa y en la misión, ¡por ahora y para siempre! HUGO CHÁVEZ FRÍAS».
En oportunidad en que esa carta fuese objeto de generalizada crítica Chávez se defendió: «Esto no implica una solidaridad política. Es simplemente una solidaridad humana. Todo ser humano merece respeto sea la causa por la que esté pasando». Lo cual no parece condecirse con la alusión a una «causa» y a una «misión» sobre las que ponía su fe, sobre todo teniendo en cuenta que más tarde Ramírez Sánchez se expresaría elogiosamente de Osama bin Laden y de los ataques hiperterroristas del 9 de septiembre de 2001, al mes de haberse casado con madame Coutant Pierre.
Por otra parte, Chávez dista mucho de emplear la solidaridad que predica con la gente del petróleo, con Carlos Fernández, con el general Alfonso Ramírez, con los familiares del «Cura» Calderón. Su «solidaridad» siempre ha estado muy sesgada: a favor, por supuesto, de tiranos y terroristas. Sus «pulsiones óntico-cósmicas» siempre son a favor de opresores, de violentos, de asesinos; del «señor» Gouveia, de los «héroes» de Puente Llaguno, del «prócer» Acosta Carles.
No en vano madame Ramírez viene a Caracas a concertar un intento gubernamental por liberar a El Chacal, a quien Chávez recomendaba confiar y esperar, pues vendrían los tiempos de «de dar calor a la revolución o de ignorarla; de avanzar dialécticamente uniendo lo que deba unirse entre las clases en pugna o propiciando el enfrentamiento entre las mismas, según la tesis de Iván Ilich Ulianov». Es decir, Lenin, en memoria de quien Ramírez fuera bautizado.
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