En la primera mitad de la década de los años setenta nació, vivió y murió una de las empresas más exitosas de toda la historia económica de Venezuela. La empresa en cuestión duraría, a lo sumo, unos tres o cuatro años en operación. Luego, desapareció sin dejar rastro. La aparente contradicción entre éxito y desaparición se resuelve al comprender que la disolución de la empresa estaba prevista desde sus comienzos, pues había sido diseñada para ejecutar una única misión y disolverse al término de la misma. Esta empresa se llamó Cafreca (Cambio de Frecuencia, C.A.). El caso Cafreca guarda dos lecciones importantísimas para cualquier intento de conversión o reforma institucional. La primera de ellas es la de la cesación planificada de actividades del agente de cambio una vez que éste se ha completado. La segunda lección es que el cambio es mejor administrado por un ente que se especialice precisamente en cambiar, no por los actores que cotidianamente deben administrar el sistema que deba ser modificado.
Cuando las empresas de generación y distribución eléctrica en Venezuela llegaron a la conclusión de que la coexistencia de frecuencias eléctricas diferentes—50 Hz y 60 Hz—hasta en distintas zonas de una misma ciudad, imponía costos e ineficiencias engorrosísimas, tomaron la sabia decisión de no intentar cada una por separado—CADAFE, La Electricidad de Caracas, Luz Eléctrica de Venezuela, Enelvén, Enelbar, etc.—la conversión y estandarización requerida. Decidieron que un solo agente de cambio se ocupara del asunto.
Ahora el país, en su gran mayoría, percibe que el referendo revocatorio del mandato de Hugo Chávez Frías es la salida «pacífica, democrática y constitucional» para la actual crisis política. Pero resulta que cada fuerza política o civil pareciera que debe acometer por separado el asunto de la convocatoria del referendo y la motivación de la población a votar. En el mar de minúsculos actores que es la oposición formal venezolana, cada quien hala para su lado, cada quien quiere recoger nuevas firmas, cada uno quiere capitalizar para sus fines lo que intuyen como rédito político: ser identificado como el San Jorge que finalmente mató al dragón de Chávez. Acción Democrática, por ejemplo, ha anunciado la operación «ARDE» (Acción Revocatoria Democrática Electoral), denominación que naturalmente incluye los términos «acción» y «democrática», como para que no quede duda de su protagonismo. Por su parte, la «gente del petróleo» pretende lavar el estruendoso fracaso de su paro suicida con una «Red de Energía Positiva»—bendita, se asegura, por la mismísima Virgen María—que se dedica a la recolección de firmas y al establecimiento de una red de varios niveles para coordinar la participación de la población. La asociación civil Súmate, por su parte, insiste en que deben ser entregadas al Consejo Nacional Electoral aún por nacer, las firmas recogidas el pasado 2 de febrero, aunque pesen dudas sobre la redacción del instrumento en el que fueron estampadas y consistentemente las más recientes encuestas indiquen que ahora una mayor proporción de la población firmaría nuevamente.
Cada uno de estos actores puede tener la mejor de las intenciones, y seguramente sus desperdigados esfuerzos pueden fundarse sobre razones legítimas. El punto es que con tal dispersión se corre el riesgo, una vez más, de morir en el intento.
Lo inteligente y lo responsable, por tanto, es crear una Cafreca del revocatorio: una única autoridad ejecutiva para gerenciar el asunto, la que deberá desaparecer una vez culminado con éxito el trabajo. Que sea esta entidad la única que declare sobre el punto, la que conduzca una estrategia única, la que no pueda capitalizar el éxito porque por diseño esté prevista a desaparecer.
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Posiblemente sea el más venerable modelo político de la historia el caso de Solón de Atenas, de quien pudiera decirse que presidió una operación de cambio de frecuencia en la política de su ciudad-Estado. Sin duda hay rasgos admirables en lo hecho por Napoleón, por Churchill, por Bolívar, por Julio César, por Pericles. Pero Solón les supera en un rasgo insólito.
Solón produjo una cantidad de cambio tan grande como la que Napoleón Bonaparte generaría más tarde en su época, sólo que desde una autoridad democrática. De hecho, la tiranía le fue propuesta a Solón y la rechazó. No contento con negarse a la dictadura, Solón hizo que los atenienses se comprometieran a aceptar sus disposiciones, a las que se dio validez por el lapso de cien años—fueron escritas en tabletas giratorias de madera y arcilla y colgadas por toda la ciudad—y entonces ¡abandonó el poder!
Solón, habiendo terminado su tarea, como Cafreca, cesó su intervención y desapareció de Atenas para viajar por Egipto y otros lugares, cuidando de no regresar antes de que diez años expiraran, a la que volvió de nuevo como su poeta. Desprovisto de apetencias por un poder prolongado, enfrentó como médico el cuadro de enfermedades sociales de su tiempo en su patria, le dio solución inteligente y justa, y descendió por propia voluntad de la primera magistratura ateniense, rehusando toda oferta de convertirse en gobernante totalitario. Solón fue, sin duda, quien cambió la frecuencia de Atenas y abrió la puerta al Siglo de Oro signado luego por la gestión de Pericles. No en vano es Solón figura inamovible del Salón de la Fama griego, porque su vocación no fue la de ser gobernante, sino la de ser ex gobernante.
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Suponiendo que efectivamente el referendo revocatorio se produzca, que éste ocurra antes del 19 de agosto de 2004, y se genere por tanto la falta absoluta del Presidente de la República antes de cumplidos los cuatro primeros años del período, deberá elegirse un nuevo presidente para completar el lapso constitucional. (De producirse la revocación con posterioridad a la fecha mencionada no habría elecciones, y entonces el poder recaería en el Vicepresidente por lo que reste de período).
Tienen razón quienes opinan que el inmediato e hipotético sucesor de Chávez debe comprometerse a no participar como candidato en las elecciones de 2006, cuando haya concluido el presente período constitucional.
No otra cosa, entonces, que un Jefe de Estado al que se le confíe como misión la tarea solónica de cambiar la frecuencia de nuestro Estado, y que se apoye en un Jefe de Gobierno (Vicepresidente) que se ocupe de lo táctico y lo cotidiano, sería garantía de que la necesaria reingeniería tenga lugar. Y, como a Solón, debiera buscársele entre quienes tengan, no sólo las calificaciones técnicas, profesionales y biográficas precisas, sino la vocación solónica de querer ser, más que presidente, un ex presidente. Esto es, que una vez cumplida en breve plazo—un par de años—la misión Cafreca, abandone el cargo para que se reingrese a la administración normal dentro de un nuevo Estado construido en el lapso de una administración extraordinaria.
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