Cartas

Hace dos días que un foro interactivo en Internet sobre Venezuela—en Latin American Advisor—preguntaba a personas como Diego Arria o Michael Skol sobre el destino del sistema político en Venezuela, en ocasión de cumplirse la mitad del actual período constitucional. Uno de los participantes fue Robert C. Helander, Socio Administrador de InterConsult LLP. Su aporte fue tan certero como escueto: «Parece que la oposición no ha podido reunirse alrededor de un candidato viable que pudiera unirla contra Don Hugo. Hay un viejo adagio en política que dice que no se puede derrotar a alguien con nadie». (You can’t beat somebody with nobody). «Hasta que no haya un candidato con suficiente perfil para ser viable, Venezuela probablemente lo pasará mejor pateando la lata del referéndum por el camino. De otra forma Chávez muy bien pudiera resultar electo para sucederse a sí mismo. Desde esta perspectiva parece que la astucia de Chávez ha superado la de sus enemigos. Ni los Estados Unidos ni la OEA parecen poder—¿o querer?—forzar el punto. ¡Pobre Venezuela!»

Hace un poco más de dos días, exactamente el 3 de abril de este año, que esta Carta recordaba una recomendación de Alfredo Keller a mediados de 1998, en plena campaña electoral: «Debe darse espacio, recursos y promoción a una contrafigura de Chávez, aunque esa contrafigura no vaya a ser candidato». Preguntábamos entonces en esa edición (Nº 30): «¿Qué quería decir Alfredo Keller? Pues que Salas Römer no era gallo para Chávez, pero como no había tiempo para descubrir y postular a esas alturas a un candidato distinto, había que descubrir y promover a quien pudiera hacer por Salas el trabajo que él no podía y no pudo hacer».

Las intuiciones de Keller y Helander apuntan en la misma dirección. Lo que se ha necesitado, y nunca se ha tenido, desde que Chávez se hizo candidato de temer ha sido un contendor que pueda superarlo. Todavía hoy es lo que se necesita.

A fin de cuentas, ya está «resuelto» el problema de cómo salir de Chávez; ya toda organización opositora conviene ahora que el camino a intentar es el del referendo revocatorio: el camino que siempre Chávez señaló; el que estuvo allí desde el 15 de diciembre de 1999, desde que una Constitución que produjo una Constituyente que Chávez convocó y compuso entrara en vigencia. Es ahora cuando la dirigencia opositora ostensible logra ver el referendo revocatorio como la solución, a cuatro años casi de la posibilidad, y luego del inmenso desastre de abril de 2002 y el demencial paro de fines de ese mismo año. No pareciera que esa dirigencia tuviera una mirada penetrante.

Y es justamente ése el requisito que Alexis de Tocqueville exigía en los «hombres de Estado». Resulta interesante contrastar este caso local de miopía técnica con el juicio que mereció a Tocqueville la ceguera de los funcionarios del gobierno de Luis XVI cuando la Revolución Francesa estaba a punto de estallar: «…es decididamente sorprendente que aquellos que llevaban el timón de los asuntos públicos—hombres de Estado, Intendentes, los magistrados—hayan exhibido muy poca más previsión. No hay duda de que muchos de estos hombres habían comprobado ser altamente competentes en el ejercicio de sus funciones y poseían un buen dominio de todos los detalles de la administración pública; sin embargo, en lo concerniente al verdadero arte del Estado—o sea una clara percepción de la forma como la sociedad evoluciona, una conciencia de las tendencias de la opinión de las masas y una capacidad para predecir el futuro—estaban tan perdidos como cualquier ciudadano ordinario». (Alexis de Tocqueville: El Antiguo Régimen y la Revolución).

Hay que decir lo que nos cuesta poner en palabras: la dirigencia reunida en la Coordinadora Democrática, a pesar de sus méritos, no está ofreciendo lo que se necesita. Entre lo que se necesita está el problema fundamental de encontrar a quien encarne, con la visión que Tocqueville exige, un pensamiento político fresco, que trascienda la limitación del discurso de Acción Democrática, COPEI, Primero Justicia, la Gente del Petróleo, Queremos Elegir, la unipersonal Asamblea de Ciudadanos de Maxim Ross, etcétera, etcétera.

Interesantes estudios de la firma Greenberg-Quinlan-Rosner Research Inc.—encargados por Empresas 1BC—han mostrado cómo la mayoría de los venezolanos parecemos querer un proceso político bastante diferente de aquellos que los «dirigentes» del mundo de la Coordinadora han terminado por aceptar, a veces a regañadientes, como los cauces preferibles. Sería útil hacer un diagrama de posicionamiento de los «líderes» visibles respecto de los temas consultados por la encuestadora norteamericana. Al menos mediríamos así el grado real de sintonía de ese «liderazgo» con la psiquis colectiva venezolana.

Fue precisamente la crisis de la política venezolana—en realidad una crisis de la Política misma en tanto profesión—la que trajo la anticrisis de Chávez. Es muy difícil que la solución a esta última provenga de los mismos estilos, las mismas prácticas y técnicas que originaron lo que ahora vivimos.

Y es que la causa profunda de las carencias no es la mala voluntad de ninguno de los que criticamos. Nadie puede poner en duda que han dedicado esfuerzos y mucho trabajo en la tarea de combatir la «Quinta República». Pero no se trata de eso. No basta, como parece proponer Enrique Mendoza «trabajo, trabajo y más trabajo». Es preciso «una clara percepción de la forma como la sociedad evoluciona, una conciencia de las tendencias de la opinión de las masas y una capacidad para predecir el futuro». Y esto sólo es posible desde un paradigma político diferente.

No hay nada misterioso en ello. Se trata tan sólo de ya no pensar la Política como la actividad de obtener poder e impedir que el contrincante obtenga poder—en lo que Chávez ha demostrado ser un experto—sino como, sencillamente, el arte, la profesión o el oficio—el métier—de resolver problemas de carácter público, de satisfacer necesidades de las poblaciones humanas.

Claro, no es probable que algún actor inmerso en política—»la política es así»—pueda abandonar sus protocolos habituales, su costumbre operativa, para acceder a un punto de vista diferente: clínico.

Es perentorio, por consiguiente, buscar por otros lados. Si la población permite la continuidad de la política de poder y no es capaz de forzar la admisión de los actores necesarios será muy difícil salir de Chávez, no digamos conducir una transición eficaz al hipotético término de su mandato.

Los febreros venezolanos pueden llegar a ser políticamente muy significativos. En febrero de 1985 alguien escribía: «Pero también brotará la duda entre quienes sinceramente desearían que la política fuese de ese modo y que continúan sin embargo pensando en los viejos actores como sus únicos protagonistas. Habrá que explicarles que la nueva política será posible porque surgirá de la acción de los nuevos actores. Serán, precisamente, actores nuevos. Exhibirán otras conductas y serán incongruentes con las imágenes que nos hemos acostumbrado a entender como pertenecientes de modo natural a los políticos».

El cibernetista británico Stafford Beer, refiriéndose a Inglaterra, apuntó en Platform for Change (1975): «Nuestro problema se debe a que los hombres aceptables ya no son competentes, mientras los hombres competentes no son aceptables todavía».

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