Cartas

Es sorprendente constatar cómo es que en estratos presuntamente ilustrados y avisados de la oposición venezolana se acepta con la mayor ligereza y superficialidad a figuras políticas inconvenientes por el simple hecho de que se opongan a Chávez, incluso cuando se trata de quienes, hasta no hace mucho, estuvieran enchufadísimos en el proyecto chavista.

Este es el caso, por ejemplo, de Alejandro Armas, en quien algunos han querido ver un posible «presidente de transición» en caso de que finalmente se lleve a cabo la revocación del mandato del actual presidente. (Es decir, para completar el período a la hipotética cesantía de Chávez).

En una reciente presentación ante un grupo de ilustres ciudadanos en Caracas, Alejandro Armas tuvo que defenderse de un ataque no muy velado de uno de los circunstantes, quien argumentó más o menos del siguiente modo:

«Don Alejandro, usted ha mencionado el tema del presidente de la transición, y ha señalado algunos rasgos deseables en esa figura. Tal vez convendría también especificar algunos de los rasgos que no debiera tener. Uno de ellos es que haya participado por un tiempo significativo en el proyecto de Chávez y lo haya aupado, por cuanto ese proyecto estuvo perfectamente claro desde 1992, y quedó más claro todavía durante la campaña electoral de 1998, y clarísimo también desde que comenzó a gobernar. Por tanto, quienes hayan incurrido en un error tan grueso como el de equivocarse con Chávez, demostraron cabalmente poseer, al menos, poca claridad y visión poco penetrante, que son seguramente dos defectos que no debiéramos tolerar en el presidente de tan difícil transición. Por poner un caso, Don Luis Miquilena ha reconocido que se equivocó al apoyar a Chávez, que está arrepentido y que ahora procuraría hacer todo lo que estuviera a su alcance para que su mandato terminara cuanto antes. Esa actitud podría reconocérsele y hasta admirársele, pero seguramente Don Luis no debiera ser jamás considerado como posible figura de transición, por la razón apuntada».

……………

Se cuenta que en una ocasión el Rabino de Londres conversaba con Sigmund Freud—que moriría en esa ciudad en 1939—y decidió confiarle: «Herr Professor Freud, anoche nos preguntábamos en la sinagoga quién era el judío más notable de nuestra época, y me alegra decirle que pronto acordamos que esa persona era usted». A lo que el fundador del psicoanálisis repuso rápidamente: «Pero Rabino, perfectamente ha podido ser usted el elegido». Y el rabino, con mayor rapidez aún, contestó: «¡No, no, no, no, no, no, no, no!» Freud sentenció entonces: «Rabino, un solo no hubiera sido suficiente».

Esta anécdota viene a la mente porque, aunque el discurso del comienzo se refería específicamente a Luis Miquilena y Armas aseguró no estar pensando en sí mismo como presidente de la transición, dijo demasiados noes, y dedicó unos veinte minutos a justificar su posición como «chavista democrático».

Por ejemplo, para ilustrar cómo se había diferenciado del régimen puso el siguiente ejemplo: «En 1999 el presidente Chávez tuvo conmigo la amabilidad de pedirme una lista de nombres que yo creyera debían estar en la Constituyente. Yo le llevé una lista con los nombres de veinte personas. Ninguna de ellas, sin embargo, fue aceptada, porque el criterio que privó fue el de la incondicionalidad ante el régimen».

A pesar de esto, el diputado Armas, hoy del partido Solidaridad, electo en lista del MAS (que apoyó a Chávez), ex miembro de la Dirección Nacional del MVR, estuvo apoyando a Chávez en 1999, en 2000 y en 2001, tres años completos sin contar el año de la campaña electoral de 1998 y los comienzos de 2002, pues no se separó del proyecto chavista hasta que su mentor, Luis Miquilena, fuese destituido de nada menos que el Ministerio de Relaciones Interiores en enero de este último año.

Todavía después de los trágicos acontecimientos de abril del pasado año, Don Alejandro no estaba muy seguro, porque contestaba a Roberto Giusti (El Universal, 12 de mayo de 2002) del siguiente modo:

¿Quieres decir que Chávez sigue siendo el mismo?

—Las señales son equívocas. Él ha declarado que sigue siendo el mismo.

Entonces las señales no son nada equívocas.

—La presencia de José Vicente en la Vicepresidencia le ha permitido dar, en los últimos días, algunos pasos importantes hacia la búsqueda, ojalá sincera, del diálogo».

Y un poco más adelante:

«—En caso de llegarse al referendo revocatorio, ¿por cuál opción trabajarías?

—Mi esfuerzo está concentrado en que se dé esa posibilidad. Ahora, si el país vota por el referendo, ya ése sería un pronunciamiento.

¿Para la salida de Chávez?

—Mi discurso es claro. Proponemos la reducción del período y acercar la posibilidad del referendo revocatorio.

Es decir, fuera Chávez.

—Es decir, vías constitucionales para resolver los conflictos políticos. No se trata sólo de la salida de Chávez. Con él se pueden hacer los cambios si es capaz de conseguir nuevas maneras de gobernar.

¿Sigues esperando un cambio de Chávez?

—Estoy obligado a abogar por la esperanza.

Esa esperanza existía en quien no había visto, tal vez, que a las 48 horas de asumir el poder el presidente Chávez exaltaba la dudosa—más bien criminal—gesta del 4 de febrero de 1992 en vistoso desfile militar en Los Próceres. O que en su primera alocución desde el Salón Ayacucho en febrero de 1999 indicase a un empresario de medios que su vida corría peligro al ofrecerle un auto blindado que el gobierno pondría a la venta. O que en la primera versión—revertida por lo groseramente totalitaria—del decreto para un referendo consultivo sobre la posibilidad de elegir una Constituyente, Chávez quisiera preguntar algo como lo siguiente: «¿Está Ud. de acuerdo en que yo y sólo yo decida todo lo que hay que decidir en materia de Asamblea Constituyente». Como tampoco, quizás, se percató de la muy precoz preferencia del Sr. Chávez por el tirano de Cuba, las guerrillas colombianas y el pobre preso parisino que apodan El Chacal.

Si Don Alejandro no fue capaz de ver tan evidentes signos—muestra pequeñísima del muy largo prontuario del Presidente—formando parte del íntimo círculo del chavismo ¿qué profundidad de visión, que sabiduría política de su parte pudiera reivindicar y garantizarnos?

Pero no hay necesidad de alarma. El chavista democrático—contradictio in terminis—Alejandro Armas ha asegurado que no le desvela el insomnio de ser presidente transicional, por más que se haya presentado, como en campaña, a la reunión mencionada en compañía de su señora esposa, de su menor hijo y escoltado por dos personas que parecen sumarse a su proyecto, cualquiera que éste sea: Diego Bautista Urbaneja y María del Pilar (Pilarica) Iribarren de Romero, ex copeyana herrerista de dudosas y cuestionadas ejecutorias como ministra.

Así que Don Alejandro sólo quiere ahora salir de Chávez. Ya se le acabó su larga equivocación de unos cuatro años de duración y su esperanza. Quienes andan a la desesperada búsqueda de un líder, ante la evidente ausencia de quien pueda verdaderamente revolcar conceptual y políticamente al tumoral Chávez, que piensen en otro nombre. Don Alejandro no pierde el sueño con semejante pretensión.

Queda esperar, eso sí, que no vuelvan a darse irresponsables y súbitas escogencias. Por ejemplo, que no se argumente que Manuel Cova –poseedor, sin duda, de más de un mérito– sea postulado como el salvador porque—lo hemos oído en círculos parecidos al atendido por Armas—su color de piel lo identificaría con «el populacho».

Cuando el coronel Soto fue infructuosamente perseguido por la Avenida Boyacá, y terminó exaltado como héroe en la Plaza Francia de Altamira, la misma noche de su fugaz exaltación un locutor preguntó por la radio a un entrevistado: «Fulano, ¿crees tú que el coronel Soto es el líder que la sociedad civil está esperando?»

Es indudablemente positivo—y puede reconocerse su valentía—que personas que participaron en elevadas posiciones en el desgobierno de Hugo Chávez Frías hayan finalmente descorrido el velo que les impidió percatarse de la brutal y obvia realidad chavista. El general Rosendo, el general Guaicaipuro, el comandante Arias Cárdenas—que en aberrante impunidad política llegó a ser apoyado como candidato presidencial porque «era cuña del mismo palo»—, Don Luis Miquilena, Don Alejandro Armas, Jorge Olavarría, por mencionar unos cuantos notables. Bienvenidos a la claridad, aunque sea tardía. Lo que no pueden pretender es que se les reconozca como los líderes que puedan conducir el Estado venezolano o el movimiento civil que terminaría dando al traste con el tiranoide criminal y alucinado del 4 de febrero. LEA

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