Como era de esperarse, los resultados de la recolección de firmas para solicitar los distintos referendos revocatorios han causado algunos reacomodos en el panorama político nacional. El más ostensible de ellos es el protodeslave en las laderas del chavismo, obviamente ahora a la defensiva.
Pocos días antes del «reafirmazo» de la oposición, Chávez había consentido, por brevísimo lapso, en volver a hablar de diálogo. (Registramos el hecho en la anterior edición). Pero el ala dura del chavismo, reunida en la «sala situacional» de Miraflores, lo llamó al botón y le exigió la continuación del discurso duro y las acusaciones de fraude (mega) con la intención, por lo demás llamada al fracaso, de conformar una matriz de opinión que invalidase el esfuerzo opositor. Política de combate, como siempre.
La idea de que la política es esencialmente una pelea no es exclusiva de Chávez. Los militantes del MEP no se saludan como «compañeros» o «camaradas»; se llaman entre sí «combatientes». Una de las más repetidas oraciones de Rafael Caldera era aquella en la que decía no estar en «las alturas del poder, sino en las arenas de la lucha política». Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera Campíns y Jaime Lusinchi se complacían en autodescribirse como «luchadores políticos».
Esa comprensión de la política como lucha, por tanto, no la inventó el chavismo. Chávez no es otra cosa que la exacerbación del concepto hasta sus últimas consecuencias. En Kalki: El Futuro de la Civilización, Sri Radhakrishnan se refería críticamente a las convenciones de Ginebra que proscriben armas químicas al tiempo que consideran de la mayor urbanidad guerrera trepanar un cráneo con una bayoneta o arrasar un pueblo con bombas incendiarias. Esto le parecía algo así como criticar a un lobo no porque se comiera al cordero, sino porque no lo hacía con cubiertos. Chávez no come con cubiertos, pero en esencia es un cultor serio del mismo paradigma político convencional: que la política es un asunto de obtener poder e impedir que el contrincante obtenga poder. Sólo que en su caso su fidelidad a la idea básica de la Realpolitik es total: el objetivo podría alcanzarse por cualquier medio. Por ejemplo, mediante el empleo sistemático de la mentira.
No otra cosa que una descarada mentira es la acusación de «megafraude» lanzada contra la recolección de firmas para convocar el referendo que puede revocarle su mandato. Su problema, sin embargo, es que esa mentira no se la cree nadie, ni siquiera los que la corean. A partir del «reafirmazo» Chávez ha resbalado de las arenas duras de la lucha política a la arena blanda y movediza en la que se hunde. Y cada pataleo, cada brazada agónica no hace otra cosa que hundirle más.
El impacto del «reafirmazo» ha sido tan grande que ya se siente el deslave. El discurso de Calixto Ortega en la Asamblea Nacional así lo demuestra. Poco característico, hablaba de «respeto democrático» a las firmas válidas para convocar al revocatorio, y ya el chavismo light regresa a viejos cálculos que prescinden de Chávez para no hundirse con él. Chavismo sin Chávez, si es que tal cosa es viable.
Lo que no significa que Chávez no continuará dando la pelea o que no la ofrecerá según su inescrupuloso estilo. No tendrá éxito, sin embargo. Los observadores del MVR en las mesas de recolección de firmas saben muy bien que ya no son mayoría, y hasta hubo entre ellos quienes optaron por firmar también el último día, vista la inocultable avalancha. (En Maracaibo).
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Pero también se mueve el piso por los lados de la Coordinadora Democrática, con el tema de la candidatura a la presidencia «de transición». Ya hay quienes proponen que sea «la dirigencia» de oposición la que determine de inmediato quién sería el candidato unitario.
Quienes así piensan razonan honestamente que la prioridad absoluta es salir de Chávez, y que la realización de, por ejemplo, unas primarias, podría «dividir» a la sociedad civil opositora. Este teorema, no obstante, no es sostenible. La población está clarísima sobre la necesidad de salir de Chávez, y en un referendo revocatorio de su mandato se expresaría con fuerza mayor aun que la del «reafirmazo». (Porque la votación es secreta, fundamentalmente). De hecho, esta mayoría de venezolanos conforma, aunque no formalmente, una verdadera «asociación de propósito único»: dejar cesante a Hugo Chávez. La discusión sobre candidaturas en nada debilitaría esa fuerza.
En cambio, la indeterminación a este respecto sí puede influir determinantemente en el incentivo a votar en el revocatorio, puesto que también una mayoría desconfía de la Coordinadora Democrática. Hay quienes exigen saber de antemano qué sustituirá a la nociva y maltrecha «Quinta República».
Y por los predios de la Coordinadora continúa el debate sobre elecciones primarias. Es difícil que la sociedad civil acepte ahora que el candidato venga determinado por un arreglo de cúpulas, incluso de un «congreso» al estilo de los partidos en el pasado. La idea de las primarias ha calado ya con amplitud.
A este respecto hay en la Coordinadora quienes han argumentado que sólo debieran tener derecho a votar en tales elecciones primarias quienes hubiesen firmado durante el fin de semana pasada para pedir el revocatorio de Chávez. (Algunos, más restrictivos aún, sintieron que debía limitarse la participación a quienes firmaron el 2 de febrero sobre el «combo» de ofertas de ese día). Mala cosa sería que se pretendiera hacer imposiciones de este tenor desde una organización que, si bien organizó eficientemente el «reafirmazo», no representa a la mayoría de la opinión. No puede hablarse hacia un lado de una «política de inclusión» y al mismo tiempo excluir a quienes no hubieran firmado entre el 28 de noviembre y el 1º de diciembre.
Tal vez, sin embargo, el tema dominante en el seno de la Coordinadora sea otro: la negociación de una transferencia pacífica del poder. En esto andan algunos. Tanto del gobierno como de la oposición.
Y todo esto en un mar de rumores: que Carrasquero renuncia, que renuncia Chávez, que los veinte mil cubanos a las órdenes de Castro terminarán por imponer la dictadura abierta. La verdad es que vamos saliendo del problema, más aprendidos, más serenamente tenaces. La atención no puede decaer, menos cuando se aproxima la muy crítica fase de verificación de firmas, en la que el gobierno procurará ejercer cuanto truco sea capaz de recordar o inventar. Ya Francisco Carrasquero había adelantado opinión en el sentido de que la OEA y el Centro Carter no debieran observar la verificación, porque la «soberanía» quedaría en entredicho. (Como si la soberanía de unos accionistas fuese herida por la actuación de auditores externos). Pero el CNE acaba de decidir la contrario, y ambas organizaciones podrán ejercer su papel de observación. En la misma declaración en la que anunció tan buena noticia, Carrasquero insinuó que halaría las orejas al «Comando Ayacucho» y, para hacer una carantoña al gobierno, regañó a Julio Borges por su proposición de adelantar los referendos en lo posible.
La misma fórmula se empleará sobre las firmas contra Chávez. No se admitirá que fueron tres millones seiscientos mil—restarán setecientas mil, o algo así, para que no queden por sobre los tres millones y tranquilizar de este modo un poco al gobierno—pero declararán válido un número suficiente para la convocatoria. Chávez está perdido. Carrasquero tiene la contextura corporal adecuada para vestir las ropas de San Nicolás (ojo Rayma), y como Jorge Rodríguez aseveró que el CNE estaba en capacidad de procesar doce millones de firmas en quince días, los venezolanos esperamos que en el trineo venga, para Navidad, el anuncio del referendo revocatorio presidencial efectivamente convocado.
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