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Cuando Simón Bolívar se encontraba dos veces fracasado en 1815 pidió ayuda, que nunca obtuvo, a los Estados Unidos e Inglaterra. No la obtuvo, aunque luego expedicionarios británicos dejaran sangre en Carabobo y los hijos de Washington testimoniaran su admiración por él. Tal vez los catires creyeron que sería echar real en saco roto. Lo cierto es que una minúscula y naciente república, la patria de Aristide, proporcionó la base de un tercer intento y un tercer fracaso. Bolívar debió regresar a Haití, para volver a Venezuela en 1817 con el arranque de su triunfal y sorprendente tramo, cuyo punto final fue el último fracaso del desmembramiento.

La admiración sajona por Bolívar es más reciente que 1815, cuando la que existiera no fue suficiente para sufragarlo entonces. La Enciclopedia Británica se siente obligada a admitir al comienzo de su artículo sobre el héroe: «…es considerado por muchos como el más grande genio que el mundo hispanoamericano ha producido». Y añade esa enciclopedia norteamericana que se llama Británica: «Hay pocas figuras de la historia europea y ninguna en la historia de los Estados Unidos que desplieguen la rara combinación de fortaleza y debilidad, carácter y temperamento, visión profética y potencia poética que distinguieron a Simón Bolívar». Los gringos reconocen, a pesar de ser tierra de hombres excepcionales, que en toda su existencia no han parido un par de nuestro Libertador. Es difícil conseguir de nadie mejor homenaje.

Bolívar admiró al Norte, sin dejar de recelarle. Admiró sus instituciones y las inglesas, a las que consideraba las más perfectas. Y Bolívar no hubiera rechazado su ayuda, puesto que fue en su busca. ¿Qué tendría de particular que los patriotas venezolanos de 2004 quisiéramos recibir ayuda de los Estados Unidos? Sólo toca a nosotros no aceptar la que pudiera ser indigna, y son nuestras más dignas instituciones las que un presidente que se dice bolivariano pretende poner en la picota.

Hugo el Inquisidor pretende tener autoridad moral para negar a quienes hoy luchan por nuestros derechos humanos, por nuestra libertad, por nuestra soberanía. Hugo Torquemada nos cuestiona a cada instante. Hugo McCarthy nos condena. ¿Es que tendríamos que amilanarnos por semejante tontería?

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