Cartas

El Día de la Raza de 1953, mientras los venezolanos atravesábamos el punto medio de la dictadura perezjimenista, se estrenaba en el Teatro Granada de Santa Bárbara, California, la pieza El Motín del Caine, que poco más tarde era montada con el mismo elenco—Henry Fonda, Lloyd Nollan, Stephen Chase, Charles Nolte, entre otros—en el Teatro Plymouth de Nueva York. La pieza había sido extraída de la novela del mismo nombre (1951) por su propio autor, Herman Wouk. En 1954 fue llevada al cine en magistral película de Edward Dmytryk, en la que Humphrey Bogart, José Ferrer, Van Johnson, Lee Marvin y Robert Francis lideraban un elenco espectacular.

La trama de la historia es más bien sencilla. Los tripulantes del Caine (barco de guerra norteamericano totalmente ficticio) llegan a la conclusión de que su capitán Queeg—inolvidablemente representado por Bogart—es no sólo incompetente sino peligroso, pues se ha vuelto loco de remate. La oficialidad decide amotinarse y tomar el control del buque, luego de incontestables evidencias de la locura del jefe, acumuladas a lo largo de prolongados viajes e innumerables incidentes. Poco después los oficiales responsables del motín son llevados a una corte marcial.

José Ferrer es el abogado naval de brazo enyesado que con gran habilidad procura la defensa de los amotinados. Su tarea es harto difícil, pues no es fácil probar la enfermedad mental del capitán Queeg. Éste es, sin embargo, quien viene en auxilio de la defensa, pues al presentarse en el juicio comienza a revelar su locura delante del mismo tribunal, que presencia atónito el despliegue de una paranoia galopante. Los amotinados son finalmente absueltos.

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Los embajadores acreditados en nuestro país, que durante más de tres horas debieron escuchar la delirante cretinada de Chávez Frías, en su aficionada e inepta manipulación, insultante de la inteligencia del cuerpo diplomático, han debido llegar a idénticas conclusiones que las del tribunal novelístico de Wouk. Fue tanta la tontería, tan trapacera e irrespetuosa la paranoica exposición, que no les ha debido quedar más remedio que concluir que estuvieron secuestrados por un loco.

Todos los síntomas estaban allí: una aguda y hábil inteligencia totalmente alterada por la enfermedad, el delirio de grandeza, la alucinación de enemigos y conspiradores de todo género fabulados a granel, el patético intento por explicar lo inexplicable. Pocas metidas de pata de Chávez Frías han sido tan torpes como la tortura mental a la que sometió a los diplomáticos extranjeros.

El lenguaje gestual era elocuente. Las lagunas ocasionales evidentes. Hubo un momento cuando inició una frase—»Ellos han tratado»—y se quedó mudo, en blanco, perdida la ilación de lo que pretendía comunicar. Dándose cuenta de la debilidad que había mostrado intentó convencer de que la interrupción se debía a un súbito impulso y quiso enmendar el capote sacando el micrófono de su base para perorar con el instrumento en sus manos, como si se tratase de un animador y el cuerpo de embajadores fuese la audiencia de «Sábado Sensacional». Pero el rey de los embaucadores ya estaba irremediablemente desnudo.

Repitió hasta la náusea los mismos enfermizos argumentos, las mismas mentiras acerca de un presunto megafraude ciudadano. Presentó secciones del tramposo video mercenario con el que ha querido vender sus patrañas al mundo, y exhibió para los incrédulos diplomáticos burdos montajes, que no llegarían jamás a ser asentadas en actas de un juicio razonable, pues habrían sido declaradas ipso facto inadmisibles por chambonas.

Para muestra un botón. En su afiebrada y paranoide disquisición mencionó como fraudulenta la firma correspondiente al número de cédula 81.669.739 (junto con otras que igualmente comienzan por 81 millones). Primero, en son de divertida confidencia a los embajadores, explicó que en el país había sólo unos 23 millones de habitantes, y que por tanto no podía haber cédulas con ese número. Luego admitió, perdido ya el rumbo de su propio entuerto, que se trataba de cédulas de ciudadanos extranjeros. Pues bien, la consulta a la página web del Consejo Nacional Electoral arroja la siguiente información: el número de cédula destacado por el paranoico Hugo el Falacista corresponde a quien, perfectamente inscrita en el Registro Electoral Permanente, vota usualmente en la Escuela Nacional Mercedes Rasco, del Caserío La Cabrera en el Municipio Lander del Estado Miranda, y responde al nombre de Ana Leonor García de Florez, exactamente el nombre que podía leerse en la planilla que triunfalmente blandía el desquiciado mandatario.

Nunca antes estuvo, pues, tan débil el máximo falaciador de la comarca. Su exhibición de ayer, amplificada en la suicida repetición de la cadena interminable, fue verdaderamente patética. El que haya considerado inteligente, o con posibilidades exitosas, el tosco pataleo que protagonizara ante los representantes del mundo, pone de manifiesto que se encuentra acorralado, asediado desde la calle por un pueblo indignado y desde su propio cerebro afiebrado por los requisitos de la paranoia.

Es por esto muy posible que no tengamos referendo revocatorio presidencial. No porque no seamos capaces de vencer los últimos obstáculos, las míseras barricadas tras las que el régimen pretende escudarse, sino porque es evidente que su implosión ya ha comenzado.

Atrapado en su propia mentira, desnudo ante el mundo, desgarrada ya la careta que tantos millones de dólares gastó en bordar, la inveterada cobardía de Chávez Frías le llevará a la renuncia y a la huida. Así tendremos, gracias a su profundo miedo, la falta absoluta de Presidente de la República. En los últimos minutos de su ocaso, pretenderá tal vez que la Patria le acompañe en su holocausto, procurado por los castristas homicidas que coordina García Carneiro. Quizás llegue a preservar un harapo de lucidez que le sugiera que es más prudente alejarse del continente y buscar refugio, en compañía de Don King, ya no en los bunkers de Castro, sino bajo las faldas criminales de Mugabe. Antes de irse querrá que José Vicente Rangel se encargue del coroto y presida las elecciones constitucionalmente previstas para estos casos, que dará por sentado que ganarían Diosdado, o Adán, o su propio e incapaz progenitor. El delirio suele ser una actividad ocurrente.

Pero Rangel pondrá también pies en polvorosa. Con Carrasquero, con Iván Rincón, con Isaías Rodríguez, con William Lara. Sólo quedarán para dar la cara la limítrofe inteligencia de Bernal y la contumacia delictiva de Lina Ron, pues Juan Barreto se habrá fugado para entonces.

Habría, por tanto, esta vez sí, un verdadero y descomunal vacío de poder tras la desbandada temerosa. A esta circunstancia tendrá que enfrentarse la dirigencia opositora. Es bueno que la Coordinadora Democrática comience la acelerada consideración de este probabilísimo escenario. No es el único, por cierto; es perfectamente posible que Chávez decida, ya sin su Eva Braun, pegarse un tiro en la verruga frontal, poco después de las últimas instrucciones hidrofóbicas que impartiría al sicario de tres soles.

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