¿Cuántas frases, cuántas vocalizaciones, habremos pronunciado los miembros de la especie humana desde que la evolución permitiera la emergencia del aparato fonador? Sin duda se trata de una magnitud inconmensurable.
Menos numerosa, naturalmente, es la proporción de pronunciaciones registradas en la memoria de los pueblos, sea en la escritura perdurable o en las cascadas de la tradición oral. Desbrozadas de las frases que el viento dispersara hace ya tiempo, forman sin embargo un conjunto de dimensiones descomunales. A pesar de su número, ellas están allí para el testimonio asentado en las actas de la historia.
Así, por ejemplo, una admisión como ésta: «… nosotros estamos convencidos de que solamente un gobierno de campesinos y obreros solucionará los problemas fundamentales de la masa del país, el de la tierra y el de la liberación nacional. Sin embargo, como las masas tienen ilusiones parlamentarias y constitucionales, fe en un gobierno civil y alternativo, libertades públicas, sufragio universal, etc., lucharemos por esas conquistas y las pondremos de lado cuando nos convenga».
El trozo precedente no fue escrito por Hugo Chávez—a pesar del cinismo la mejor prosa ya sería evidencia interna de fluir de pluma distinta—sino por uno de los miembros de su panteón de odios: Rómulo Betancourt, en carta escrita a Raúl Leoni desde Costa Rica el 2 de agosto de 1932.
Trece años más tarde Betancourt asumía el poder, para un trienio casi tan radical y fundamentalista como el quinquenio que llevamos de chavismo. Al final de aquél la equivocada desmesura de los adecos del 45 abrió la puerta a todo un decenio de dictadura. A fin de cuentas, el decreto 1.011 de ahora no es sino eco anacrónico del infame 321 de la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por Betancourt, los adecos de entonces también reunieron una asamblea constituyente, una retórica revolucionaria y altanera dominaba el discurso del gobierno y el sectarismo y la vocación totalitaria de la época llegaron a expresarse en la formación de bandas armadas paramilitares. (Que a la hora de las chiquitas no salieron a defender la presidencia de Rómulo Gallegos).
A su intempestiva salida de la dirección del vespertino El Mundo, en 1999, ya Teodoro Petkoff, no obstante, había sentenciado: «El chavismo tiene todos los defectos de los adecos del 45, pero no tiene ninguna de sus virtudes».
En efecto, no deja de haber parecido superficial entre el trienio 1945-48 y el actual accidente político representado por Hugo Chávez. Es esa semejanza en el simplismo político lo que llevara, hace ya un tiempo, a la aguda observación de Rafael Poleo sobre el futuro político de Chávez. Poleo ha recomendado a Chávez mirarse en el espejo de Betancourt, por más que lo deteste, pues el fundador de Acción Democrática fue capaz de aprender de sus errores. Electo directamente por el pueblo a fines de 1958, se reveló como político que había dejado atrás su antiguo radicalismo y condujo la república desde más sensatos y modernos criterios. Diez años le tomó el aprendizaje en el exilio.
Tememos, a pesar de las semejanzas, que una evolución análoga le esté vedada a Chávez. Los rasgos paranoides, la personalidad sociopática, no son encontrables en Betancourt, que enfrentó la conspiración de cuarteles, jamás la resistencia de todo un pueblo desencantado y enardecido. En cambio Chávez tiene como signo constante la negación de la realidad que acompaña al esquizofrénico, o que ocasionalmente irrumpe en la psiquis atribulada de políticos a quienes llega su hora postrera. (En ocasión de visitar al Dr. Edgar Sanabria—quien fuera Secretario primero y luego Presidente de la Junta de Gobierno de 1958—escuchamos de sus labios la siguiente confidencia: había encontrado actas de deliberaciones del gobierno de Pérez Jiménez a altas horas de la noche del 21 de enero de 1958, a escasas treinta y seis horas de su fuga madrugadora, en las que se asentaba cómo el dictador intentaba vender a sus pocos leales que la solución a la crisis del gobierno estaría en la apelación que haría a los habitantes de las barriadas pobres caraqueñas, quienes seguramente vendrían en su defensa. El juicio alucinado del peor de los ciegos, el que no quiere ver).
Es más probable que Chávez muera como Pol Pot: en sus trece.
……..
Otros registros documentales, en cambio, se sabe ahora, fueron escritos desde una latente vocación de inconsistencia. He aquí algunos trozos cuya lectura debo a la amabilidad de John P. Phelps y a la oportunidad de sus archivos:
«Si el actual gobierno dedicase la misma energía, la misma preocupación, el mismo interés, el mismo esfuerzo, el mismo ingenio que a diario empeña en cazar peleas, en buscar camorra, en agredir a los demás, en hacer obra útil, en laborar por el país, tuviéramos, definitivamente, un gran gobierno. De ello no hay la menor duda».
Del mismo texto: «Algunas veces, por varios días, me he dedicado a recortar en la prensa, las alusiones que el Presidente de la República o sus Ministros hacen en forma despectiva contra los opositores, los ataques generalizados en contra del sector económico, las frases despectivas e, incluso, hasta las ofensas que deslizan, y realmente creo que no existen antecedentes en el país».
Del mismo texto: «Prácticamente en el país nadie queda excluido de la agresividad oficial. Por un lado las instituciones como tal, por el otro las personas, grupos, gremios, etc.» Y también: «En todo caso, lo que conviene señalar es que a medida que la crisis se acentúa, y el fracaso oficial es mayor, también se incrementa la agresividad oficial». Y asimismo: «El gobierno se hunde y como sucede con quienes caen en arenas movedizas, el esfuerzo consiste en chapotear aun más, lo cual determina un hundimiento mayor».
Por último: «La camorra no da dividendos. Sobre a todo a los gobiernos. Ya que los ciudadanos eligen a sus gobiernos no para que promuevan peleas y pierdan el tiempo en menudas confrontaciones, sino para que trabajen para todos».
El lector desprevenido pudiera suponer que esto hubiera podido escribirlo Julio Andrés Borges, o algún otro opositor del gobierno de Chávez. No es así. Las citas que anteceden fueron publicadas en el Nº 926 de la revista Bohemia en enero de 1981, y su autor no es otro que el viciopresidente José Vicente Rangel, escribiendo del gobierno de Luis Herrera Campíns. Rogamos se nos perdone el siguiente desahogo: ¡Qué bolas!
Chávez ha sido un tumor maligno, pernicioso. Pero al menos ha sido consistente en su primitivo delirio. Rangel, por lo contrario, no tiene perdón. Con volubilidad descarada hace hoy lo que antaño censuraba; con farisaica malignidad pretende una superioridad moral que no le corresponde. Su accidentado periplo por la vida política de la Nación, lo sabemos ahora, no es otra cosa que el pestilente exudado de un alma de tránsfuga y traidor.
LEA
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