Se dice que fue antes del término del siglo V antes de Cristo que los griegos clásicos elaboraron por primera vez una lista de los Siete Sabios que habían sobresalido en la gesta de la gran Atenas del siglo anterior. Hubo varias versiones de esta selección del Hall de la Fama de los griegos: una primera lista fue expandida primero a diez miembros, y luego a diecisiete. En todas las versiones, sin embargo, cuatro nombres permanecían constantes e indiscutidos, y uno de esos nombres era el de Solón de Atenas.
Resulta interesante recordar los hechos principales de la vida de Solón, los que le hicieron merecedor de esa indiscutida posición en todas las escogencias que de los Sabios de la Grecia antigua hicieron sus coterráneos.
Nos dice la Enciclopedia Británica que Solón fue un estadista ateniense que puso fin a los peores males de la pobreza en la región de Ática y dio a sus conciudadanos una constitución equilibrada y un código de leyes humano. Fue asimismo el primer poeta de Atenas, y empleaba el medio de la poesía—a falta de radio o televisión—para “alertar, retar y aconsejar al pueblo y urgirle a la acción”.
Leemos: “El siglo VI temprano fue un tiempo de tribulaciones para los atenienses… La sociedad estaba dominada por una aristocracia de nacimiento, los eupátridas, que poseían las mejores tierras, monopolizaban el gobierno y estaban divididos entre ellos formando facciones rivales. Los granjeros más pobres fácilmente eran empujados a endeudarse, y cuando no podían pagar eran reducidos a la condición de siervos en sus propias tierras y, en caso extremo, a ser vendidos como esclavos. Las clases medias de intermediarios agrícolas, artesanos y comerciantes se resentían de su exclusión del gobierno. Como lo describía Solón, ningún ateniense podía escapar a estos males sociales, económicos y políticos… El malestar público hubiera muy bien podido culminar en una revolución y en una consiguiente tiranía (dictadura), como había ocurrido en otras ciudades-estado griegas, de no haber sido por Solón, a quien atenienses de todas las clases recurrieron con la esperanza de una solución general satisfactoria de sus problemas. Dado que creía en la moderación y en una sociedad ordenada en la que cada clase tuviera su lugar y su función apropiados, su solución no fue la revolución sino la reforma”.
Solón, que ya había incursionado en la administración pública de su ciudad, pues había ejercido la función de arconte o gobernador anual hacia el año de 594 antes de Cristo, fue investido con plenos poderes de reforma y legislación unos veinte años más tarde. Su primer trabajo consistió en resolver el malestar causado por las deudas. Así, procedió a redimir todas las tierras confiscadas por esa causa y liberó mediante decreto a todos los ciudadanos esclavizados. Igualmente prohibió que todos los futuros préstamos tuvieran como garantía las personas mismas objeto de crédito. Tales medidas produjeron un alivio inmediato.
Lo que sí no hizo Solón fue atender a las extremas reivindicaciones de los pobres, que exigían la redistribución de la propiedad de las tierras. En cambio, Solón se dedicó a estimular la prosperidad general y a proveer empleo a quienes no pudiesen vivir de la agricultura, mediante la promoción de las artes y los oficios. Reguló las exportaciones e impulsó la circulación del dinero (invento de su época), lo que a su vez expandió el comercio de los productos atenienses, hecho bien documentado por los hallazgos arqueológicos de la época.
Por encima de estos logros económicos, Solón produjo además importantes reformas políticas, al sustituir el monopolio de los eupátridas en una nueva constitución y al reformar las estrictas leyes del código de Dracón, que al decir de la Enciclopedia Británica, eran tan severas que se pensaba habían sido escritas no con tinta sino con sangre. Solón revisó todas las leyes draconianas—que permitían la esclavitud por deudas y castigaban con la muerte casi todos los delitos, fuesen éstos menores o mayores—y presentó un código mucho más humano.
En resumen, Solón produjo una cantidad de cambio tan grande como la que Napoleón Bonaparte generaría más tarde en su época, sólo que desde una autoridad democrática. De hecho, la tiranía le fue propuesta a Solón y la rechazó. No contento con negarse a la dictadura, Solón hizo que los atenienses se comprometieran a aceptar sus disposiciones, a las que se dio validez por el lapso de cien años (fueron escritas en tabletas giratorias de madera y colgadas por toda la ciudad) y ¡abandonó el poder! Solón, habiendo terminado su tarea, cesó su intervención y desapareció de Atenas para viajar por Egipto y otros lugares, cuidando de no regresar a la ciudad antes de que diez años expiraran, a la que volvió de nuevo como su poeta.
En su enjundioso estudio acerca de la insensatez política (The March of Folly), Bárbara Tuchman concluye que la insensatez política ha sido históricamente la regla. Solón de Atenas fue la excepción. Desprovisto de apetencias de un poder prolongado, enfrentó como médico el cuadro de enfermedades sociales de su tiempo en su patria, le dio solución inteligente y justa, y descendió por propia voluntad de la primera magistratura ateniense, rehusando toda oferta de convertirse en gobernante totalitario. Solón fue, sin duda, quien cambió la frecuencia de Atenas y abrió la puerta al Siglo de Oro signado luego por la gestión de Pericles. No en vano es Solón figura inamovible del Salón de la Fama griego, porque su vocación no fue la de ser gobernante, sino la de ser ex gobernante.
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Según puede predecirse como desenlace más probable—no inexorable—de la actual situación política venezolana, estamos ante la posibilidad de una cesación del actual gobierno y la elección de un nuevo presidente que complete el período constitucional. (Desde el momento de la toma de posesión hasta el 9 de enero de 2007, según lo establecido por sentencia de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia). Tal circunstancia determina de por sí un lapso corto y extraordinario que, por una parte, estará signado por grandes dificultades y, por la otra, convendrá tomar como oportunidad especialísima para introducir cambios sustanciales y suficientes en el esquema político nacional. ¡Qué bueno sería que pudiéramos contar con Solón!
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