La teoría de catástrofes es una creación relativamente reciente de la ciencia. (René Thom, Stabilité structurelle et morphogénèse, 1972). No hace mucho tiempo, por otra parte, desde que Per Bak y su grupo de colaboradores del Centro de Investigaciones Thomas Watson de IBM registraran lo que pasaba en un modelo a escala de avalanchas orográficas. Con un aparato tan sensible que era capaz de hacer caer arena grano por grano sobre una superficie circular, observaban la formación de colinas con una determinada «pendiente crítica», a partir de la cual la caída de un solo grano de arena podía provocar avalanchas. Largos períodos de observación documentaron la regularidad de una distribución con sentido intuitivamente previsible: que una secuencia larga de granos de arena cayendo sobre la colina genera un buen número de pequeños aludes; que en menor medida ocurren aludes de mediano tamaño; que son posibles avalanchas de gran talla, aunque muy poco frecuentes. Y, dicho sea de paso, que no se observó jamás ninguna avalancha que desmorone la colina íntegra.
Los grupos humanos, como los ríos y las montañas, como la población de huracanes y la de terremotos, también son asiento de episodios caóticos de pequeña, mediana y gran magnitud. Y también pueden ser expuestos a tensiones que agraven la intensidad de esos episodios. Si a un estadio en Ghana se le cierran las puertas mientras se suscita en él un arranque de desorden, y si al enjambre de espectadores se le acomete con gases lacrimógenos y ruido de explosiones, hay que contar conque el resultado no será una trifulca entre una media docena de fanáticos, sino una estampida con saldo de centenares de muertos y heridos. Por cierto, el último incidente de este tipo en Ghana era el sexto que se registraba en la zona en tiempos recientes. Algo pareciera causar la ocurrencia de los desórdenes en patrones endémicos: pareciera siempre haber conflictos en el Oriente Cercano, en los Balcanes, en Colombia. Como los forúnculos.
Cuando los precios del petróleo subieron hacia el tercer trimestre del año 2000, una protesta de camioneros franceses prendió la mecha de una eclosión que se extendió por España, los Países Bajos, Italia, Nueva Zelanda y pare de contar. (Por cierto, no era una protesta contra la OPEP, sino como esta misma organización advirtiera, contra el nivel impositivo que los gobiernos de países consumidores aplican al gasto de energía). Los enjambres humanos, que a diferencia de las piedras y las arenas cuentan con un creciente grado de intercomunicación, están gradualmente adquiriendo la capacidad de catastrofizar a escala transnacional. No es solamente el comercio lo que se globaliza: también el alcance de la conflictividad social. No está lejos el día de un 27F a escala subcontinental o intercontinental.
Estas cosas parecen ignorarlas analistas de éxito e ingresos profesionales considerables. Moisés Naím, por ejemplo, publicó un estudio en inglés con el título The Venezuelan Story: revisiting the conventional wisdom. (El cuento venezolano: una nueva mirada a la sabiduría convencional, 2001), que se distribuyó por selectos lotes de direcciones electrónicas. Naím volvía a exhibir en ese trabajo una notable capacidad de confusión entre la dimensión de la síntesis y aquella de la simpleza, para rechazar la interpretación de Chávez como «evidencia de la fermentación de una reacción contra la globalización, el capitalismo al estilo estadounidense, la corrupción y la pobreza».
El propio Naím indicaba que su explicación de las cosas era contraria a esa lectura, a pesar de que «por la mayor parte, la situación de Venezuela es citada como una señal temprana de alerta sobre una reacción planetaria contra las ideas políticas, las políticas económicas y las relaciones internacionales que dominaron los años 90, esto es, la democracia liberal, las reformas de mercado y la globalización». Naím sostenía que tal cosa no era cierta.
En ninguna parte de su documento de 41 páginas Naím se refería a los múltiples otros signos de molestia planetaria contra, precisamente, ese «Consenso de Washington» cuyo descrédito prefirió ignorar. No mencionó para nada, por poner un caso, que desde hace ya un tiempo a esta parte, cada reunión internacional relacionada con esa manera de entender la globalización, es objeto de significativas manifestaciones de protesta. (Las que se conoce, por cierto, que no son organizadas por el MVR).
La superficialidad de la tesis de fondo naimista se pone en evidencia en simplistas afirmaciones como ésta: « la desaparición del sistema de partidos que dominó la política venezolana por más de cuatro décadas no fue un súbito colapso al estilo soviético que resultara de una excesiva concentración de poder en manos de una pequeña clique de políticos. Más bien ocurrió como consecuencia de la descentralización del poder político y económico que comenzó a fines de los 80». Es decir, que según Naím habría sido la descentralización lo que trajo a Chávez.
Y no es que Naím carezca de razón en todo lo que dice, o que no sea fácil establecer conexión entre dos hechos simples cualesquiera de la reciente historia venezolana. Por lo contrario, como Naím citaba con profusión un número de hechos incontestables, adquiría por ese procedimiento la falaz apariencia de científico social cuando fabrica sus tendenciosos enlaces fácticos.
Todo esta bien, nos dice Moisés Naím. Chávez no es sino un incidente anómalo aislado. No viene ningún terremoto, no vendrá ninguna avalancha, sino tal vez solamente en Venezuela, donde ahora impera la barbarie. No hay relación entre los desajustes de Chiapas y las pobladas en Bolivia o los desórdenes argentinos que tumbaron a De La Rúa. No hay descontento contra las prescripciones del Fondo Monetario Internacional. Política homeopática: para curar a los pobres es preciso hundirlos más en la pobreza, siempre pedirles más sufrimiento, más «ajustes». Y política de avestruz: no está pasando nada.
La única manera de explicar cómo un gobernante tan obviamente dañino e incompetente como Chávez ha prevalecido últimamente, es precisamente reconocer que su irracionalidad y su iracundia se asientan sobre muy reales substratos.
La globalización es un proceso que, gracias a Dios y a su ingeniería de la complejidad del mundo, es bastante más rico que la casi estrictamente económica globalización de Naím y gente que piensa como él. El mundo construye, ciertamente, una economía que incluye—no es el único—un nivel planetario. Pero también construye un cerebro y una cultura del mundo, una polis del mundo. Mientras esa polis no adquiera las inéditas instituciones que pudieran satisfacerla mejor, la potencia de la protesta planetaria jugará un papel cada vez mayor. No, profesor Naím, no vienen todavía los tiempos tranquilos.
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