Es sólo muy recientemente que la «teoría de la complejidad», que incluye la llamada «teoría del caos», ha podido proporcionar un paradigma adecuado para la consideración del futuro social. Los primeros ejercicios analíticos de predicción eran fundamentalmente proyecciones en línea recta. (La estadística había proporcionado la herramienta de la «regresión lineal», mientras el «determinismo histórico» de las doctrinas marxistas contribuía a esa opinión de que el futuro era único e inevitable). Obviamente, sólo pocos fenómenos pueden ser adecuadamente descritos como una línea recta.
El reconocimiento de la multiplicidad del futuro llevó, más tarde, al desarrollo de la técnica de «escenarios» (principalmente por la Corporación RAND, en la década de los sesenta), en los que se exponía intencionalmente un conjunto de descripciones diferentes del futuro en cuestión. Sin embargo, aún la técnica de escenarios tiende a estar asociada con una percepción del problema en forma de «abanico» de porvenir, según la cual se presume una continuidad de la transición entre los distintos futuros, al desplazarse por el área continua del abanico. Este modo de ver las cosas supone, por tanto, una enorme cantidad de incertidumbre, pues los futuros serían, en el fondo, infinitos.
El formalismo matemático sobre el que se asienta la teoría de la complejidad, en cambio, permite describir el futuro como una estructura arborificada o ramificada, como una arquitectura discontinua en la que unos pocos futuros posibles actúan como cauces o «atractrices» por los que puede discurrir la evolución del presente. (Benoit Mandelbrot, investigador del Thomas Watson Research Center de la compañía IBM, presentó en 1982, en su libro The Fractal Geometry of Nature, la noción de «fractal»: en términos generales, una línea que exhibe «autosimilaridad», que se parece a sí misma. La matemática fractal reproduce, con ecuaciones de extrema simplicidad, estructuras ramificadas complejas, sea ésta el perímetro de un helecho o la forma del aparato circulatorio humano. Cuando los investigadores de fenómenos caóticos—el clima, la turbulencia de los líquidos, los ataques cardíacos, el pánico económico, etcétera—buscaban una herramienta analítica que les permitiera describir estos procesos, encontraron que la matemática fractal era justamente lo que necesitaban).
Incertidumbres de este tipo han llevado a la desesperante noción de que la predicción social es imposible. El hecho de que, por lo atrayente del nombre, se haya popularizado más la teoría del caos que la teoría de la complejidad que la engloba, ha contribuido aún más a la desesperanza. Pero esto es un conocimiento y una aplicación superficiales de tales teorías. Por una parte, aun los fenómenos caóticos transcurren por cauces que siguen un orden subyacente estricto. Por la otra, ya a niveles prácticos se ha tenido éxito en introducir estímulos que «sincronizan» procesos caóticos para hacerlos seguir trayectorias estables. En otras palabras, es posible dominar el caos. (Ver William L. Ditto y Louis M. Pecora, Mastering Chaos, Scientific American, agosto de 1993 y antes Elizabeth Corcoran, Ordering Chaos, Science and Business, Scientific American, agosto de 1991). Más aún, la proporción de caos dentro de los sistemas complejos es usualmente pequeña, y predomina en éstos un proceso opuesto y más poderoso de autorganización, especialmente en sistemas que, como el social, son capaces de intercambiar información. (Ver Stuart A. Kauffman, Antichaos and Adaptation, Scientific American, agosto de 1991).
Naturalmente, ciertos episodios caóticos pueden tener consecuencias lamentables en magnitudes enormes. Los acontecimientos del 27 y el 28 de febrero de 1989, por ejemplo, son más fácilmente comprensibles si se les interpreta como un caso de proceso caótico, antes que como resultado de una acción subversiva intencional. En muchos sistemas físicos la transición de una fase ordenada a una fase caótica se produce al aumentar la magnitud de algún parámetro, la velocidad, por ejemplo. En el caso del más reciente crash del mercado de valores de Nueva York (octubre de 1987), ese parámetro ha podido ser la mayor velocidad de transmisión de datos que se había logrado luego de la completa computarización de las transacciones. El 27 de febrero de 1989 pudo observarse la propagación de la avalancha desde Guarenas, exacerbándose por la transmisión del evento a través de los medios de comunicación social, pero también a través de una cadena informal de transmisión de información: los mensajeros motorizados, que exhiben desde hace mucho una rápida solidaridad de conducta y que fueron propagando el descontento desde Guarenas a Petare, de allí a Chacaíto, a la estación del Metro en Bellas Artes, y así sucesivamente.
En contraposición a estas posibilidades caóticas, los sistemas sociales aprenden y se autorganizan. A pesar de la larga acumulación de tensiones sociales en el país, el apagón masivo del sistema eléctrico venezolano del 29 de octubre de 1993 no condujo a disturbios dignos de ser mencionados. Recordemos el episodio: era un día viernes, día de pago, y poco después de mediodía la energía eléctrica desapareció del país desde el Guri hasta San Cristóbal. Los bancos no tenían línea, los telecajeros no funcionaban, el Metro de Caracas estaba paralizado. Quienes vivían en Petare y trabajaban en Catia marcharon a pie hacia el este de la ciudad; quienes trabajaban en Petare y vivían en Catia atravesaron la ciudad como resignados peatones en sentido contrario para regresar, sin dinero, hasta sus casas ¡y ni una sola piedra voló a romper una vitrina! La ciudadanía intuyó tal vez que los disturbios, de producirse, proporcionarían un pretexto para la toma del poder político por autoridades militares que depondrían al presidente Velásquez. (El Ministro de la Defensa de la época, el vicealmirante Radamés Muñoz León, llevaba semanas declarando agresivamente a los medios y sugiriendo desfachatadamente que muchas voces se le acercaban «urgiéndole» que interviniera). La comunicación telefónica sirvió esta vez para generalizar la impresión de que se estaba frente a la preparación de un golpe de Estado: la conciencia política lograda en años de sufrimiento social evadió la pretendida trampa.
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La teorización precedente viene muy al caso del próximo domingo 15 de agosto, puesto que ese día se producirá una descomunal acumulación de actos personalísimos del enjambre ciudadano de nuestra nación. Cerca de diez millones de personas, se estima, irán a definir el futuro de la república y, por ende, de sus propias vidas y las de sus seres más queridos. Nuestra impresión, y nuestra apuesta, es que a pesar de lo que las encuestas de opinión han registrado—la posibilidad de que Hugo Chávez permanezca en el poder—y a pesar de errores de la conducción opositora, la inteligencia colectiva de ese enorme enjambre operará como lo hizo en 1993 y procederá a restaurar la tranquilidad del país, que ha sido asediada cada día desde el 2 de febrero de 1999.
Los registros están allí. Alfredo Keller ha debido producir la explicación del «voto oculto»—que le hizo equivocarse en Nicaragua ante el inesperado triunfo de Violeta Chamorro sobre la dinastía Ortega—y Luis Vicente León (Datanálisis) ha cifrado su íntima esperanza en la capacidad de movilización de la alianza de oposición. Las encuestas no han servido para tranquilizar sino a los enchufados en el gobierno.
La intranquilidad alcanza al exterior de Venezuela. El Financial Times (Andy Webb-Vidal) especulaba el 6 de agosto que los Estados Unidos estarían «ablandando» su postura hacia Venezuela en la creencia de que Chávez saldría bien librado del referendo revocatorio. El Informe Stratfor del mismo día evaluaba terriblemente a la Coordinadora Democrática: «Por suerte para Chávez, si hay algo que la oposición venezolana ha demostrado es que es estratégicamente torpe, profundamente impopular y moralmente cuestionable». Y añadía: «Independientemente de cómo resulte el referéndum, esperamos que Chávez mantenga el poder…»
De nuevo, estas apreciaciones se basan en los estudios de opinión, pero además tal vez Stratfor tenga preferencias por «estrategias» perecistas u orteguianas. Poco antes de los acontecimientos de abril de 2002 Stratfor anticipaba una acción golpista.
Pero nadie puede negar el registro de las encuestadoras. ¿Pueden equivocarse las encuestas, aun las mejor y más profesionalmente hechas? No, no se equivocan si se les tiene como registro fiel de opiniones emitidas, pero están sujetas a error, a veces de los más gruesos, si se pretende con ellas hacer predicciones.
En 1948, la victoria de Harry S. Truman sobre la candidatura de Thomas Dewey en los Estados Unidos fue motivo de vergüenza para encuestadores como Gallup y Roper. Las encuestas «pronosticaban» un triunfo de Dewey por un margen que oscilaba entre 5 y 15 puntos porcentuales, y al final Truman ganó con una ventaja de 4,4 puntos. El archivo digital del Instituto Político Eagleton (Universidad del Estado de Nueva Jersey en Rutgers) expone: «Irónicamente, las mismas encuestas pueden haber ayudado con un impulso tardío de Truman para vencer a Dewey, cuando los reportes de prensa que señalaban la delantera de Dewey estimularon a los demócratas a montar unos últimos esfuerzos para aumentar la afluencia de votantes, e hicieron que los republicanos se excedieran en confianza respecto de su necesidad de llevar a sus propios votantes a las urnas».
No podemos, por tanto, ofrecer certidumbre. Lo que podemos certificar es nuestra fe en el pueblo venezolano, que el domingo que viene nos impartirá una de sus más grandes lecciones.
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