LEA, por favor
Habiendo solicitado la autorización del autor, esta Ficha Semanal de doctorpolítico reproduce in toto el excelentísimo artículo de Ignacio Ávalos Gutiérrez, que fuera publicado el miércoles 25 de agosto en el diario El Nacional. El suscrito admite de buena gana la envidia que le causa no haberlo escrito él mismo.
Nacho Ávalos, sociólogo, ex Presidente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, futbolista y fanático de los Tiburones de La Guaira, tuvo el acierto de condensar con el mayor tino y el fino humor que le es habitual, una muy completa lista de verdades políticas venezolanas en «Si yo fuera dirigente de la Coordinadora Democrática».
Nos conocimos en 1980, cuando yo ejercía la Secretaría Ejecutiva del organismo y nuestro común colega y amigo Marcel Antonorsi Blanco había sido arrancado por mí de los predios del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas para que viniera a ejercer al CONICIT el cargo de Director de Política Científica. Marcel trajo a Nacho como su asesor. Ambos fueron coautores, poco después, de un importante libro que llevó por título «La Planificación Ilusoria», en el que disecaban el proceso del I Plan Nacional de Ciencia y Tecnología, inscrito en el marco más amplio del V Plan de la Nación. (Primer gobierno de Carlos Andrés Pérez). En ese agudo estudio Antonorsi y Ávalos desnudaron el ambicioso plan para la ciencia venezolana que, habiendo declarado absolutamente todo como prioritario, era negador él mismo de la más elemental noción de prioridad. Ambos, además, en conjunto con un grupo de distinguidos compatriotas, integraban ya para la época el Consejo Superior del CHAPATEC (Comité de Habladores de Paja Tecnológica).
Es con un inmenso placer que tomo prestado de la pluma de Ignacio Ávalos para ofrecer a nuestros suscritores una lectura esclarecedora, digna de la más sosegada reflexión, y agradezco al doctor Bernardo Paúl haber llamado mi atención sobre tan importante documento.
LEA
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Si yo fuera dirigente de la Coordinadora Democrática
I
Vistos los resultados anunciados el domingo, me buscaría una almohada para consultarla, visto que a nuestros politólogos se les extraviaron las claves para entender las cosas.
II
Terminaría por aceptar, de verdad, no sólo de los dientes para afuera, que Chávez no es una simple anécdota en la reciente historia nacional, misterio inexplicable de un país que venía bien como venía.
Aceptaría, pues, que el chavismo es la manifestación de una antigua crisis y que, en muchos sentidos, el chavismo (con o sin Chávez) llegó para quedarse un buen rato entre nosotros.
III
Reconocería que la polarización fue incubada en la campaña electoral de 1998, iniciativa de una alianza urgida por derrotar al candidato Hugo Chávez, hecha a la carrera y sin guardar los buenos modales políticos. ¿Verdad Irene? ¿Verdad Alfaro?
Reconocería que la división del país no tiene el copyright chavista, ¿o es que acaso puede presumir de unido y armonioso un país que en los últimos años excluyó a casi dos tercios de su población de la posibilidad de tener una vida decente?
Reconocería que nuestro alto grado de conflictividad social tiene expresiones de vieja data, el «Caracazo» la más emblemática de ellas, comienzo del fin para el Pacto de Punto Fijo y evidencia, junto a otras muchas, de que por primera vez los intereses de los sectores acomodados y los de los más pobres se comenzaron a percibir como distintos, es decir, se politizaron las diferencias sociales.
Reconocería, pues, que desde hace dos décadas el país se nos estaba volviendo un avispero y que Chávez no es causa sino resultado y, a la vez, fermento.
IV
Examinaría con detenimiento las claves del mensaje político del chavismo, su capacidad para interpretar la sociedad desde sus eslabones más débiles, de «empoderar» políticamente a los sectores excluidos y restablecer simbólicamente su vinculación con el poder.
Me preocuparía ver cómo algunos sectores de la oposición desvalorizan ese mensaje y menosprecian a sus seguidores, considerándolos ignorantes, susceptibles de ser comprados, gente, pues, que no aguanta dos pedidas cuando de populismo y clientelismo se trata.
V
Me preguntaría cuál es el alcance de un mensaje enviado desde la plaza Francia de Altamira y si desde allí se logra ver la inmensa complejidad y diversidad del país, así como los afanes de la mayoría de la gente.
Admitiría que ese mensaje está formulado y sentido desde la perspectiva de nuestras clases sociales más acomodadas, lo cual no lo hace inválido, desde luego, pero sí incompleto.
Averiguaría cuál es la profundidad de un mensaje casi reducido a proponer lo contrario de lo que el otro propone, algo así como si para ser del Caracas bastara con la motivación de no querer ser magallanero.
Me alarmaría al observar, en nuestras filas, ideas y gestos que rememoran en la población un cierto pasado al cual no se quiere volver y ver cómo algunas de las nuevas caras se parecen tanto a las que pretenden reemplazar.
En fin, me preguntaría, así como quien no quiere la cosa, por qué después de tanto tiempo, tanta brega, tanta admirable tenacidad, tanta marcha, tanta concentración y tanto medio de comunicación, la oposición sigue representando el mismo 40% (según los resultados del CNE, avalados por el Centro Carter y la OEA) que apoyó a Salas Römer en el año 1998, a pesar de que éste no ha sido precisamente un gobierno eficaz, como lo prueban las estadísticas que lo fotografían.
VI
Reflexionaría sobre el papel político de los medios de comunicación y analizaría por qué al final no pudieron tanto como se supuso que podrían. Asimismo, sobre su enorme peso sobre la Coordinadora Democrática.
Sobre el perjuicio que le causó a la oposición el radicalismo de una decena de periodistas de radio y televisión, respecto de los cuales nunca pareció posible un deslinde. Y sobre la urgencia de que los partidos sean lo que deben ser y los medios vuelvan a lo suyo.
VII
Estaría consciente de la necesidad de repensar nuestra forma de abordar la situación política venezolana, planteándome como duda importante, aunque parezca envuelta en paradoja, si la oposición debe continuar siendo antichavista de la manera como lo ha sido.
Consciente, también, de lo importante que resulta para el país contar con una poderosa oposición, un efectivo y constructivo contrapeso al actual gobierno.
De los riesgos que corre la sociedad venezolana si no dispone de ese contrapeso y el presidente Chávez queda como el «administrador» de la democracia, decidiendo cuáles son las dosis compatibles con la buena marcha del «proceso», conforme el país vaya viniendo y el mismo vaya viendo.
Ignacio Ávalos
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