Cartas

Los lectores asiduos de Scientific American habrán seguramente notado en sus páginas el anuncio y oferta de los juegos de la serie WFF’n Proof. Se trata de estupendas herramientas didácticas para la seria enseñanza de disciplinas del conocimiento, de modo ameno aunque no por eso poco riguroso. Todos los juegos WFF’n Proof permiten la práctica constructiva. Allá por 1975 y 1976 los manejé todos con mis amigos y compañeros Eduardo Quintana Benshimol, que en paz descanse, y Juan Forster Bonini.

Queries’n Theories, por ejemplo, uno de los juegos del conjunto, es un magnífico tutorial para la comprensión del método científico o la modelación de la lingüística generativa. Los dos mejores de la colección son, sin duda, Propaganda y el juego que, como cuento cimero de Borges, da su nombre a aquélla: WFF’n Proof. Este último sirve para aprender el más fundamental de los sistemas de la Lógica: el cálculo proposicional, que dejaré para después. Propaganda es de inmediato interés político, porque adiestra en la identificación de las falacias de empleo más común con fullera intención de ganar adeptos o desacreditar oponentes. Para propósitos de este «seminario» informal, con ejemplos que facilitarán su comprensión, seleccionaré sólo tres de las falacias más frecuentes.

La primera, la falacia de asociación. Por estos días se escucha en televisión el siguiente pretendido razonamiento (más o menos en estos términos): «¿Sabe usted que Paul Ehrlich descubrió o hizo tal o cual cosa y que en su época fue ferozmente atacado aunque tenía razón? ¿Sabe usted que la medicina sistémica, como Ehrlich, rompe paradigmas y es por eso atacada, aunque es la mejor medicina en el planeta?» (Ehrlich, nacido en Alemania en 1854, recibió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1908. Fue inmunólogo, uno de los fundadores de la quimioterapia, y antes bacteriólogo de la mano del mismísimo Robert Koch. En efecto, tuvo que librar encarnizadas batallas contra quienes se oponían al tratamiento de la sífilis humana con sus eficaces preparaciones arsenicales).

No tienen nada que ver, ni lógica ni causalmente, los aciertos de Ehrlich con la presunta excelencia de la medicina «sistémica». Sin entrar a la calificación de la supuesta eficacia terapéutica de esta «medicina», basta señalar que en ningún momento tal propaganda ha demostrado que cualquier pretensión que haya sido atacada es, por ese mismo hecho, plenamente verdadera. A pesar de lo cual el razonamiento suena impresionantemente, sobre todo si en el «infomercial» aparecen, para reforzar, unas cuantas batas blancas y testimoniales de señores y señoras que aseguran haberse curado del estreñimiento o los sabañones gracias a la «medicina sistémica».

Se trata de una trampa para cazar incautos, por exclusivo afán de lucro, brujería en pose abusiva de galenos. Espantarían a Hipócrates que, como Jesús, les habría fustigado como hipócritas mercaderes que son. Un verdadero médico mantendría un mínimo pudor, que le impediría asociar irreverentemente la memoria del gran científico de Silesia, cuando hace tiempo que no puede defenderse, con una estafa de ese tipo, no digamos hacerse insolente propaganda.

La segunda falacia a considerar en este seminario aniversario es bastante más común, lamentablemente. La ha empleado acá una abundancia de oradores y escritores, de Acción Democrática, el MVR, COPEI, el PPT, el difunto MAN, el zombi URD, entre muchos otros movimientos. Se la conoce en la Dieta del Japón, se la encontraba en la Duma de los zares, se la ubica en el Senado norteamericano, y fue empleada con destacado éxito en el Reino del Terror de la Revolución Francesa y los discursos de nuestro Juan Vicente González, además de ser raciocinio predilecto de Juan Barreto. Es una falacia tan vieja como la humanidad. Se trata del argumento ad hominem.

Consiste en el procedimiento, muchas veces psicológicamente eficaz y frecuentemente bajo, de refutar a alguien, no por la inconsistencia o invalidez de lo que diga, sino porque, digamos, es un destacado narcotraficante o un sádico consuetudinario.

Pero la veracidad de las aserciones de ese alguien no dependen para nada de la cantidad de veces que le haya pegado a su mujer ni de las toneladas de droga que haya podido remitir de contrabando. Su carácter es una cosa; su verdad o su falsedad una enteramente distinta. Las biografías malvadas no garantizan equivocación en el discurso.

Por ejemplo, no guarda relación ninguna con la posible validez o utilidad de las proposiciones de Alberto Franceschi, el hecho de que ahora milite en Acción Democrática, que antes perteneciera a Proyecto Venezuela, del que se separó alegando personalismos intolerables de Henrique Salas Roemer, tras lo que quiso fundar un partido con Gerardo Blyde antes de que éste recalara en Primero Justicia, que más atrás fuese, por propia admisión, trotskista, y que antaño hubiera estado, en ocasión precursora, cercano al partido blanco al que ahora adhiere. Su discurso no se hace inválido porque parezca un ejemplar genuino de esa clase de políticos iracundos, atrabiliarios (de bilis negra) que, como Jorge Olavarría, Alfredo Peña, Andrés Velásquez, José Vicente Rangel, Oswaldo Álvarez Paz, y tantos otros, creen que es preciso mostrar constantemente un rostro disgustado, al borde del enfurecimiento. (Aprovecho el ejemplo para comunicar al Sr. Wills, que inquirió por el Sr. Franceschi, que los correos que al respecto le he enviado rebotan de su dirección electrónica).

Para ponerlo de modo más brutal. El terrible carácter de Hugo Chávez no es prueba de la falsedad de ninguna de sus frecuentemente equivocadas aseveraciones como tampoco, naturalmente, de su veracidad. Ya le he dicho falaz en otros momentos, pero estrictamente en términos de lo que dice.

La tercera falacia es aun más solapada porque, aunque es exactamente la inversa de la anterior, usualmente se suministra con mayor lubricación, y en virtud de su penetración más suave es algo más difícil darnos cuenta de que estamos siendo persuadidos con engaño. Es la falacia de autoridad, por la que se atribuye veracidad a una afirmación porque sea proferida por persona especialmente competente.

Una vez más, no tiene nada que ver la autoridad de una persona, su prestigio, su trayectoria más o menos meritoria, con la veracidad o falsedad de lo que afirme en ocasión específica. Bolívar, por mencionar un caso de panteón, ya dijo en su época muchas pistoladas.

Pero tomemos un caso más próximo y vigente. Se me ha dicho que al Dr. Nelson Socorro le dijo el Sr. Gustavo Cisneros que Hugo Chávez le había dicho, en conversación telefónica a las 8 de la noche—antes se me aseguró que había sido a las 7 y media—del 15 de agosto de 2004, que no reconocería «estos resultados» del referendo revocatorio.

El Sr. Cisneros no necesita presentación en Venezuela, pero quizás algunos lectores no recuerden que el punto alto de la parábola pública del Dr. Socorro coincidió con su titularidad de la Procuraduría General de la República en el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, al que abandonó justo a tiempo, poco antes de su débâcle final, luego de que por bastante duración pareciera no haberse dado cuenta de nada indigno en esa presidencia. Esto es, el Dr. Socorro desempeñó altísimo cargo y es tenido por preclaro jurista en algunos círculos. Sin lugar a dudas es una autoridad.

Claro, he dicho a quien me transmitió la conseja que a las 8 de la noche no había todavía ni resultados ni totalizaciones, por lo que difícilmente el Sr. Chávez hubiera podido estar refiriéndose a eso, tal vez a algunas entre las famosas exit polls de las que ahora parece haber como arroz. Lo que no le he preguntado es cómo, si el Sr. Cisneros, o un avisado abogado como el Dr. Socorro, están persuadidos de que el Sr. Chávez hablaba de cifras recibidas en el CNE, no se percataron de que tal cosa sería clarísima evidencia de que ese presidente tenía acceso a esa hora a algo que debía desconocer, lo que ciertamente es hecho más grave que su alegada e innecesaria renuencia a reconocer una realidad política, y por qué entonces no lo han denunciado, con patriótica valentía, por tan obvio abuso premonitor de trampa. Por supuesto, descarto que el Sr. Cisneros o el Dr. Socorro hubieran, independientemente del Sr. Chávez, tenido directo acceso, quizás por celulares, a la misma data prohibida de las máquinas de Smartmatic y hubieran sido ellos quienes le confrontaran con tal información. (Se me asegura, también, que esas vapuleadas máquinas eran vulnerables a la clase de teléfonos que he mencionado).

Pero el punto de lógica no es ése. Evadiendo yo mismo la argumentación ad hominem—que pudiera llevarme a sugerir imprudente e irrelevantemente que el Sr. Cisneros no es un arcángel ni el Dr. Socorro un querubín—y aceptando que lo que me contaron pudiera ser cierto, la cuestión es que los destacados méritos de ambos ciudadanos no aportan ni un ápice a la veracidad del chisme, más tomando en cuenta que, como en el juego del teléfono, es muy probable que la traducción de lo que verdaderamente haya dicho el Sr. Chávez haya podido transformarse a lo largo de una cadena de transmisión de tres eslabones y lo que haya llegado a mi oído—el cuarto—esté distorsionado.

Las falacias son argumentos inválidos, aunque se disfracen con apariencia de validez, y es importante políticamente que los ciudadanos podamos detectarlas al rompe y defendernos de ellas. En interesantísimo libro de Postman & Weingartner—Teaching as a subversive activity—se aducía que una de las funciones cruciales de la educación consiste en proveer a los educandos de un «detector de porquería».

……..

Pido ahora la paciente lealtad del lector cuando me desplazo del campo del juego Propaganda, al de WFF’n Proof, el terreno del cálculo proposicional. Prometo hacerme entender.

Dicho cálculo trata, como su nombre lo indica, de la lógica de las proposiciones que los humanos hacemos. A este fin las trata como entidades compuestas por afirmaciones, capaces de entrelazarse entre sí mediante lo que en gramática llamamos conjunciones o, en lenguaje técnico de la lógica, lo que conocemos por «conectivos». Son cuatro los conectivos que la lógica elemental considera (apartando el «conectivo» de la negación, que se aplica a un solo término y por ende no conecta dos proposiciones, como en «esta casa no es blanca»): 1. el presente en la fórmula «esta casa es blanca y el perro es bravo»; 2. el de «esta casa es blanca o el perro es bravo»; 3. el envuelto en «si esta casa es blanca entonces el perro es bravo» y, finalmente, 4. la fuerte implicación en «esta casa es blanca si y solo si el perro es bravo».

Pues bien, la lógica proposicional evalúa la capacidad significativa de los conectivos, independientemente del contenido específico de las proposiciones conectadas. Esto es, las evalúa así: «a y b»; «a o b»; «si a entonces b»; «a si y solo si b».

¿Cómo lo hace? Examinando las consecuencias, para la proposición general conectada, de considerar verdadera o falsa cada proposición «atómica» por separado. Por ejemplo, la proposición compleja «a y b» es evaluada así: sólo es verdadera cuando simultáneamente «a» y «b» son verdaderas. Para poder afirmar que «esta casa es blanca y el perro es bravo» requiero que sean verdaderas por separado las aseveraciones «esta casa es blanca» y «el perro es bravo». En los restantes tres casos la afirmación combinada es falsa. Al método práctico de tabular las distintas posibilidades se le llama una «tabla de verdad».

Ahora, créanme cuando les digo que la tabla de verdad de la implicación simple («si esta casa es blanca entonces el perro es bravo») indica que tal proposición molecular es verdadera en tres de cuatro casos y falsa sólo en uno de ellos. (Solamente cuando sea verdad que esta casa es blanca pero falso que el perro sea bravo. Quien no me crea puede divertirse jugando con tablas de verdad en sitios de Internet como http://sciris.shu.edu/~borowski/Truth/).

Falta poco. Estamos llegando al llegadero. Pues resulta que al menos desde el 10 de mayo de 1976 se conoce un teorema del cálculo proposicional que observa lo siguiente: que la afirmación («si esta casa es blanca entonces el perro es bravo») es falsa en uno de cuatro casos, como está dicho; pero si añadimos otra implicación y decimos «si Chávez es furibundo entonces si esta casa es blanca entonces el perro es bravo», tan enrevesada construcción será ahora falsa solamente en uno de ocho casos. Y si agregamos todavía una implicación más, como por ejemplo en «si Socorro cuenta cuentos entonces si Chávez es furibundo entonces si esta casa es blanca entonces el perro es bravo», tan inútil y complicado razonamiento será falso ¡solamente en uno de dieciséis casos posibles! Etcétera. Una implicación más nos llevaría a una falsedad contra 31 verdades y otra más a 63 resultados veraces contra uno solo falso. Und so weiter. Es decir, que nos podemos aproximar a la veracidad total, a una tautología, tanto como queramos mediante el sencillo expediente de ir poniendo implicaciones como pegostes adicionales.

Bueno, este hallazgo de la Lógica tiene uno análogo psicológico y político. Porque cuando decimos que Rendón determinó que hubo topes al «Sí», y añadimos que fotografiaron a soldados vaciando cajas contentivas de vouchers electorales, y que Hausmann encontró un cisne negro, y que Gaviria se vendió a Haliburton, y que mi mamá salió premiada con una papeleta «1. Sí», y que Cisneros arrancó del presidente Chávez la admisión de su culpa, y que Rodríguez no quiere mostrar las cajas, y que hubo transmisiones de Smartmatic en horario proscrito, y que un observador alemán aduce conocer encuestas a boca de urna de los militares que daban perdedor al «No», y que un periódico vasco tuvo las cifras que luego anunciaría el CNE a las 5 de la tarde del 15 de agosto, y que los carapaicas no celebraron, y que era imposible que el «No» ganara en territorio de Rosales, y que hubo el voto especular que Zamora prematuramente denunciara y ya ha olvidado, y que diez mil implicaciones más hasta la náusea están presentes, la impresión que se causa es abrumadora, y un espíritu inocente se convence irremisiblemente de que hubo fraude, cuando se sustituye la presencia de aunque sólo fuera una prueba efectiva e irrefutable, por una numerosa piraña de indicios de dudosa factura y procedencia.

Lo que llevaría a un buen detective a recelar la incongruencia de tan nutrida colección de indicios con el modus operandi conocido y el famoso carácter y antecedentes del principal sospechoso. Esto es, que la probabilidad de que tantas cosas se hayan dado juntas sólo es compatible con la siguiente hipótesis: los del «No» hicieron fraude, pero se habrían dedicado a la juerga y al descuido—por lo que dejaron tal cantidad de huellas que todavía le tomará un mes al enjundioso Tulio para documentarlas todas—durante toda la campaña, iniciada no cuando Jorge Rodríguez anunciara que el referendo había sido convocado, sino en 2002, durante las discusiones de la nunca bien ponderada Mesa de Negociación y Acuerdos, a la que justamente el gobierno llevó el desafío del referendo revocatorio.

Chávez, amigos, está loco, pero no come de aquello. LEA

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