Fichero

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El 17 de septiembre de 1998 el diario La Verdad de Maracaibo, para el que escribía para la época con cierta regularidad, me publicó un artículo que llevó por título Tema de Estado. Se trató de una pincelada sobre el tema integracionista, que es una de mis más antiguas preocupaciones.

Por ejemplo, en estudio de 1986 sobre la condición del Estado venezolano y algunas prescripciones para su acomodo, formulé el problema en los siguientes términos: «Venezuela, en tanto Estado independiente, no tiene real viabilidad política o económica a largo plazo. No posee la escala poblacional necesaria como para sustentar una economía sólida y diversificada. No posee la potencialidad política como para ser realmente autónoma. La interacción entre países es dominada por actores de gran tamaño y nivel de desarrollo. En ese teatro político internacional, Venezuela tiene muy poca influencia y es, inversamente, vulnerada con gran facilidad… A esta insuficiencia podemos llamarla insuficiencia política constitucional, puesto que se refiere a una insuficiencia en la definición misma de Venezuela como Estado. La insuficiencia política constitucional es, asimismo, una causa fundamental de insuficiencia política funcional».

Y antes escribía, en 1984, al ex Ministro de Hacienda Arturo Sosa, hoy fallecido: «Venezuela no es un pueblo. Es tan sólo la población que de la parte septentrional de América del Sur ha hecho el pueblo español. Esta es la verdad que ya no debemos eludir. Un pueblo es un conjunto que sí puede ser, como lo exigía Toynbee, un ‘campo inteligible’ para el estudio histórico».

Y asimismo: «España peninsular se dirige hacia los francos y sajones porque se sabe también pequeña. Es también una población en busca de un pueblo. Quisiera acercarse más y lo hace tímidamente. Pasa vacaciones en América y protege a Contadora y defiende las Malvinas. Pero no es capaz de imaginar que nosotros pudiéramos reconocernos sus hermanos, como ya estaba declarado para 1810: «…cuando ya han sido declarados, no colonos, sino partes integrantes de la Corona de España, y como tales han sido llamados al ejercicio de la soberanía interina y a la reforma de la constitución nacional…» (Acta del Ayuntamiento de Caracas del 19 de abril de 1810)».

Y finalmente: «Grases demostró a la Generalitat catalana cómo el Bolívar tardío, como lo fue el originario, era un Bolívar español. Cómo su último sueño era la democracia en la Península que hasta ahora ha sido que Juan Carlos y Adolfo Suárez y Felipe González han podido completar. Sueño al que hubiese dedicado otro juramento si las fuerzas no le hubiesen faltado. Él no pudo regresar a la casa paterna puesto que las leyes de la vida le exigían la emancipación. Nosotros sí podemos convocar a todos los hermanos».

La Ficha Semanal #18 de doctorpolítico es el texto de «Tema de Estado», el artículo publicado en La Verdad.

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Tema de Estado

El 2 de agosto de 1993 el esquema integracionista europeo, ya debilitado por la poco entusiasta—hasta difícil—aprobación del Tratado de Maastricht por parte de varios de los países de la Comunidad, recibió un golpe de importante magnitud. La especulación monetaria desatada contra las monedas de Francia, Dinamarca, Bélgica, España y Portugal, como consecuencia de la negativa del Bundesbank a las peticiones de reducción de su tasa de interés clave, pareció descarrilar el programa previsto para la unificación monetaria europea: la meta de una única moneda europea hacia 1999.

Al mes siguiente, Milton Friedman, el Premio Nobel de Economía líder de la llamada escuela de Chicago, se expresaba en los términos siguientes: «Si los europeos quieren de veras avanzar en el camino de la integración, deberían comprender que la unidad política debe preceder a la monetaria. El continuar persiguiendo algo que se acerca a una moneda común, mientras cada país mantiene su autonomía política, es una receta segura para el fracaso.»

Hace unos años el tema integracionista, en nuestras latitudes, estaba entendido como latinoamericano. La base cultural y el importante grado de comunidad histórica de los latinoamericanos era el criterio predominante. No estaba lejos de incluso los españoles, la idea de una «reconstitución» de los antiguos dominios del imperio. En 1984 (junio) Juan Tomás de Salas, el editor de la revista Cambio 16, y comentando una visita del presidente Alfonsín a España, editorializaba así: «Si Argentina y España consolidan sus regímenes democráticos, resuelven sus apuros económicos actuales y empiezan a andar por la historia con normalidad, en muy poco tiempo tocarán a su fin dos siglos de impotencia en el área de lo que fue el viejo imperio español… Pensando en grande, pensando así, la suerte del Presidente Alfonsín en Argentina es, de algún modo, nuestra propia suerte. Si allí se consolida la libertad, la nuestra se fortalece de inmediato; y si Argentina fracasa, nosotros fracasamos también.»

Poco tiempo después España se alejaba de esa añoranza y entraba, primero en la OTAN, luego en la Comunidad Económica Europea. Ahora es México que convino en conformar con los Estados Unidos y Canadá un gran bloque económico al norte del continente americano. Por esto el criterio cultural como el predominante en una idea de integración política se ha debilitado. Hoy resulta más natural la consideración de un criterio geopolítico y, sobre todo, ecológico.

América del Sur es geográficamente un continente distinguible de Norteamérica. No en vano es tratado así en la costumbre geográfica de los Estados Unidos. Es un continente caracterizado por la mayor variedad ecológica y biológica, si se le compara con el resto de los continentes. Es el continente que se despliega sobre la gama más amplia de latitudes. Es el continente que produce más de la mitad del oxígeno del planeta. Es el cuarto más grande de los continentes, con una superficie total de 17 millones 800 mil kilómetros cuadrados, o un 12% de la superficie terrestre del planeta.

Como espacio geopolítico y ecológico, pues, tiene sentido pensar en su organización política de conjunto. Y tiene sentido en momentos cuando asistimos a la manifestación del intento de NAFTA en Norteamérica, del intento de la Comunidad Europea, de los reacomodos que ya se han producido en el área asiática. Tiene más sentido aún si consideramos que el mundo va hacia una planetización política, en la que la coexistencia de culturas diversas será una realidad. América del Sur puede ser una maqueta de este proceso más amplio de integración, pues además de la obvia presencia de la cultura latina, incluye a los pueblos de las distintas Guayanas y a los de las Malvinas. (Si es que no incluyésemos también a las Antillas Neerlandesas o a Trinidad y Tobago).

Pero América del Sur incluye a Brasil, y su escala no debe ser ignorada. Por esto no deja de ser una idea a considerar, antes de un pacto continental de América del Sur, la conformación de una república boliviana, de la verdadera Bolivia, la amplia.

Definida como el territorio que Bolívar liberó de la corona española, esa república es un hexágono abierto que abarca desde los límites superiores de Panamá hasta los inferiores de Bolivia. Eso sí provee un mercado suficiente para un grado de diversificación básico y toma en cuenta las escalas de Brasil y el cono sur para formar, de un modo más equilibrado, la Organización del Tratado de América del Sur.

LEA

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