Fichero

LEA, por favor

Muy gentilmente nos ha hecho llegar Monseñor Ovidio Pérez Morales su libro Iglesia en la encrucijada de los tiempos, publicado hermosamente este año por la Universidad Católica Cecilio Acosta de Maracaibo. En esta ciudad Monseñor Pérez Morales gobernó su Arquidiócesis entre 1993 y 1999, en tiempos de difícil tensión intraeclesial.

Le conocí en 1962, en una visita-conferencia a la sede del Movimiento Universitario Católico de la Universidad Central de Venezuela, donde una tarde vino desde sus labores docentes en el Seminario Interdiocesano de Caracas a compartir su sabiduría, la que ya era proverbial para la época, a pesar de sus escasos treinta años de edad. En el MUC esperábamos su palabra con veneración anticipada, y no fuimos defraudados.

Tampoco ha defraudado nunca a la Iglesia. Ordenado sacerdote a la caída de Pérez Jiménez, Paulo VI lo nombró Obispo Auxiliar de Caracas en 1971. Ocho años más tarde Juan Pablo II lo designaba Obispo de Coro, desde donde fue a Maracaibo para venir luego a Los Teques, en calidad de Arzobispo-Obispo.

Siendo un intelectual de amplia y sólida formación y un líder confiable y apetecido, Monseñor Pérez Morales ha estado siempre en el centro de la decisión eclesiástica venezolana. Así, por ejemplo, ejerció en sucesión los cargos de Secretario General, Vicepresidente y Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana. Hace ya ocho años que preside el Concilio Plenario de Venezuela.

El libro que generosamente me obsequiara es una colección de cinco años de artículos de prensa, publicados en el diario El Nacional. En ellos se concentra su importante palabra con un estilo inconfundible: el de una claridad pedagógica asombrosa. Sencillos y directos, sus textos parecieran acta fiel de una conversación en vivo que se dirige con la mayor naturalidad a lo esencial. No sobran palabras en sus obras, que por lo demás componen ya una decena de libros bien pensados.

La Ficha Semanal #23 de doctorpolítico reproduce uno tras otro dos de los artículos recogidos en la colección. Ambos son del año 2000. El primero de ellos lleva un sugestivo título: «Democracia por hacer», y es una lección de doble virtud, de sustancia y concisión. El segundo—Mensaje para políticos y gobernantes—nos enrostra con la figura de Tomás Moro, para salir al paso de una política que pretende ejercerse con prescindencia de la dimensión ética.

LEA

Palabra de pastor

Democracia por hacer

Tornillo sin fin. Sombrero de mago, del cual salen siempre cosas nuevas. Son figuras para entender la democracia, que es construcción nunca terminada; horizonte siempre abierto.

Lo relativo a la democracia se parece a la concepción y práctica de los derechos humanos. El camino siempre se alarga, porque la dignidad de la persona humana, su libertad y sus exigencias, plantean continuamente inéditos reclamos.

El dormirse en los laureles es tentación humana continua. En el período democrático venezolano denominado—con acento negativo—»puntofijismo», se descansó demasiado sobre una positividad adquirida. No se actuó un discernimiento verdaderamente crítico del conjunto; no se trabajó consistentemente para avanzar, corrigiendo fallas y proponiéndose nuevas metas. Se pensó que era un organismo sólido; con legitimidad asegurada y perfección lograda. Hubo, sin duda, quienes denunciaron la esclerosis; se lanzaron voces de alerta, proféticas, pero fueron minimizadas, marginadas o silenciadas. Y vino la explosión.

Ahora está en marcha lo que ha surgido como alternativa, como etapa distinta de nuestra vida republicana. Las expectativas suscitadas y el masivo apoyo logrado constituyen pruebas fehacientes de la profundidad de la crisis de la etapa anterior, así como de la ingente tarea que impone la edificación de una «nueva democracia». Cuya «novedad»—es menester recalcarlo—será siempre limitada e imperfecta.

Sin intención de originalidad pero sí con fuerte deseo de cooperar con el cambio que el país necesita, menciono a continuación algunos elementos indispensables para un real avance en democracia, en «nueva sociedad».

En primer lugar, no se da verdadera democracia (pueblo en protagonismo político), sin personas-demócratas que la integren. Mencionar «persona» es hablar de libertad, responsabilidad, capacidad y ejercicio críticos. «Demócrata» dice convicción, compromiso, corresponsabilidad. Pueblo no es simple masa, «audiencia» (del latín audire, oir); implica comunidad de sujetos conscientes y libres; y además «históricos», con genealogía, memoria, cultura. (Lo que hace ilusorio el pensar en cambios a manera de comienzos absolutos, a partir de cero).

Democracia, en cuanto «poder del pueblo», va unida a «participación». Ésta no consiste sólo en votar para ser representados, en aplaudir o respaldar. De allí la necesidad de conciencia crítica, de protagonismo efectivo, de organización popular. Son necesarios los partidos políticos; pero no sólo ellos. La sociedad civil ha de hacerse presente de modo multiforme.

Democracia pide auténtica justicia, debida igualdad y obligante solidaridad. En la confrontación con totalitarismos y dictaduras la democracia ha fallado no pocas veces, por atender unilateralmente a la «libertad». No ocupándose seriamente de lo que hace posible que ésta se dé y actúe, sin atender a lo postulado por la justicia y la equidad. Democracia política, pero no socioeconómica y cultural.

Disciplina y tolerancia han de conjugarse en la trama de la democracia. En cuanto a lo primero, no sobra recordar que los venezolanos estamos inclinados a una interpretación anarcoide, silvestre—dejar hacer—de la democracia. En cuanto a lo segundo, es menester subrayar que la democracia está casada (matrimonio indisoluble) con la tolerancia. Se ha dicho que una debilidad-fortaleza de la democracia es el ser tolerantes aun con los intolerantes. La tolerancia no puede ser sacrificada en aras de una celeridad o eficacia de los cambios.

Por último, pero no por ser lo último: una nueva democracia ha de conjugar cambio de estructuras y cambio de actitudes. De otro modo, las novedades jurídicas y organizacionales pueden quedarse, en gran medida, en cascarones vacíos o en formas sin contenido. Los venezolanos hemos de preguntarnos: ¿Cómo tratamos «lo público» (hospitales, escuelas, parques y bienes en general)? ¿Dónde ubicamos la «corrupción» (sólo en los otros, sin realista autointerpelación)?

Todo lo dicho parte de una opción por cambios de verdad.

2 de octubre de 2000

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Mensaje para políticos y gobernantes

Hay quienes piensan que la política y el ejercicio del gobierno son una especie de «tierra de nadie», con respecto a la verdad y a la ética. Interpretación crudamente «pragmática», en el sentido malo de este término. Lo cual abre el camino a todo género de compraventa de adhesiones, abusos, farsas y tropelías.

Juan Pablo II acaba de proclamar a Tomás Moro como santo patrono de gobernantes y políticos. Patrono significa modelo e intercesor. Y modelo quiere decir, entre otras cosas: ejemplo, punto de referencia, interpelación.

Tomás Moro (1478-1535) fue un católico laico, padre de familia, abogado, político, diplomático; de amplia cultura humanística y rico en cualidades humanas. Creyente y practicante de veras. De trato agradable y con sentido del humor. Después de ejercer diversos cargos, llegó a la destacada posición de Canciller del Reino en Inglaterra.

¿Cómo terminó su vida? Decapitado, después de dura cárcel en la Torre de Londres. ¿Por qué? Por su coherencia religiosa y moral; porque hizo realidad con su actuar la primacía de la verdad sobre el poder. Para él la política tenía como fin supremo el servicio a la persona humana.

Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Lo enseñó Jesús. El Canciller mártir lo entendió bien. Fue fiel al rey Enrique VIII, pero no lo acompañó cuando éste exigió lo que no competía al César. Tomás Moro dejó bien claro que el César no es Dios. Y que, por tanto, no puede erigirse como absoluto.

Hoy podríamos traducir la enseñanza vital de Tomás Moro en estos términos: sólo a Dios podemos firmar un cheque en blanco. La política no se sitúa en el plano de lo absoluto, de lo sagrado. Es algo relativo, temporal. El Estado no constituye deidad alguna. Ningún órgano del Estado, a cualquier nivel, puede autolegitimarse al margen de lo ético, ni considerarse como fuente última de todo derecho. Sólo Dios es adorable y puede exigir una adhesión incondicional. La idolatría del poder lleva a la autodestrucción humana.

Tomás Moro actuó en coherencia con su conciencia, núcleo el más secreto, sagrario, del ser humano. Ámbito en que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo del propio ser.

Sir Thomas More no fue un exaltado. Con sencillez, sin arrogancia ni soberbia, defendió sus principios ante el rey, quien pretendía asumir el control de la Iglesia en Inglaterra. Tomás perdió la vida terrena, pero no la bondad y el humor. El autor de Utopía, ya para sufrir el martirio, oró todavía por el rey; y al ofrecer su cabeza al verdugo que lo habría de decapitar, apartó, sin embargo, la barba, para que no fuese también cortada, diciendo: «Al menos ella no ha cometido alta traición».

El mensaje de Tomás Moro es de coherencia; de servicio al bien común, a la libertad y a la justicia. Afirmación de la centralidad de la persona humana, con su dignidad y sus derechos inalienables. Y con sus deberes, cuyo cumplimiento pueden exigir hasta el sacrificio de la propia vida.

Esta Venezuela nuestra, en nuevos escenarios, espera un manejo político renovador, fundado en la verdad y orientado a la justicia y a la paz; urge soluciones consistentes en el campo socioeconómico hacia un progreso compartido; requiere el afianzamiento de una cultura de vida y solidaridad, que eleve moral y espiritualmente a nuestro pueblo. Quiera Dios que Tomás Moro, constituido patrono, estimule y ayude a nuestros políticos y gobernantes, que en su gran mayoría se confiesan católicos, a ser coherentes con su fe en la vida pública y hagan así de la política una herramienta de servicio eficaz al bien común.

Nuestro país necesita, con carácter de prioridad, la presencia de un gran contingente de laicos (seglares) comprometidos en hacer de los valores humano-cristianos del Evangelio, motor y sentido de una sociedad mejor. Laicos que conjuguen su esfuerzo con el de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, hacia el logro de una nación realmente fraterna, solidaria.

13 de noviembre de 2000

Ramón Ovidio Pérez Morales

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