Fichero

LEA, por favor

Dedico esta Ficha Semanal #24 de doctorpolítico a mis amigos Gerd Stern, Alberto Krygier, Yehezkel Dror, Mary Taurel, Mary Benarroch, Ricardo De Sola, Paulina Gamus, y a la memoria de Francisco y Pedro Pick. De ellos solamente uno vive en Israel. Por esto son particularmente apropiadas las palabras finales de Alberto Einstein en la ficha de hoy, sobre todo en estos momentos de temores e indignaciones hebraicas.

El par de Newton en la historia de la ciencia nació en 1879, el 14 de marzo. Para conmemorar la fecha la Comisión Internacional para la Enseñanza de la Física compiló y publicó en el año centenario el libro Einstein: A Centenary Volume, contentivo de más de cuarenta artículos acerca de la vida y obra del asombroso hombre. El volumen es un tesoro para los admiradores del genio, e incluye desde artículos semitécnicos hasta anécdotas que son una delicia.

Por ejemplo, Philipp Frank recuerda: «Otro día hablamos de un físico que tenía muy poco éxito en su trabajo de investigación. Por la mayor parte atacaba problemas que ofrecían tremendas dificultades. Aplicaba un penetrante análisis sólo para descubrir más y más dificultades. Para la mayoría de sus colegas no estaba muy calificado. Einstein, sin embargo, decía de él: ‘Admiro a este tipo de hombre. Tengo poca paciencia con científicos que toman un tablero de madera, buscan su parte más delgada y taladran un gran número de agujeros donde taladrar es más fácil'».

Pero siendo el libro un reflejo de las múltiples facetas admirables de Einstein, a la par de lo científico conseguimos en él referencia a su relación con lo artístico, lo religioso, lo político. Para una mente que con la mayor naturalidad, y un travieso respeto, hablaba de Dios para involucrarlo en sus disquisiciones física—Raffiniert ist der Herr Gott, aber boshaft ist er nicht—la involucración con la historia y las pasiones de su tiempo era asimismo natural.

Es bastante conocido el hecho de que se hubiera ofrecido a Albert Einstein la presidencia de un renaciente Estado de Israel, cosa que declinó desde su profunda sabiduría. De todos modos, el gigante fue decidido y elocuente partidario de la meta sionista. En el volumen mencionado se incluye un trabajo de Gerald E. Tauber, Einstein y el Sionismo, de cuyos primeros párrafos está compuesta la ficha #24.

LEA

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Otra vez Alberto

La preocupación por el hombre mismo y su destino debe formar siempre el interés principal de toda empresa técnica. Nunca olviden esto en medio de sus diagramas y ecuaciones. (Einstein, Mein Weltbild).

Fue ésa la preocupación que distinguiera a Einstein entre los grandes científicos, un hombre que hablaba abiertamente a favor de sus creencias y principios, y que tomaba sus obligaciones hacia la sociedad con seriedad y jamás olvidó a su pueblo y sus aspiraciones.

Einstein pasó su juventud en un hogar judío pero muy poco religioso. Asistió a la escuela primaria católica local, por ser más barata y cercana que la distante escuela privada judía. No obstante, su educación judía no fue descuidada y recibió lecciones privadas, de modo que desde temprana edad pudo familiarizarse con las enseñanzas de tanto Moisés como Jesús. El antisemitismo no era extraño a Einstein y sus contemporáneos y, como escribiera más tarde (ver Hoffmann, ‘Einstein y el Sionismo’) «Los asaltos físicos y los insultos eran frecuentes camino a la escuela, aunque no realmente maliciosos. Aun así, sin embargo, fueron suficientes para confirmar, incluso en un niño de mi edad, un vívido sentimiento de no pertenencia».

A pesar de esto, no fue sino hasta que Einstein se convirtiera en profesor en Praga en 1911 cuando entró en contacto con judíos—que vivían y pensaban como judíos—y comenzó a entender los particulares problemas que les afligían. También allí se puso en contacto con sionistas que formaban «un pequeño círculo de entusiastas filosóficos y sionistas más o menos agrupado en torno a la universidad» (ver Frank, Einstein, su vida y su tiempo), pero en esa época no estaba interesado en los problemas del judaísmo en términos mundiales.

«La búsqueda del conocimiento por sí mismo, un amor casi fanático por la justicia y el deseo de independencia personal, son los aspectos de la tradición judía que me llevan a agradecer a mis estrellas por pertenecer a ella». (Ver Einstein, ‘Ideales judíos’, Mein Weltbild).

En Alemania, aun más que en Praga, Einstein se percató de que el antisemitismo no podía ser combatido por la asimilación, sino que tendría que ser combatido con más conocimiento.

«Antes de que podamos combatir eficazmente el antisemitismo, debemos primero que nada educarnos a nosotros mismos a salir de él y de la mentalidad esclava que presagia. Debemos tener más dignidad, mas independencia en nuestras propias filas. Sólo cuando tengamos el coraje de vernos a nosotros mismos como una nación, sólo cuando nos respetemos a nosotros mismos, podremos ganar el respeto de los otros; o más bien, el respeto de los otros vendrá por sus propios pasos…» (Ver Einstein, ‘Asimilación y nacionalismo’).

Tampoco mostraba mucha paciencia para con la Asociación Central de Ciudadanos Alemanes de Persuasión Judía, que trataba de vender el judaísmo como mera persuasión religiosa:

«Cuando me tropiezo con la frase ‘Ciudadanos Alemanes de Persuasión Judía’ no puedo evitar una sonrisa melancólica. ¿Qué significa realmente esta pomposa descripción? ¿Qué es esta ‘persuasión judía’? ¿Existirá entonces una clase de no persuasión en virtud de la cual uno cesa de ser judío? No la hay. Lo que la descripción realmente significa es que nuestros beaux esprits están proclamando dos cosas: primero, que no deseo tener nada que ver con mis pobres hermanos judíos; segundo, que deseo ser visto no como un hijo de mi pueblo sino sólo como miembro de una comunidad religiosa. ¿Es esto honesto? ¿Puede un ‘ario’ respetar a tales hipócritas? No soy un ciudadano alemán, ni hay nada en mí que pueda ser descrito como una ‘persuasión judía’, pero soy un judío, y estoy contento de pertenecer al pueblo judío, aunque no le tenga por ‘elegido’. Dejemos el antisemitismo a los no judíos, y mantengamos el calor en nuestros corazones para nuestros parientes y allegados». (Ver Einstein, ‘Asimilación y nacionalismo’).

Quizás no deba sorprender entonces que Einstein fuese luego atraído por el sionismo. En 1897 Teodoro Herzl, el periodista austriaco y autor de «Judenstaat», había lanzado el sionismo político en el Congreso de Basilea que resolvió «asegurar para el pueblo judío un hogar en Palestina garantizado por el derecho público». En 1917 ese sueño pareció convertirse en realidad cuando el gobierno británico emitiera, a través de su Ministro de Asuntos Exteriores Lord Balfour, la llamada Declaración Balfour, por la cual «el gobierno de Su Majestad ve con favor el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y empleará sus buenos oficios para facilitar el logro de este objeto…» Después del cese de hostilidades Palestina se convirtió en territorio de mandato británico bajo la Liga de las Naciones, y Gran Bretaña fue comprometida a la instrumentación de su promesa, una instrumentación que tomaría treinta años y muchas confrontaciones sangrientas y guerras.

Entretanto el movimiento sionista, cuyo cuartel general se había mudado, luego de la muerte de Herzl en 1904, de Viena a Alemania (primero a Colonia y finalmente a Berlín en 1911), trató de atraer judíos prominentes a sus filas. Einstein, naturalmente, estaba entre los posibles candidatos, aunque en esos momentos todavía no gozaba de la fama mundial que resultaría de la verificación experimental (por eclipse solar) de la relatividad general. Al principio Einstein, el oponente del nacionalismo, fue tibio hacia la idea de un hogar nacional para los judíos, pero luego llegó a convencerse de la necesidad de un hogar nacional judío. En una de sus muchas discusiones con Kurt Blumenfeld, un líder sionista, dijo así: «Estoy contra el nacionalismo pero a favor del sionismo. Hoy la idea se me ha hecho clara. Cuando un hombre tiene dos brazos y se la pasa diciendo que tiene un brazo derecho, es entonces un chauvinista. Sin embargo, cuando falta el brazo derecho deberá entonces hacer algo para compensar el miembro faltante. Por tanto soy, como ser humano, un opositor al nacionalismo. Pero como judío soy desde hoy un defensor de los esfuerzos sionistas judíos».

Una vez que Einstein se hubo convencido de la corrección de su decisión se convirtió en un franco defensor, como con toda causa que abrazara.

«Soy un judío nacional en el sentido de que exijo la preservación de la nacionalidad judía como la de cualquiera otra. Considero la nacionalidad judía como un hecho, y creo que todo judío debiera sacar conclusiones definitivas en cuestiones judías sobre la base de tal hecho. Contemplo el crecimiento de la propia afirmación judía como del interés de no judíos así como de judíos. Ése fue el motivo principal para mi afiliación al movimiento sionista. Para mí el sionismo no es meramente un asunto de colonización. La nación judía es un ser vivo, y el sentimiento del nacionalismo judío debe desarrollarse tanto en Palestina como en cualquier otro lugar. Negar la nacionalidad de los judíos en la Diáspora es, en verdad, deplorable. Si uno adopta el punto de vista de confinar el nacionalismo étnico judío en Palestina, entonces para toda intención y propósito niega uno la existencia de un pueblo judío».

Gerald E. Tauber

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