La gente que hace escenarios generalmente presume que el futuro es un abanico, un área continua limitada por bordes con lo imposible. No lo es. Se parece más a un árbol, ramificado, o a un delta fluvial, que es más cambiante. No todo lo que está dentro de límites de imposibilidad es posible.
El futuro es más como nuestra mano, un delta de cinco dedos. Si la abrimos y extendemos máximamente el pulgar y el meñique podemos ver los mayores espacios entre los dedos, donde no hay ya mano. Los futuros posibles no son muchísimos; en realidad son siempre sólo unos cuantos.
Supongamos que fuésemos una organización—por ejemplo, un partido político—que trajese una trayectoria descendente y sintiese que hoy se encuentra en tan grave condición que hasta su propia existencia se pone en duda. O simplemente supiésemos que lo que pensamos hacer probablemente no sería suficiente. ¿Cuál sería el delta de nuestro futuro?
Consideremos cinco cauces de ese delta, como los dedos de una mano. Cinco caños de desagüe de nuestra historia. Y cada uno tiene un nombre.
Caño Extinción. Ni siquiera llega al mar. Se seca antes. La organización desaparece, y más bien pronto. Es el cauce de las organizaciones que insistirán en hacer algo no demasiado diferente de lo que han venido haciendo. Puede que todavía sus estertores se repitan por un tiempo, pero en verdad se trata de un caño de futuro más bien corto.
Caño Insignificancia. Si la organización emprende un esfuerzo considerable en hacer, en el fondo, más de lo mismo, o aun si cambia significativamente, pero en dirección insuficiente o errónea, puede que logre mantenerse viva, pero con escasa influencia e importancia. Es posible durar décadas enteras haciendo cosas que ya no hacen diferencia. A lo mejor algún ejecutivo del tipo yuppie convence a la organización de alguna doctrina gerencial de última moda y por un tiempo parece lograr resultados, aunque el problema real sea más profundo que meramente de gerencia.
Caño Fusión. En este caso la organización se funde o federa con otra u otras, sin mucho cambio direccional, en mera consolidación de capitales pobres. Si se llega a constituir una nueva organización con esa alianza, entonces pudiera haber una redefinición que le permitiera hacer algo significativo.
Caño Descendencia. La organización podría fundar otra u otras organizaciones, que serían distintas de un partido, puesto que no tendría sentido que un partido fundara un partido. Los hijos son distintos de los padres, aun los más parecidos. Por ejemplo, fundar un instituto, una universidad, una cooperativa, etcétera. Después morir, como los padres suelen hacer. Los hijos llevarán algunos rasgos de sus padres, y es así como éstos se perpetuarían.
Caño Metamorfosis. Aquí la organización ha decidido mutar. Se ha percatado de que no puede seguir siendo la misma cosa porque el mundo en el que nació ya no existe. Entiende que debe sustituir sus paradigmas por otros, que debe suplantar sus reglas de operación con otras y tiene el valor de atreverse a hacer metamorfosis, a convertirse en algo distinto. Es quizás el futuro más exigente, pero también el más eficaz, modesto y sabio.
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Es ante este delta que los partidos menguados aún sobrevivientes en Venezuela se encuentran. No se trata de una disyuntiva sino de una pentayuntiva. Pero no tienen otros futuros que ésos. Apartando el MVR, que padece enfermedad diferente—una obesidad complacida—todos los demás partidos del país están amenazados de extinción, incluidos los de data más reciente, y en particular ése que insiste en presentarse como «el único» que el gobierno temería. Esta inmodesta caracterización puede rendir beneficios a corto plazo, sobre todo ante unos financistas de bolsillo exhausto que ya no querrán mantener actores ineficaces. Pero tarde o temprano se hará evidente su insuficiencia.
El que más y el que menos han tenido ya suficiente exposición pública, suficiente historia, como para saber que el alma venezolana, que tan ansiosa está de liderazgo idóneo, no ha sido cautivada por sus propuestas. Es ésa la insuficiencia que debe ser reconocida.
Los más jóvenes no han tenido mucho tiempo para dañar irreversiblemente su reputación, cualquiera que ésta sea, sobre todo si no han formado parte de gobiernos. Pero el problema no es su actual o eventual negatividad. La cuestión es la insuficiencia de su positividad. Cualquier partido convencional—y como ha señalado esta carta antes, todos los partidos venezolanos, incluido muy especialmente el MVR, son convencionales—que pretenda—en razón de su historia larga o, por lo contrario, porque sea nuevo, candidato al papel de «generación de relevo»—que en su actual configuración y desde sus actuales marcos conceptuales puede ser «el partido del futuro», verá frustrada su ensoñación y oscilará, esta vez sí ante una disyuntiva, entre la extinción y la insignificancia.
Por supuesto, queda el camino de la innovación radical, el caño de la Invención. Hacer un nuevo tipo de organización política desde cero. Amanecida en Navidad.
Hace unos años, cuando una comisión bicameral del extinto Congreso de la República, presidida por el tocayo tocayo Luis Enrique Oberto, se afanaba en una posible reforma de la constitución de 1961, e iba ya por una lista de más de un centenar de posibles modificaciones, un venezolano lúcido, Humberto Peñaloza, recordaba a su maestro de primaria, a quien si los alumnos le presentaban una plana con más de cinco errores, les obligaba a repetirla enteramente de nuevo. Así escribió, poco antes de que el «proyecto Oberto» fuese concluido, en «Lo democrático es consultar a la ciudadanía»: «Si nuestra Constitución, con apenas 31 años de vigencia, requiere ya de noventa reformas para ‘perfeccionar’ materias que a todas luces deben ser modificadas a fondo, mejor es que la escribamos de nuevo, con nuevos enfoques y nuevas aproximaciones a las realidades del país y de su entorno geopolítico, económico, socio-cultural, militar, administrativo y ecológico. Tarea, eso sí, para nuevas mentalidades y nuevas escuelas de pensamiento».
La claridad de Peñaloza era meridiana. No hablaba de tarea para juveniles. Hay mucho joven de inclinación más bien conservadora, propenso a la ortodoxia, a lo canónico. La modernidad que exigía Peñaloza era de mentalidades, de «escuelas de pensamiento».
Exactamente el mismo es el problema de los partidos residuales tras la lección del 31 de octubre. No les bastarán cambios que no pasen de ser apósitos puntuales, paños calientes. La cantidad de cambio que les daría posibilidad de trascendencia es grande.
Pero tal cosa no tiene porque ser traumática o castrante. Si en la biografía de todo ser humano hay máculas vergonzantes que preferiría no recordar, así mismo ocurre con las organizaciones de los hombres. Y si no se debe congelar a nadie en su pasado, porque sería atentar contra su libertad—es decir, contra su posibilidad de cambio—del mismo modo no puede negarse a una organización valiente, por más dañada que esté su reputación, su posible intención metamórfica. La regeneración es difícil pero posible.
Hace treinta años una inteligente y bella dama intentaba enseñarme, desde su amor y porque creía que me autoflagelaba demasiado, que uno debía aprender a «encogerse de hombros ante uno mismo», aprender a perdonarse a uno mismo. Lo que no puede hacer uno es persistir tercamente en el error, ni disimular tal cosa mediante procedimiento cosmético. Nuestros partidos, todos, son candidatos a una extensa y profunda cirugía plástica. Si prefieren evadir tal operación reconstructiva es bueno que sepan que morirán o, en el mejor de los casos, que vivirán en la indigencia.
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