por Luis Enrique Alcalá | Dic 16, 2004 | Cartas, Política |
Del 5 de marzo de 2002: «Crece la oposición al presidente Chávez. Una encuesta de opinión del mes pasado muestra que 53% de los venezolanos desea que Chávez salga de la Presidencia, en comparación a 36% de agosto pasado. Las peticiones de renuncia por parte de funcionarios públicos y líderes empresariales se han hecho cotidianas. Incluso algunos de los antiguos aliados de Chávez le dan la espalda. Luis Miquilena, mentor político de Chávez y antiguo ministro del Interior, está trabajando con grupos de oposición para tratar de persuadir a Chávez de que renuncie. Los militares también están divididos en el apoyo a Chávez. El alto mando apoya públicamente al presidente… (Fragmento suprimido). Un golpe exitoso sería difícil de montar».
Del 11 de marzo de 2002: «Hay signos crecientes de que líderes empresariales y oficiales militares venezolanos están volviéndose insatisfechos con el presidente Chávez, y él está claramente preocupado y trata de moderar su retórica. La oposición tiene todavía que organizarse en un frente unido. Si la situación se deteriora ulteriormente y las manifestaciones se tornan aún más violentas, o si Chávez intenta una jugada inconstitucional que aumente sus poderes, los militares pudieran moverse para derrocarlo».
Del 1º de abril de 2002: «El presidente Chávez confronta una fuerte oposición continuada de parte del sector privado, los medios, la Iglesia Católica y partidos de oposición enardecidos por un conjunto de leyes que decretara en diciembre. Reportes sugieren que oficiales militares descontentos están todavía planeando un golpe, posiblemente para comienzos de este mes. Un intento de golpe arriesgaría violencia considerable y una represión severa de Chávez sobre cualquier oposición doméstica».
Del 6 de abril de 2002: «Las condiciones maduran para un intento de golpe. Facciones militares disidentes, incluyendo algunos oficiales molestos de alta graduación y un grupo de oficiales radicales jóvenes, están acelerando esfuerzos para organizar un golpe contra el presidente Chávez, posiblemente tan pronto como este mes. (Fragmento suprimido). El nivel de detalle de los planes reportados —fragmento suprimido—tiene como blanco de arresto a Chávez y 10 otros altos funcionarios—da credibilidad a la información, pero contactos militares y civiles hacen notar que ningún grupo está listo para dirigir un golpe exitoso y éste pudiera estropearse si se mueven demasiado rápido. Grupos civiles opuestos a las políticas de Chávez, incluyendo a la Iglesia Católica, grupos empresariales y de trabajadores, retroceden ante intentos de involucrarlos en la conspiración, probablemente para evitar mancharse con una acción inconstitucional y por temor de que un golpe fallido pudiera fortalecer a Chávez. (Fragmento suprimido). Las perspectivas de un golpe exitoso son en este momento limitadas. Los conspiradores todavía carecen de la cobertura política para escenificar un golpe, la base de apoyo duro a Chávez entre los venezolanos pobres permanece intacta y las repetidas advertencias de que los Estados Unidos no apoyarán ninguna acción inconstitucional para sacar a Chávez probablemente hayan frenado a los conspiradores. Chávez vigila a sus oponentes dentro y fuera de los militares. (Fragmento suprimido) Para provocar una acción militar, los conspiradores pueden tratar de explotar el descontento que surja de manifestaciones de la oposición programadas para más adelante en el mes o de huelgas en curso en la compañía petrolera estatal PDVSA. Empleados de PDVSA comenzaron una huelga el jueves en instalaciones de 11 de los 23 estados, como parte de una protesta en escalada contra los esfuerzos de Chávez por politizar PDVSA. Huelgas prolongadas, en particular si tienen el apoyo de los sindicatos de obreros petroleros, pudieran desencadenar una confrontación».
La información citada en los párrafos precedentes proviene de facsímiles de Informes Ejecutivos «Senior» de Inteligencia (Senior Intelligence Executive Briefs) producidos por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos de Norteamérica. Gracias a la «Ley de Libertad de Información» (Freedom of Information Act, FOIA) tan comprometedores informes están ahora disponibles al público, luego de que fuesen «liberados»—con algunas supresiones—en octubre de este año. Los documentos de este tipo son circulados regularmente entre altos funcionarios (unos 200) del gobierno norteamericano, antes de ser devueltos a la CIA.
La ley estadounidense fue promulgada inicialmente en 1966. Treinta años más tarde fue enmendada para obligar a las agencias gubernamentales a ofrecer información ya desclasificada ¡por Internet! Es ley de una sociedad peculiar, que ya dio por tierra con el segundo gobierno de Richard Nixon, obligándole legalmente a entregar información de alta sensibilidad: las famosas grabaciones magnéticas en las que quedasen registradas sus instrucciones para el espionaje al Partido Demócrata en el ya arquetípico caso Watergate.
Esta misma ley sirve ahora a los propósitos de Hugo Chávez. Una joven abogada norteamericana de 34 años, Eva Golinger, ha hecho las solicitudes pertinentes a la CIA, amparándose en la ley, y tan poderosa agencia no ha tenido más remedio que entregar los documentos. La Srta. Golinger percibe honorarios del gobierno venezolano.
Un artículo de la Srta. Golinger—The Proof is in the Documents: the CIA was involved in the coup against Venezuelan President Chavez—pretende haber probado con los documentos liberados por la CIA que este organismo o algún otro del gobierno de su país estaba involucrado en el golpe, a pesar del disclaimer que señalaba (6 de abril de 2002): «las repetidas advertencias de que los Estados Unidos no apoyarán ninguna acción inconstitucional para sacar a Chávez». Para la abogada Golinger esta salvedad no sería otra cosa que un acto de hipocresía, deliberadamente plantada en el informe en cuestión para guardar las espaldas de los Estados Unidos; para curarse en salud, pues. En un tribunal norteamericano, sin embargo, parte del mismo sistema legal que incluye la FOIA, este particular alegato de la Srta. Golinger sería desechado como mera especulación. (El artículo puede ser leído enteramente en http://www.fromthewilderness.com/free/ww3/082106_proof_documents.shtml).
Lo que sí es obvio es que el gobierno norteamericano estaba enteradísimo de los preparativos de un golpe contra Chávez, incluyendo de la intención de arrestar a éste y a una decena de sus más cercanos colaboradores. Los documentos no hablan de provocar un «vacío de poder», sino de un golpe y una conspiración y unos conspiradores con todas sus letras. Claro, también dan cuenta de la opinión norteamericana sobre la ineptitud de los golpistas.
¿Estaban obligados los Estados Unidos a alertar al gobierno venezolano acerca de las circunstancias que conocían con suficiente antelación? La pregunta puede dar para todo un seminario teológico-moral. Lo cierto es que no lo hicieron, y que cuando Ari Fleischer, por la Casa Blanca, y Philip Reeker, por el Departamento de Estado, comentaron el 12 de abril de 2002 sobre los acontecimientos en Caracas, se hicieron los suecos (con perdón de los súbditos de Carl XVI Gustaf) respecto del golpe que conocían de antemano.
Es muy claro que a los Estados Unidos no les gusta Hugo Chávez—desde hace tiempo y además con razón—como el canciller español Miguel Ángel Moratinos ha dicho hace poco que tampoco gustaba al gobierno de José María Aznar. En pocos días, por tanto, dos situaciones embarazosas han afligido a estadistas españoles y norteamericanos. Para España se trata de un gobierno ido; para los Estados Unidos es un gobierno reelecto y en funciones el que es cuestionado. Un representante del Partido Demócrata por Nueva York, José Serrano, ha exigido un examen detallado de los aportes del National Endowment for Democracy (NED) a organizaciones venezolanas, punto que también ocupa buena parte de la atención de Eva Golinger. En una declaración de prensa (8 de diciembre) Serrano, el Demócrata de mayor rango en el subcomité de los Representantes que autoriza el presupuesto del Departamento de Estado y el NED, fustigó a su gobierno por haber sido «descaradamente engañoso cuando negó saber acerca de amenazas de golpe y desestimó el papel jugado por oficiales militares disidentes en la ejecución del golpe contra el presidente Chávez de Venezuela el 11 de abril de 2002».
Por ahora, George W. Bush parece tan firmemente atornillado en el poder como Hugo Chávez, pero ¿quién sabe? Tal vez un país tan especial como los Estados Unidos encuentre a la vuelta de unos meses alguna razón para enjuiciarle (impeachment), quizás con ayuda de la FOIA.
Lo cierto es que los Estados Unidos, que son tan admirable democracia hacia adentro, que son una fuerza civilizatoria neta para el mundo, no se comportan consistentemente con ese rasgo cuando hacen política exterior. Por ejemplo, al retirar ayuda a aquellos países que, como Venezuela, no quieren ofrecerles carta blanca y eximirlos en materia de crímenes de guerra que pudieran sentar a funcionarios suyos como reos ante el Tribunal Internacional de La Haya. Serrano ha expresado la siguiente advertencia: «Estoy comprometido a exigir responsabilidad de esta administración, y a asegurar que sostenemos los más altos estándares de democracia e instituciones democráticas cuando interactuamos con otras naciones».
Cuando una Sala Plena Accidental del Tribunal Supremo de Justicia desestimó la acusación de rebelión militar que pesaba sobre Efraín Vásquez Velasco, Pedro Pereira Olivares, Héctor Ramírez Pérez y Daniel Lino José Comisso Urdaneta, también se curó en salud. La decisión del 14 de agosto de 2002 se limitó a decir que, sobre la base de las evidencias presentadas por la Fiscalía General de la República, no estaba probado que tan altos oficiales hubieran incurrido en el delito de rebelión militar tipificado en el ordinal 1º del artículo 476 del Código Orgánico de Justicia Militar. Pero la ponencia redactada por Franklin Arriechi también dijo: «A pesar de que el Fiscal no achacó expresamente a los imputados lo relativo a la constitución de un gobierno provisorio, por lo cual su consideración es ajena a esta decisión, el mundo sabe que el 12 de abril de 2002, después de que el general en Jefe anunciara la renuncia del Presidente, un grupo de militares entre los cuales se encontraba el coimputado general Efraín Vásquez Velazco, anunció el nombramiento del Dr. Ramón Carmona Estanga como Presidente interino o provisional de una junta de gobierno. También es sabido que esta persona, la tarde de ese día prestó juramento e hizo público un Decreto por el cual asumió la presidencia de la nación, destituyó a los componentes de los poderes públicos y cambió el nombre de la República, entre otras cosas».
Y afirmó también: «De tal manera que, a pesar de que la Sala considere inaceptable el que alguien se arrogue la facultad de designar a un Presidente, tampoco puede concluir en que ese nombramiento encaje dentro de la descripción hecha en el artículo 476 del Código Orgánico de Justicia Militar que, se ratifica una vez más, constituyó la única imputación fiscal formulada en la querella. En cuanto a la juramentación de Ramón Carmona Estanga y al Decreto que hizo público, se debe recordar que las responsabilidades son personales y que únicamente a quien se hizo autor se le puede responsabilizar de ello».
Esto es, Isaías Rodríguez no hizo bien su tarea y ahora pretende ir a examen de reparación. Hubo golpe, le dijo el defenestrado Arriechi, pero no lo probaste. LEA
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por Luis Enrique Alcalá | Dic 16, 2004 | LEA, Política |
El Día de la Inmaculada Concepción el diario El Universal publicó un artículo cuyo autor era el ex presidente Rafael Caldera Rodríguez, en el que le cantaba la cartilla al presidente Hugo Chávez Frías. Luego de repasar con algún laconismo— «Si se examinan los seis años de gobierno del presidente Chávez se llega a la conclusión de que lo único que ha hecho es ganar elecciones»—el tiempo que Chávez lleva gobernando, el doctor Caldera le llama, como su única autoridad puede hacer, a la conciliación. Así escribió el ex presidente:
«Yo, en mi gobierno, acordé el sobreseimiento de los juicios de los alzados del 4F, porque el anhelo de la población era la paz. ¿Y este gobierno qué hace? Es el momento de demostrar que existe la posibilidad de que haya una oposición y de que los derechos humanos se respetan. Las organizaciones internacionales creadas para asegurar los elementos fundamentales de la democracia se están pronunciando sobre la actitud de este gobierno, que cuenta con el apoyo de las minorías extremistas que con un revolucionarismo anticuado viven armando disturbios en sus respectivos países. Es hora de decir Punto y aparte. Vamos a reconstruir los partidos políticos, a fortalecer las instituciones y demostrar que el pueblo venezolano puede vivir y reconocer el combate político como uno de los atributos fundamentales del sistema democrático».
Lo más probable, no obstante, es que ese llamado del pacificador de la insurrección armada de la década de los sesenta, el libertador de Chávez, caiga sobre oídos sordos. No parece ser que la compasión sea virtud que adorne al actual presidente. Todo lo contrario. Ante una implacable agenda retaliatoria, no hay opositor político a Chávez que pueda dormir tranquilo. (Tal vez Manuel Rosales, que ahora se da abrazos con José Vicente Rangel y ofrece súbitamente «borrón y cuenta nueva»).
Entretanto, parece que ya llega al millar el número de médicos y odontólogos cubanos que vinieron a trabajar en el país y han optado por irse a los Estados Unidos o a Colombia. Según reporta Stratfor, «…una creciente red de grupos opositores, familias voluntarias en Venezuela, diplomáticos latinoamericanos, cristianos evangélicos y activistas cubanos anticastristas basados en Miami» estaría manejando el tráfico de evadidos. (Por mar y a través de la frontera con Colombia). Claro, esta gente no desea esperar a que Chávez le haga caso a Caldera, y sabe muy bien que en Cuba no se concede amnistías.
LEA
por Luis Enrique Alcalá | Dic 14, 2004 | Fichas, Política |
LEA, por favor
Las religiones hebrea, cristiana e islámica contienen, en tanto verdades comparadas, ideas afines, «fractales» que se repiten. Dice S. Parvez Manzoor, por ejemplo: «El Estado, como fenómeno histórico, en consecuencia, ni ‘encarna’ la Ley ni ‘representa’ la verdad de la fe sino que constituye una entidad contingente que tiene jurisdicción sobre los cuerpos de los hombres pero no sobre sus conciencias». ¿No es esto acaso una forma culta y técnica de afirmar la mismo que la máxima de Jesús de Nazaret, «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»?
La penúltima de las fichas semanales de doctorpolítico tomó prestado del pensamiento de Ovidio Pérez Morales, cristiano; la última de Alberto Einstein, hebreo. Esta Ficha Semanal #25 se compone de fragmentos de un texto del gran intelectual islámico residenciado en Suecia, S. Parvez Manzoor. Aquí se reproduce de su estudio «¿Es el Islam indemocrático?» oportunas aclaratorias, formuladas desde la entraña misma de la enseñanza profética de Mahoma.
Una caricatura del Islam tiende a ser la imagen que en Occidente tenemos de esa religión, incultos como somos respecto de su prédica. Algunas incidencias históricas, ciertamente, alimentan esa impresión distorsionada. La quema de una de las maravillas del mundo, la Biblioteca de Alejandría, por ejemplo. Así refiere Arnold Toynbee: «Se dice que, en respuesta a la solicitud del general que había recibido la rendición de la ciudad de Alejandría y que le solicitaba instrucciones sobre qué hacer con la famosa biblioteca, ‘Umar habría escrito: ‘Si las escrituras de los griegos están de acuerdo con el Libro de Dios son inútiles y no es necesario preservarlas; si no están de acuerdo, son perniciosas y deben ser destruidas’». (Citado en «El monoteísmo en Occidente», de Rafael López-Pedraza, uno de cuyos textos servirá para construir la ficha de doctorpolítico de la próxima semana).
La prescripción de Parvez Manzoor es tan oportuna como recientes movimientos encaminados a desasociar al Islam de la sangrienta violencia que se comete en su nombre. Un frecuente escritor sobre temas del Islam, Muhammad Shahrour, observa que tal cosa sólo podrá lograrse mediante una reinterpretación de sus textos sagrados, muchos de cuyos preceptos, sobre todo los que tienen que ver con la práctica de la guerra, son sacados de contexto para dotarles de una cualidad general que no tienen. Por poner el caso más notable, toda la Sura del Arrepentimiento—una descripción del fallido intento de Mahoma por establecer un estado en la Península Arábiga—se emplea a menudo para justificar ataques extremistas. («Maten a los paganos donde los encuentren»). Sharhour argumenta que ese mandato debe entenderse como restringido a la lucha específica que Mahoma libraba entonces.
No es fácil la tarea de estos nuevos y pacíficos intérpretes. De nuestro lado pudiéramos ayudar aprendiendo acerca del Islam y entendiéndolo como la casa de un vecino.
LEA
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La casa del vecino
La modernidad nos ha traído un orden público desdivinizado. Ha suprimido la verdad del Alma por la armonía de la Ciudad. Ha reducido el mandato de la Viceregencia Divina a un compromiso con la moralidad civil. Nuestra civilización ya no representa ninguna verdad cósmica, no participa en ningún orden trascendental del ser y no reconoce otro propósito humano más allá de la existencia. De hecho, al redefinir el Fin (eschation/Akhira) como un orden inmanente de la sociedad, la modernidad ha abolido enteramente la búsqueda de la trascendencia del orden público. En lugar del deleite del alma ofrece paz en la ciudad, y el misterio del Aquí-después lo sustituye por la promesa del Aquí-ahora.
En oposición a la verdad moderna, el Islam sostiene que la salvación del Alma tiene precedencia sobre la paz de la Ciudad. El creyente confronta el misterio del ser en tanto l’homme y no en tanto le citoyen. El discurso sacrosanto de la Ley se dirige al alma individual, al musulmán singular que no es un ente político. De hecho, a pesar de la poderosa lógica de su ética comunitaria, la visión islámica es más trascendente que mundana, más simbólica que pragmática, más paradigmática que estratégica. El verdadero guardián del Islam preferiría con mucho condenar mil veces toda la historia que apartarse de una línea del texto. La fe, no la existencia, es el verdadero hogar del creyente.
Paradójicamente, lo Sagrado, hace tiempo exiliado del interior de la Ciudad Secular, la asedia ahora con venganza. Revestido con el ropaje del «fundamentalismo», desafía a la secularidad en su propio terreno inmanentista. Al percatarse de que los problemas de una sociedad históricamente existente no pueden agotarse en una espera por el fin del mundo, la fe se promueve ahora a sí misma como política de inmediato rendimiento. En efecto, comprometido con las glorias de este mundo, profiere su propio modelo de paraíso terrenal. Así, mientras el Leviatán de la modernidad no ha tenido éxito en devorar a la fe religiosa, la fe que ha resurgido del abismo del secularismo flota sobre la balsa del Mesianismo: es inmanentista, radical y totalitaria.
Hoy en día el Islam se encuentra sitiado por una nueva mundanidad. Desafiada desde adentro por la idea del Estado, y por el secularismo de la ortodoxia moderna desde el exterior, la tradición islámica es indiciada de ser hostil a los valores humanos de la democracia, la libertad y la tolerancia. La verdad islámica del creyente, aseguran quienes están afuera, canibaliza el derecho del ciudadano. La soberanía del Islam como fe transtemporal y transexistencial, entonces, nos obliga a separar la media verdad del mundo de la verdad plena de nuestra fe. Al combatir la nueva mundanidad, en otras palabras, el creyente necesita identificar los verdaderos demonios de nuestra época, evitando agotarse en un fútil boxeo de sombra.
Al reflexionar sobre la dialéctica de la fe y la existencia, debiéramos recordar que si el Islam es preponderantemente una fe religiosa, una doctrina de la verdad, las esposas de la modernidad—la libertad, la democracia y el secularismo—son todas ideologías del método. Todas son teorías de la práctica, filosofías de los medios y la instrumentalidad que no se preocupan por ninguna causa o meta última. Mientras que la verdad revelada del Islam no puede permitirse ser desnaturalizada por ningún dictado humano, democrático o despótico, las medio verdades metodológicas del mundo, al no tener interés en los propósitos o metas últimas del hombre, se preocupan sólo con las exquisiteces de forma y procedimiento. Por tanto, sólo cuando la democracia, casada con el humanismo ateo, reivindica ser una doctrina de la verdad, o cuando el secularismo se interpreta a sí mismo como epistemología, es cuando choca contra la fe del Islam. Porque concibiéndose como una doctrina de la verdad, la democracia no sólo afirma la idea política de la voluntad del pueblo, sino que ¡también repudia la idea religiosa de la verdad de Dios! En síntesis, cuando la voluntad colectiva no está tentada a suprimir la verdad del Alma, a subyugar la autonomía de la conciencia individual, la verdad de la fe y el método de la democracia pueden cohabitar en la misma recámara existencial. Y lo mismo vale para el espacio ocupado por un Estado musulmán.
En cuanto a la libertad, la fe revelada del Islam sostiene que, sean cuales sean las contingencias de la existencia, el hombre moral está siempre atado a la ley de Dios. Es él quien trueca su libertad por obediencia, quien somete su voluntad a la voluntad de Dios y se convierte en un Musulmán. Por tanto, la tradición islámica desconoce cualquier «discurso libertario de derechos» en contra de la revelación divina y sus preceptos. Es también a causa del imperativo de la revelación que la fe del Islam nunca podrá liberarse de los «fines últimos de la existencia» y degenerar en mera estratagema de supervivencia. En verdad, la existencia islámica no puede convertirse en un intento prometeico hacia un paraíso terrenal ni reducirse a una patética búsqueda de la seguridad en la «solitaria, pobre, desagradable, bestial y breve» vida del hombre.
No hay que decir que la moralmente obligante Ley de Dios no es contingencia de las ordenanzas de algún gobernante o estado: es verdaderamente transpolítica. O como es vista por nuestra tradición clásica: luego del término de la Profecía, ningún gobierno tiene el derecho de exigir obediencia absoluta. Porque todo gobierno post Profético y todo estado post Profético, Musulmán o no Musulmán, bajo la guía del Faqih o el gobierno del Sultán, es «falible». El Estado, como fenómeno histórico, en consecuencia, ni «encarna» la Ley ni «representa» la verdad de la fe sino que constituye una entidad contingente que tiene jurisdicción sobre los cuerpos de los hombres pero no sobre sus conciencias. Por tanto, la misma razón de la sumisión, que ata al hombre moral y su conciencia a los imperativos de la revelación, no puede aplicarse a la relación del ciudadano con el Estado temporal. La conciencia de la revelación del individuo, y no el poder político del Estado, es la soberana en la Casa del Islam.
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El debate islámico sobre las libertades civiles y públicas terminará cuando dejemos de confundir Estado con Paraíso, orden político con orden divino, contingencia con eternidad, al modo de los secularistas. De hecho, necesitamos rectificar nuestra propensión a concebir el Estado en términos del régimen de la Ley, confundiendo un orden político inmanente con un orden moral trascendente. (Obviamente, la única excepción es el régimen Profético el que, estando bajo el mando directo de Dios a través de la revelación, representa una instancia única—e irrepetible—del gobierno de Dios, una teocracia. De aquí que es el único «estado» dentro de la historia que puede exigir obediencia incondicional del Musulmán. Sin embargo, esta es la única excepción que concluye toda otra regla: hace a toda otra pretensión de gobierno teocrático ilegal y no islámica).
Dado el hecho de que la «teocracia» es sólo posible bajo el gobierno Profético, se sigue que—cualquiera sea la lógica sagrada de la teoría clásica y la furia secular de la revitalización modernista—el creyente y el ciudadano no están condenados a una vida de perpetua lucha en la Casa del Islam. En efecto, mientras el Estado no pretenda «encarnar» la verdad trascendente de la fe, en tanto no se ponga el manto teocrático, podrá asegurarse la lealtad del creyente, aunque limitada y condicional. Sólo cuando el estado temporal pretende en último término dirigir el destino del ciudadano más allá de dahr o dunya, (usurpando así la autoridad del Profeta) pierde su derecho a la obediencia. Un falso imán es más peligroso que un falso sultán.
La proclamación de la verdad eterna de la fe y la lucha por el deleite del alma, sin embargo, no son una renuncia a la media verdad de la Ciudad. Simplemente son mantener la autoridad moral de la verdad revelada, y su consiguiente conciencia religiosa, sobre el poder coercitivo del orden político. En la medida en que el problema de crear la paz en la Ciudad no signifique abolir la búsqueda por el significado de la existencia, en la misma medida el método democrático no agota la búsqueda religiosa de la verdad. En consecuencia, aun cuando la fe religiosa del Islam y la metodología política de la democracia han sido presentadas como enemigos mortales por los extraviados campeones de la piedad religiosa y los autonombrados guardianes del «orden mundial», ellas pueden, y en verdad deben, coexistir. Y esta cohabitación debe tener lugar no sólo dentro de los estados Musulmanes, sino asimismo en el seno de la emergente Ciudad Global de la humanidad.
S. Parvez Manzoor
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por Luis Enrique Alcalá | Dic 9, 2004 | Cartas, Política |
La gente que hace escenarios generalmente presume que el futuro es un abanico, un área continua limitada por bordes con lo imposible. No lo es. Se parece más a un árbol, ramificado, o a un delta fluvial, que es más cambiante. No todo lo que está dentro de límites de imposibilidad es posible.
El futuro es más como nuestra mano, un delta de cinco dedos. Si la abrimos y extendemos máximamente el pulgar y el meñique podemos ver los mayores espacios entre los dedos, donde no hay ya mano. Los futuros posibles no son muchísimos; en realidad son siempre sólo unos cuantos.
Supongamos que fuésemos una organización—por ejemplo, un partido político—que trajese una trayectoria descendente y sintiese que hoy se encuentra en tan grave condición que hasta su propia existencia se pone en duda. O simplemente supiésemos que lo que pensamos hacer probablemente no sería suficiente. ¿Cuál sería el delta de nuestro futuro?
Consideremos cinco cauces de ese delta, como los dedos de una mano. Cinco caños de desagüe de nuestra historia. Y cada uno tiene un nombre.
Caño Extinción. Ni siquiera llega al mar. Se seca antes. La organización desaparece, y más bien pronto. Es el cauce de las organizaciones que insistirán en hacer algo no demasiado diferente de lo que han venido haciendo. Puede que todavía sus estertores se repitan por un tiempo, pero en verdad se trata de un caño de futuro más bien corto.
Caño Insignificancia. Si la organización emprende un esfuerzo considerable en hacer, en el fondo, más de lo mismo, o aun si cambia significativamente, pero en dirección insuficiente o errónea, puede que logre mantenerse viva, pero con escasa influencia e importancia. Es posible durar décadas enteras haciendo cosas que ya no hacen diferencia. A lo mejor algún ejecutivo del tipo yuppie convence a la organización de alguna doctrina gerencial de última moda y por un tiempo parece lograr resultados, aunque el problema real sea más profundo que meramente de gerencia.
Caño Fusión. En este caso la organización se funde o federa con otra u otras, sin mucho cambio direccional, en mera consolidación de capitales pobres. Si se llega a constituir una nueva organización con esa alianza, entonces pudiera haber una redefinición que le permitiera hacer algo significativo.
Caño Descendencia. La organización podría fundar otra u otras organizaciones, que serían distintas de un partido, puesto que no tendría sentido que un partido fundara un partido. Los hijos son distintos de los padres, aun los más parecidos. Por ejemplo, fundar un instituto, una universidad, una cooperativa, etcétera. Después morir, como los padres suelen hacer. Los hijos llevarán algunos rasgos de sus padres, y es así como éstos se perpetuarían.
Caño Metamorfosis. Aquí la organización ha decidido mutar. Se ha percatado de que no puede seguir siendo la misma cosa porque el mundo en el que nació ya no existe. Entiende que debe sustituir sus paradigmas por otros, que debe suplantar sus reglas de operación con otras y tiene el valor de atreverse a hacer metamorfosis, a convertirse en algo distinto. Es quizás el futuro más exigente, pero también el más eficaz, modesto y sabio.
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Es ante este delta que los partidos menguados aún sobrevivientes en Venezuela se encuentran. No se trata de una disyuntiva sino de una pentayuntiva. Pero no tienen otros futuros que ésos. Apartando el MVR, que padece enfermedad diferente—una obesidad complacida—todos los demás partidos del país están amenazados de extinción, incluidos los de data más reciente, y en particular ése que insiste en presentarse como «el único» que el gobierno temería. Esta inmodesta caracterización puede rendir beneficios a corto plazo, sobre todo ante unos financistas de bolsillo exhausto que ya no querrán mantener actores ineficaces. Pero tarde o temprano se hará evidente su insuficiencia.
El que más y el que menos han tenido ya suficiente exposición pública, suficiente historia, como para saber que el alma venezolana, que tan ansiosa está de liderazgo idóneo, no ha sido cautivada por sus propuestas. Es ésa la insuficiencia que debe ser reconocida.
Los más jóvenes no han tenido mucho tiempo para dañar irreversiblemente su reputación, cualquiera que ésta sea, sobre todo si no han formado parte de gobiernos. Pero el problema no es su actual o eventual negatividad. La cuestión es la insuficiencia de su positividad. Cualquier partido convencional—y como ha señalado esta carta antes, todos los partidos venezolanos, incluido muy especialmente el MVR, son convencionales—que pretenda—en razón de su historia larga o, por lo contrario, porque sea nuevo, candidato al papel de «generación de relevo»—que en su actual configuración y desde sus actuales marcos conceptuales puede ser «el partido del futuro», verá frustrada su ensoñación y oscilará, esta vez sí ante una disyuntiva, entre la extinción y la insignificancia.
Por supuesto, queda el camino de la innovación radical, el caño de la Invención. Hacer un nuevo tipo de organización política desde cero. Amanecida en Navidad.
Hace unos años, cuando una comisión bicameral del extinto Congreso de la República, presidida por el tocayo tocayo Luis Enrique Oberto, se afanaba en una posible reforma de la constitución de 1961, e iba ya por una lista de más de un centenar de posibles modificaciones, un venezolano lúcido, Humberto Peñaloza, recordaba a su maestro de primaria, a quien si los alumnos le presentaban una plana con más de cinco errores, les obligaba a repetirla enteramente de nuevo. Así escribió, poco antes de que el «proyecto Oberto» fuese concluido, en «Lo democrático es consultar a la ciudadanía»: «Si nuestra Constitución, con apenas 31 años de vigencia, requiere ya de noventa reformas para ‘perfeccionar’ materias que a todas luces deben ser modificadas a fondo, mejor es que la escribamos de nuevo, con nuevos enfoques y nuevas aproximaciones a las realidades del país y de su entorno geopolítico, económico, socio-cultural, militar, administrativo y ecológico. Tarea, eso sí, para nuevas mentalidades y nuevas escuelas de pensamiento».
La claridad de Peñaloza era meridiana. No hablaba de tarea para juveniles. Hay mucho joven de inclinación más bien conservadora, propenso a la ortodoxia, a lo canónico. La modernidad que exigía Peñaloza era de mentalidades, de «escuelas de pensamiento».
Exactamente el mismo es el problema de los partidos residuales tras la lección del 31 de octubre. No les bastarán cambios que no pasen de ser apósitos puntuales, paños calientes. La cantidad de cambio que les daría posibilidad de trascendencia es grande.
Pero tal cosa no tiene porque ser traumática o castrante. Si en la biografía de todo ser humano hay máculas vergonzantes que preferiría no recordar, así mismo ocurre con las organizaciones de los hombres. Y si no se debe congelar a nadie en su pasado, porque sería atentar contra su libertad—es decir, contra su posibilidad de cambio—del mismo modo no puede negarse a una organización valiente, por más dañada que esté su reputación, su posible intención metamórfica. La regeneración es difícil pero posible.
Hace treinta años una inteligente y bella dama intentaba enseñarme, desde su amor y porque creía que me autoflagelaba demasiado, que uno debía aprender a «encogerse de hombros ante uno mismo», aprender a perdonarse a uno mismo. Lo que no puede hacer uno es persistir tercamente en el error, ni disimular tal cosa mediante procedimiento cosmético. Nuestros partidos, todos, son candidatos a una extensa y profunda cirugía plástica. Si prefieren evadir tal operación reconstructiva es bueno que sepan que morirán o, en el mejor de los casos, que vivirán en la indigencia.
LEA
por Luis Enrique Alcalá | Dic 9, 2004 | LEA, Política |
Consummatum est. Es realmente triste la promulgación de la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión, que pone en manos de una discrecionalidad oficialista propensa al totalitarismo, la capacidad de destruir iniciativas libres en medios de comunicación, o al menos de amordazarlas con amedrentamiento. El cepo se ha cerrado.
Ahora bien ¿era esto evitable?
Muchos gobiernos anteriores a éste intentaron regular el comportamiento de la industria de la radio y la televisión. Carlos Andrés Pérez, en su primer gobierno, consideró el llamado Proyecto RATELVE, que fue ferozmente combatido y con éxito por los medios privados. Su líder ostensible fue el profesor Antonio Pasquali, autoridad en temas comunicacionales, en ese entonces considerado un engendro del demonio que pretendía atentar contra la libertad de expresión, y ahora bienvenido por esos mismos medios porque es un decidido opositor a esta ley de los cuatro nombres.
Luis Herrera Campíns introdujo las limitaciones a la publicidad de bebidas alcohólicas y cigarrillos en radio y televisión—lo que no impidió que se vendiera cerveza bajo el eufemismo de malta—y el segundo gobierno de Rafael Caldera presentó y perdió batalla en la que buscó imponer su concepto de «información veraz», ya no sólo en Venezuela, sino en el ámbito de toda la comunidad iberoamericana de países.
De modo más episódico y recóndito, el gobierno de Jaime Lusinchi presionó sin mucho escrúpulo a más de un medio de comunicación, y a la vuelta de Carlos Andrés Pérez éste reintrodujo los censores previos, que se desconocían desde los tiempos de Pérez Jiménez, a raíz del fracasado golpe chavista del 4 de febrero de 1992, en aras de la «seguridad del Estado».
Durante mucho tiempo una proporción importante de la ciudadanía creyó que los medios debían ser moderados—en el número anterior de esta carta se registraba cómo se expresó tal opinión en el II Encuentro de la Sociedad Civil, organizado por la Universidad Católica Andrés Bello en 1995—y en épocas betancurianas o leoninas un boicot de anunciantes buscó doblar la cabeza del diario El Nacional porque a su criterio había en su nómina de periodistas un exceso de plumas—o máquinas de escribir—izquierdistas.
Se trata, por tanto, de un forcejeo de larga data. (No siempre contra el gobierno). Y esta vez lo perdieron los medios de comunicación.
Algo así ocurrió con la idea de una constituyente. El Frente Patriótico abanderado por Juan Liscano procuró vender esa idea. La «Carta de Intención» de Rafael Caldera con Venezuela, de su campaña de 1993, llegó a considerarla. Pero ni el Congreso de ese tiempo acertó a reformar a fondo la constitución ni Caldera quiso convocar una constituyente, ni siquiera el referendo consultivo que Chávez luego convocaría. Por esto se pudo escribir al término del segundo gobierno del docto presidente: «Pero que el presidente Caldera haya dejado transcurrir su período sin que ninguna transformación constitucional se haya producido no ha hecho otra cosa que posponer esa atractriz ineludible. Con el retraso, a lo sumo, lo que se ha logrado es aumentar la probabilidad de que el cambio sea radical y pueda serlo en exceso. Éste es el destino inexorable del conservatismo: obtener, con su empecinada resistencia, una situación contraria a la que busca, muchas veces con una intensidad recrecida»
¿Se habría evitado la «ley mordaza»—»ley de contenidos», «ley resorte», Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión—si in illo tempore los medios no hubieran sido tan suspicaces de Pasquali, o hubieran demostrado fehacientemente su voluntad de moderación? Otra vez, una pregunta retórica, de contestación imposible.
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