En 1996 el señor Amos Davidowitz introdujo al espacio digital de la Internet un extenso artículo en el que explicaba sus andanzas partidistas en Israel, donde se había afiliado al MAPAM, partido al que describe posicionado a la izquierda del Partido Laborista. (Al comienzo de la república de Israel—1948—el MAPAM era el segundo partido israelí en importancia y predicaba un «sionismo socialista»). Davidowitz manifiesta con gran candor cómo había llegado a la conclusión de que «no tener una postura política clara en Israel era un lujo inaceptable», y que ésta debía incluir la afiliación a un partido. Así, refiere, salió a «ver las vitrinas de los partidos» y tomó su decisión luego de esa excursión de compras. (The Internet and the Transformation of the Political Process: MAPAM, a Case Study).
Demos ahora la palabra a Davidowitz para que nos cuente lo que encontró:
«Al convertirme en un miembro activo y al asumir responsabilidades dentro del partido me di cuenta de que la estructura organizativa del partido no estaba funcionando tan bien como pensaba. Inicialmente creí que el problema fuese gerencial, pero a medida que estudiaba los asuntos en profundidad caí en cuenta de que éstos eran más profundos.
Los partidos políticos alrededor del mundo son un fenómeno relativamente nuevo que es desarrollo de la Revolución Industrial. Cada partido afronta los problemas creados por el nuevo orden social según su propia filosofía política. El MAPAM, como partido, estaba operando de acuerdo con ese modelo. Un segundo aspecto de esto es que los partidos políticos clásicos, y el MAPAM es uno, son una manifestación de los grandes movimientos sociales de principios de siglo. [Del siglo XX. N. del T.] Todo esto implica una estructura organizativa de segunda ola. [El analista social y futurólogo Alvin Toffler, autor del best seller El Shock del Futuro, argumentó que la humanidad entraba, a comienzos de la década de los ochenta, en una «tercera ola» civilizatoria—comunicacional, informática, de bioingeniería—luego de haber experimentado la primera gran ola de la agricultura y la segunda ola, que correspondió a la era iniciada a partir de la Revolución Industrial. N. del T.] Al percatarme de esto se hizo claro que el problema no era gerencial sino un sistema estructural inapropiado. En los partidos políticos de segunda ola, los temas principales han sido el control de los medios de producción, el trabajo y los recursos naturales. Un partido de segunda ola proveía LA RESPUESTA: socialismo, capitalismo, marxismo, fascismo, dando por sentado que si todo el mundo siguiera sus dictados todos los problemas del mundo se resolverían. No es necesario decir que ninguna de las agendas mencionadas ha traído la era utópica que anunciaban».
El señor Davidowitz emprende a partir de aquí un camino en el que prescribe funciones muy diferentes a las de un partido tradicional: «Me parecía que si un partido de segunda ola centra sus actividades sobre la producción, el trabajo y los recursos en una estructura jerárquica centralizada, un partido moderno debía tratar con información, comunicaciones, medios y servicios en un sistema más abierto, interactivo y distributivo, un sistema que necesita los medios para procesar y distribuir información. Sólo una red computarizada como la Internet puede proveer el vehículo necesario para esto».
Ciertas circunstancias (la celebración de la undécima convención anual del partido, en marzo de 1995) permitieron que el señor Davidowitz introdujera computadoras e Internet, así como la propia red interna, al MAPAM y suscitara cambios que describe de este modo: «El primero es que el centro de actividad se desplaza del cuartel general del partido en Tel Aviv a las comunidades locales. En lugar de un sistema de segunda ola que provee LA RESPUESTA, el sitio de Tel Aviv se convierte en un nodo que provee información y servicios a los nodos de las comunidades locales donde suceden las actividades partidistas principales. El segundo desplazamiento es de una mentalidad partidista que estaba basada en los grandes movimientos sociales que implicaban sacrificio por parte del individuo a favor del partido, a un partido cuya función es proveer soluciones reales a gente real con necesidades reales».
Digamos ahora adiós al señor Davidowitz para comentar sobre la médula de su planteamiento: que el partido tradicional es disfuncional porque permanece anclado sobre agendas y problemáticas excedidas y obsoletas. Una de ellas—problema ideológico de «segunda ola»—es la persistente discusión sobre la ubicación política en términos de un eje derecha-izquierda. Para algunos actores no parece haber manera de eludir una «obligada» definición a este respecto.
No es que la distinción entre derechas e izquierdas no haya tenido su utilidad. Así como en la fisiología del sistema nervioso autónomo hay dos subsistemas contrapuestos—el subsistema simpático acelera la respiración y el ritmo cardiaco mientras el parasimpático hace todo lo contrario—siempre ha podido distinguirse entre temperamentos conservadores (derecha) que procuran el mantenimiento del statu quo y posturas radicales a favor de la modificación del estado de cosas imperante. (Izquierda). Luego, a partir de una definición del «problema social moderno» (libros enteros se han escrito bajo exactamente ese título) se entiende por izquierda a los actores y organizaciones políticas (buscadoras de poder) que prefieren favorecer a los obreros antes que a los empresarios. Lo contrario es la derecha. (En efecto, se definía como «problema social moderno» la cuestión de dirimir cuánto de la renta social debe ir a los patronos y cuánto a los trabajadores, o en un sentido estricto al sufrimiento de pobladores pobres en las ciudades como consecuencia de la Revolución Industrial). De este modo, los «liberales» son gente de derecha y los «socialistas» gente de izquierda.
Pero esa distinción derecha-izquierda (proveniente terminológicamente de la ubicación de diputados en las asambleas de la Revolución Francesa) ya no es capaz de explicar todo lo político. Su utilidad ha sido excedida.
Veamos un ejemplo. Supongamos que se constituyese una asociación política que formulase sus objetivos así: «La Asociación tiene por objeto facilitar la emergencia de actores idóneos para un mejor desempeño de las funciones públicas y el de llevar a cabo operaciones que transformen la estructura y la dinámica de los procesos públicos nacionales a fin de: 1. Contribuir al enriquecimiento de la cultura y capacidad ciudadana del público en general y especialmente de personas con vocación pública; 2. Procurar la modernización y profesionalización del proceso de formación de las políticas públicas; 3. Estimular un acrecentamiento de la democracia en dirección de límites que la tecnología le permite; 4. Aumentar la significación y la participación de la sociedad venezolana en los nuevos procesos civilizatorios del mundo». ¿Es esa asociación hipotética una organización de derecha o una de izquierda?
La verdad es que tal pregunta es incontestable, puesto que la asociación así dibujada no se define en términos de la vieja dicotomía. Su discurso y su finalidad se encuentran en otro plano enteramente diferente, que ha dejado atrás, como parte de una vieja concepción, la «necesidad» de definirse como de derecha o de izquierda.
A pesar de estas constataciones, todavía se pretende que la nueva reflexión y creación política que el país necesita debe venir determinada en términos de izquierdas y derechas. Por ejemplo, Alonso Moleiro da cuenta en El Nacional del domingo 9 de enero de una iniciativa que busca establecer una nueva organización y anota (refiriéndose a información aportada por Ernesto Alvarenga y Pablo Medina): «Se trataría, dicen, de crear un bloque ‘de centro izquierda’, que asume que el Gobierno es ilegítimo y que constituye una minoría incrustada en el poder a través del ilícito y la trampa». Más adelante, en el mismo trabajo, menciona Moleiro que Luis Manuel Esculpi—antes del MAS y luego de Unión con Arias Cárdenas, partido del que sale al «descubrir», después de las recientes elecciones regionales, que el golpista del 4 de febrero en Maracaibo mantenía una posición ambigua frente a Chávez—está también involucrado en el esfuerzo. Así habría declarado Esculpi: «Estamos tratando de nuclear un frente opositor desde la perspectiva de la izquierda, con personas valiosas y experimentadas».
Y esto no puede ser, en virtud del análisis precedente, la organización política que sustituya con ventaja los partidos tradicionales a punto de extinción, puesto que sus promotores parten nuevamente de esquemas que nuestro amigo Davidowitz calificaría como «de segunda ola». La iniciativa reseñada por Moleiro, definitivamente, «no va p’al baile».
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