Cartas

Hace tres días cupo en cierta discusión (a raíz de una disertación sobre política nacional) que repitiese una vez más una de mis reiteradas cantilenas: que lo más básico y central a la dominación del actual Presidente de la República es su concepción general del mundo. (Su Weltanschauung para emplear el muy preciso y a la vez extenso y a la vez significativo término alemán).

Hugo Chávez tiene respuesta para todo. No hay cosa que se le pregunte para la que no tenga una explicación. A veces ofrece explicaciones acertadas, a veces sólo aparentemente acertadas, pero lo que no sabe es decir «no sé», por lo menos públicamente. (En este sentido no es un «buen aprendedor». En «La enseñanza como una actividad subversiva» Charles Postman y Neil Weingartner anotaban entre los rasgos de un buen aprendedor—cuya obtención debía ser en su criterio el objetivo real de toda educación—la falta de vergüenza para decir «no sé» o «no entiendo», y una natural propensión a preguntar para obtener información. A Chávez se le podría aplicar la famosa caracterización de Carlos Andrés Pérez que hiciera Gonzalo Barrios: «Le hace falta un poquito de ignorancia»). Lo cierto es que la suma final de sus interpretaciones compone un equipaje conceptual que cuenta una particular historia y describe una realidad social desde un peculiar punto de vista. El agregado mismo es, por otra parte, de naturaleza cambiante. Ahora que Rodríguez Zapatero gobierna en España y ha venido a visitarle (y venderle) ya no menciona los «quinientos años de genocidio» practicado, según él, por los españoles en América, pero hasta hace nada ésa era su prédica. (Así como para los norteamericanos, y para el mundo en general, los ataques de al Quaeda en septiembre de 2001 afearon irreversiblemente el inicio del tercer milenio, la asonada de Chávez, Arias Cárdenas y demás colegas golpistas en 1992 aguó nuestra celebración del quinto centenario del Descubrimiento).

El verdadero problema, sin embargo, son las acciones que se derivan de ese discurso. Por ejemplo, la demolición de la estatua de Cristóbal Colón en Los Caobos a raíz de sus renovados denuestos hacia la época colonial de nuestra historia. Porque es que el problema es que Chávez vende con gran eficacia su concepción general de las cosas, y sirve para que sus más fieles seguidores «tomen línea» y para que sus meros simpatizantes puedan explicarse a sí mismos las actuaciones del líder y así racionalizar su apoyo. Esto es algo crucial, pues sus acciones y su política se derivan, con no pocas lógica y consistencia, de las premisas que componen su concepto del mundo. No es ahora, por ejemplo, cuando ha inventado su oposición a lo que Washington diga. No es porque George W. Bush sea ahora el Presidente de los Estados Unidos que busca llevar la contraria a la política norteamericana. Ya en el año 2000, mientras William Clinton aún presidía la potencia norteña, Chávez convirtió en punto de honor hacer una visita a Saddam Hussein—justificada porque su viaje a Irak formaba parte de un tour por países de la OPEP—y logró uno de sus primeros objetivos de notoriedad internacional a partir de una «malacrianza». (Debió ingresar a Irak por vía terrestre, en vista de la cuarentena de vuelos hacia ese país que entonces pesaba sobre el régimen iraquí).

Sería, por tanto, un error, una banalización, una subestimación de Chávez, creer que porque su arsenal ideológico parece fagocitar cualquier ítem que convenga a su arquitectura de izquierda—anticapitalista, antiimperialista (a menos que el imperio sea socialista)—y por tal razón es tenido por inorgánico y «menestrónico», no debe tomársele demasiado en serio, ya que la afirmación de hoy será inconsistentemente contradicha mañana.

Tomemos por caso su línea antinorteamericana. ¿Se explica la misma por un dato fechado, por ejemplo por su convicción de que los Estados Unidos participaron en el golpe de Estado de abril de 2001? No. No es éste el caso. Ya el año anterior, con ocasión de la «Cumbre del Milenio» en las Naciones Unidas, Chávez concertó una muy publicitada reunión tripartita con Fidel Castro y Vladimir Putin, a quien justamente procuraba acercarse a través de Cuba. Poco antes de ese encuentro neoyorquino Cuba había remitido a Rusia invitación para visitar la isla (inscrita en un nuevo acercamiento de ambos países) y Venezuela, por su parte, había hecho lo mismo para que el gobierno ruso asistiera como observador a la cumbre de jefes de Estado de la OPEP que se celebraría en Caracas poco después. Lo de los fusiles Kalashnikov, por ende, ha sido un plato de cocción lenta. El seis de septiembre de 2000 el suscrito hacía, junto con un antiguo socio, una presentación a la Junta Directiva de British Petroleum en Venezuela, y podía ya describir las líneas maestras de la política exterior del nuevo gobierno venezolano en los siguientes términos: 1. resistencia al predominio norteamericano; 2. denuncia del capitalismo; 3. bienvenida a los revolucionarios; 4. unión política sudamericana.

Ese mismo año 2000 el diario El Mundo de España entrevistaba a Chávez. Son características de esa época tres de sus respuestas (resbaladizas, sinuosas, pero al mismo tiempo claras):

Le acusan de no tener programa económico.

¿Es que el neoliberalismo es el modelo económico más adecuado para Latinoamérica? Es el camino más directo hacia el abismo. No debemos permitir nunca más que unos cuantos centros de poder nos impongan sus recetas. Tenemos que construir, por el contrario, un modelo económico adaptado a nuestros recursos y capacidades. Y eso es lo que haremos, una vez que ganemos las elecciones. (Se refería a las elecciones que ganaría ante Arias Cárdenas).

Presidente, ¿es usted comunista?

No tengo nada de comunista, pero respeto el comunismo, porque los comunistas no son esos diablos que siempre nos han dicho que eran. Son gente que quiere la justicia social, como yo. Diablos pueden ser, en cambio, los pilotos temerosos de Dios que bombardearon a los niños del Vietnam o los que arrojaron la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki.

¿Es, entonces, antiamericano?

El presidente Bill Clinton me telefoneó recientemente para discutir sobre el precio del petróleo que, a su juicio, está demasiado caro. ¿Sabe qué le contesté? Pues que está bien discutir del crudo, pero por qué no hablar también de la deuda externa de los países pobres. ¿Esto es ser antiamericano?

La concepción general del mundo, de la sociedad y de la historia que Chávez sustenta, por consiguiente, es en realidad de muy estable consistencia. Sus boutades son realmente predecibles. Es a una conciencia «normal» a la que parecen inconsistentes. Hace no mucho se comentaba acá una ocurrencia suya no tan lejana, que parece desprovista de lógica. A una persona que emplea con gran prodigalidad el epíteto de «golpista» o «golpistas» debiera estarle lógicamente prohibido que sostenga que los conjurados del 4 de febrero de 1992 no son golpistas. Pero es que en su código particular puede establecerse la distinción salvadora: ellos no eran golpistas, sino «revolucionarios». Y la revolución, por supuesto, está por encima de cualquier cosa y es capaz de disolver, como el agua regia, cualquier cosa que suene a contradicción.

Para volver al principio. Comentaba hace poco que la Weltanschauung de Hugo Chávez es un asunto fundamental a su dominación, como lo revela el tiempo que dedica a su explicación, y que mientras no hubiera discursos e interpretaciones alternas, que pudieran sustituir con ventaja, convincentemente, las interpretaciones que él incesantemente remacha sobre la conciencia de los ciudadanos, no habría modo de superar la época chavista. Entonces se me dijo que eso no era verdad porque «el 90% de los venezolanos» no estaba interesado en tal asunto. La inmensa mayoría de nuestros connacionales no estaría pendiente de otra cosa que no fueran sus necesidades más elementales. Mientras se les llenara la barriga no estarían atentos a más nada.

Creo que esta despreciativa lectura es un gravísimo y reiterado error de una cierta élite que se cree superior a sus conciudadanos, así como un irrespeto de gran injusticia que además conduce a la ineficacia, puesto que ese desprecio es inocultable. En otra ocasión escribí en esta carta semanal lo siguiente:

«Depende, por tanto, de la opinión que el líder tenga del grupo que aspira a conducir, el desempeño final de éste. Si el liderazgo venezolano continúa desconfiando del pueblo venezolano, si le desprecia, si le cree holgazán y elemental, no obtendrá otra cosa que respuestas pobres congruentes con esa despreciativa imagen. Si, por lo contrario, confía en él, si procura que tenga cada vez más oportunidades de ejercitar su inteligencia, si le reta con grandes cosas, grandes cosas serán posibles».

LEA

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