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Los años cuarenta del siglo XX fueron la década de oro, la época seminal que dio paso a uno de los más cruciales desarrollo del ingenio humano: la informática. De 1948 data el libro miliar de Norbert Wiener (1894-1964), Cibernética: Control y Comunicación en el Animal y la Máquina. Al inicio de la década, en 1940, ya Claude Shannon (1916-2001) establecía los fundamentos de la teoría de la comunicación (teoría de la información), que trataba los procesos de información como fenómenos físicos analizables matemáticamente. (Shannon aprovechó la lógica binaria para representarla con circuitos electrónicos de dos estados).
Pero es también de la misma época el tratamiento analítico de la decisión. La obra fundamental a este respecto es la del matemático John von Neumann y el economista Oskar Morgenstern, Teoría de los Juegos y Comportamiento Económico, aparecida en 1944. (Antes, en 1921, el matemático francés Emile Borel había servido de precursor). En los años cuarenta, por tanto, la conjunción de ambas vertientes teóricas sirvió para fundamentar la presunción de que las máquinas suplantarían tarde o temprano a la mente humana en el difícil y delicado arte de decidir.
Poco después de la publicación del libro de Wiener, un fraile dominico, André Marie Dubarle, escribía un artículo para Le Monde (28 de diciembre de 1948), en el que hacía una reseña del libro y añadía su propio análisis. La Ficha Semanal #43 de doctorpolítico contiene el extracto del artículo de Dubarle que el propio Wiener reprodujo en su libro El uso humano de los seres humanos (1950). (Dubarle hace alusión a la encuesta de Gallup durante las elecciones Dewey-Truman, que equivocadamente daba ganador al primero)
Dubarle alerta sobre un nivel cualitativamente nuevo de control estatal de la ciudadanía, en momentos cuando la computación aún se hallaba en pañales. El tema había sido anticipado en 1943 por el sociólogo húngaro Karl Mannheim, en la obra Diagnóstico de Nuestro Tiempo.
En momentos cuando el desarrollo de la informática ha generado un poder computacional vastísimo, del que Wiener, Shannon, von Neumann, Dubarle y Mannheim sólo podían entrever pálidos atisbos, el problema de una superdictadura a escala mundial regresa al tapete. En un «mundo feliz» como el descrito por Aldous Huxley en 1932, la «ingeniería del Paraíso» es una tentación siempre actuante sobre quienes creen que están llamados a ejercer dominación sobre los pueblos.
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La máquina de gobernar
Uno de los prospectos más fascinantes que se abren de este modo es el de la conducción racional de los asuntos humanos, y en particular de aquellos que interesan a las comunidades y parecen presentar una cierta regularidad estadística, tal como el fenómeno humano del desarrollo de la opinión. ¿No podría imaginarse una máquina que recolecte algún tipo de información, como por ejemplo información sobre la producción y el mercado, y luego determine en función de la psicología promedio de los seres humanos, y de las cantidades que sea posible medir en un momento determinado, cuál sería el desarrollo más probable de la situación? ¿No pudiera uno incluso concebir el aparato de un Estado que cubriese todos los sistemas de decisión política, sea bajo un régimen de muchos estados distribuidos sobre la tierra o bajo el aparentemente mucho más simple régimen de un gobierno humano de este planeta? Ahora nada nos impide pensar estas cosas. Podemos soñar con un tiempo en el que una machine à gouverner pueda llegar a suplir—para bien o para mal—la obvia inadecuación actual del cerebro cuando éste se ocupa de la acostumbrada maquinaria de la política.
A todo evento, las realidades humanas no admiten una determinación precisa y cierta, como es posible con los datos numéricos y la computación. Sólo admiten la determinación de sus valores probables. Una máquina que tratara estos procesos, y los problemas que de ellos emergen, deberá por tanto emprender un tratamiento probabilístico en lugar de uno determinístico, como el que exhiben las modernas máquinas de computación. Esto hace su tarea más complicada, pero no la hace imposible. La máquina de predecir que determina la eficacia del fuego antiaéreo es un ejemplo de esto. Teóricamente no es imposible la predicción temporal; tampoco lo es la determinación de la decisión más favorable, al menos dentro de ciertos límites. La posibilidad de máquinas que juegan, como la que juega ajedrez, establece tal cosa, para los procesos humanos que pueden ser asimilados a juegos en el sentido en que von Neumann los ha estudiado matemáticamente. Aun cuando tales juegos tengan un conjunto de reglas incompleto, hay otros juegos con un número muy grande de jugadores, en los que los datos son extremadamente complejos. Las machines à gouverner definirán el Estado como el jugador mejor informado en cada nivel particular, y al Estado como el único coordinador supremo de todas las decisiones parciales. Éstos son privilegios enormes; si son adquiridos científicamente, permitirán que el Estado venza en toda circunstancia al mejor de los jugadores en un juego humano al ofrecer este dilema: la ruina inmediata o la cooperación intencional. Tal cosa sería la consecuencia del juego mismo sin la violencia externa. ¡Los amantes del mejor de los mundos tienen ciertamente en qué soñar!
A pesar de todo esto, y quizás afortunadamente, la machine à gouverner no está lista para un futuro cercano. Pues más allá de los muy serios problemas que surgen del volumen de información a ser recolectado y tratado rápidamente, los problemas de la estabilidad de la predicción continúan estando más allá de lo que podemos soñar en controlar. Esto es así para aquellos procesos humanos que son asimilables a juegos con reglas incompletamente definidas y, sobre todo, para las reglas mismas en función del tiempo. La variación de las reglas depende tanto del detalle efectivo de las situaciones engendradas por el juego en sí, como del sistema de las reacciones psicológicas de los jugadores en vista de los resultados obtenidos en cada instante.
La cosa puede ser bastante más rápida. Un buen ejemplo de esto parece ser lo que pasó con la Encuesta Gallup en la elección de 1948. Todo esto no sólo tiende a complicar el grado de los factores que influyen la predicción, sino a hacer radicalmente estéril la manipulación mecánica de las situaciones humanas. Hasta donde uno puede juzgar, sólo dos condiciones pueden garantizar acá una estabilización en el sentido matemático del término. Éstas son, por un lado, una ignorancia suficiente de parte de la masa de jugadores explotados por un jugador diestro, quien puede, más aun, planear un método de paralizar la conciencia de las masas; por otro lado, suficiente buena voluntad que le permita a uno, en busca de la estabilidad del juego, delegar sus decisiones a uno o más jugadores que tengan privilegios arbitrarios. Es ésta una lección dura de una matemática fría, que ilumina la aventura de nuestro siglo: la indecisión entre una indefinida turbulencia de los asuntos humanos y la emergencia de un prodigioso Leviatán. En comparación con esto, el Leviatán de Hobbes no era más que una broma agradable. Hoy corremos el riesgo de un gran Estado Mundial, cuya deliberada y consciente injusticia primitiva pudiera ser la única condición posible para la felicidad estadística de las masas: un mundo peor que el infierno para las mentes claras. Quizás no sea una mala idea para los equipos que actualmente inventan la cibernética, añadir a su cadre de técnicos, que vienen de todos los horizontes de la ciencia, algunos antropólogos serios, y quizás un filósofo que tenga cierta curiosidad por los asuntos del mundo.
André Marie Dubarle
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