Existe una antigua leyenda de las tribus germánicas según la cual, al comienzo del mundo, sólo había dos clases de hombres: héroes y sabios. (Dicen que en algunas traducciones se lee justos en lugar de sabios). Según el mito los héroes se levantaban todas las mañanas dispuestos para la faena: conquistar castillos, derrotar bandidos, rescatar doncellas y matar dragones. Al caer el día cesaba la jornada; y entonces los héroes se dirigían a las cuevas de los sabios, para que éstos les explicaran el significado de sus hazañas ¡pues no sabían ni por qué ni para qué las emprendían!
En tropicalización de la leyenda distinguiríamos nosotros entre caciques y brujos. El lunes de esta semana tuve la fortuna de escuchar una de las siempre atinadas exposiciones del «brujo» Alfredo Keller. Entre las muchas cosas inteligentes y bien fundadas que le escuché estuvo su descripción tripartita de la actual oposición venezolana al avasallante régimen de Hugo Chávez. Keller la entiende estructurada en tres grupos: el más sensato—y hasta cierto punto más realista—de ellos insiste en transitar rutas democráticas y electorales, pero esta agrupación se encuentra atenazada entre dos grupos muy disímiles. Uno es el de quienes han perdido toda esperanza, de quienes han tirado la toalla y procuran sobrevivir o huir (real o psicológicamente), o tal vez adaptarse o saltar definitivamente la talanquera. El otro está conformado por los radicales que tienen la valentía de no rendirse, pero al mismo tiempo están convencidos de que habrá que emplear la violencia—el magnicidio o el golpe de Estado, quizás la invasión «salvadora» de potencia extranjera—para salir del régimen que nos domina.
Entre estos últimos se cuenta, por ejemplo, el otrora candidato presidencial copeyano Oswaldo Álvarez Paz, que anuncia la formación de un nuevo movimiento político del que será su líder y que escribe en su columna «Desde el puente»: «El lector se preguntará si es que todo está perdido. Pues, ¡no y mil veces no! El régimen es perfectamente derrotable. Ésta es la tarea de este tiempo y no otra. Hay caminos para lograrlo y hay como sustituirlo por otro que permita recuperar el tiempo miserablemente perdido y, fundamentalmente, que devuelva a todos el valor del orden esencial de las cosas, de la ley, de la excelencia en todas las actividades de la vida. El valor de la familia y del producto del trabajo diario. Tenemos que volver a las raíces de nuestra nacionalidad, a las ideas fundamentales de los hacedores de la República en todas sus etapas. No para volver atrás, sino para pensar cómo actuarían en nuestras circunstancias. Ya basta de pensar sólo en elecciones. La verdadera naturaleza del problema no es electoral. Algo está por nacer».
Esperaremos, entonces, que Álvarez Paz y otros que como él andan en lo mismo, expliquen cuál es esa ruta no electoral—insurreccional o intervencionista, suponemos—que no depende por tanto de los Electores, del Pueblo mismo, sino del arrojo de autoungidos furibundos que nos resolverán todo.
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