El primer ministro Jean-Pierre Raffarin dijo: «Hoy perdemos más que un filósofo. Toda la tradición humanista europea está de luto por uno de sus voceros más talentosos». El gobernante francés hablaba de Paul Ricoeur, el gran filósofo, intérprete bíblico, estudioso de la percepción y fenomenólogo, que murió a los 92 años de edad en su casa de Chatenay-Malabry, al oeste de París. Su hijo Marc explicó el viernes pasado cómo tuvo la más suave de las muertes, durante su sueño. Merecía esa muerte, después de tanto tiempo en un campamento de concentración alemán durante la dominación de Hitler, después de tanto mérito como intelectual y campeón de la luz y la bondad.
Habiéndose graduado en la Universidad de Rennes, se convirtió en profesor universitario después de la guerra, y enseñó entre otros lados en la Sorbona y la Universidad de Chicago. También fue activo en el partido socialista de Francia. Escribió una veintena de libros sobre el papel de la ética en la política, la religión, el mal y la culpa, sobre lingüística, sobre Marxismo y Estructuralismo. En noviembre pasado le cupo el honor y el alivio financiero representados por el Premio Kluge—que reconoce logros en campos no cubiertos por el Premio Nóbel—que compartió con el historiador norteamericano Jaroslav Pelikan.
Mientras era prisionero de los nazis Ricoeur y sus compañeros organizaron círculos de lectura y seminarios, los que alcanzaron tal nivel que el gobierno de Petain debió acreditar la escuela de prisioneros como institución que podía conferir diplomas. Una vez libre su país lo premió con la Cruz de Guerra.
Descubridor de la «flecha» de los textos, sostenía que éstos debían ser evaluados no por lo que el escritor quiso significar, sino por lo que significaban ahora. Escribió en 1976 (Teoría de la Interpretación): «¿Qué es lo que en verdad debe entenderse—y en consecuencia apropiarse—de un texto? No la intención del autor, que supuestamente se esconde tras el texto; no la situación histórica común al autor y sus lectores originales; ni siquiera su comprensión de sí mismos como fenómenos culturales e históricos. Lo que debe ser apropiado es el significado del texto mismo, concebido de un modo dinámico como la dirección del pensamiento que el texto abre». Después indicaba que todo texto suministra una flecha que indica hacia delante, y que es tarea del lector seguirla en pos de nuevos significados.
Y nos dejó una advertencia: «Con la idea de la corrupción entramos en el reino del terror». Mientras un régimen es más corrupto se hace más peligroso. Tiene más usufructo que ocultar y proteger. Nos lo dice quien conoció el terror de cerca.
De rigueur l’adieu a Ricoeur. Gracias por sus iluminaciones.
LEA
intercambios