De las ausencias del presidente Chávez en el fin de semana—en la marcha del sábado en defensa de PDVSA y en Aló Presidente del domingo—se generó, probablemente para su narcisista diversión, una profusa catarata de explicaciones. Hasta bien entrada la tarde del lunes hubo rumores de un supuesto—y deseado por muchos—accidente cerebro-vascular, así como llamadas que aseguraban que la mamá de alguien que trabaja en la Casa Militar sabía que a Chávez le habían dado tres tiros. Otros juraban que estaba en Cuba, como se colegía del hecho de que el Airbus 300 habría aterrizado en Maiquetía luego del fin de semana.
En plan de más sofisticado análisis, algunos lanzaron la hipótesis del descontento presidencial—y su depresión emocional—con la escualidez de la marcha sabatina. (Por cierto, no tan escuálida como la exigua presencia de partidarios del chavismo enfrente de Miraflores el lunes por la mañana, en ridícula exigencia de que les enseñaran que su líder estaba vivito y coleando por cadena nacional de radio y televisión).
Tal vez se atinó más al sugerir que la cancelación del Aló Presidente era una forma de atenuar los más recientes ladridos de Chávez a los Estados Unidos, que incluyeron el posible rompimiento de relaciones diplomáticas por causa de Posada Carriles. En verdad, ya un Chávez más sobrio ha debido percatarse de que se le pasó la mano. (Quizás al saber que un pescueceante Bernal intentaba llevar a los marchistas sabatinos en asedio a la embajada norteamericana).
En todo caso, la abundancia de interpretaciones deja en claro una cosa: que la obsesión de muchos venezolanos con la persona de Chávez no sólo se dispara con su presencia, sino también con su ausencia. Es decir, Chávez les hace falta para vivir.
No vale la pena siquiera comentar las poco interesantes razones ofrecidas por el mandatario para su desaparición, y que intentó aprovechar para posicionarse como solícito padre. Sus desvelos paternales no son asunto de incumbencia de la Nación, por más que sea propenso a confundir su pobre biografía con la historia de la República.
Una sola explicación de su ausencia del sábado parecía tener algún sentido político. La escuché de una persona que me merece cada vez más respeto como interpretador de lo político: Chávez no quería dar un cheque en blanco a Rafael Ramírez, luego de haber calibrado que la rampante corrupción y la evidente ineptitud de PDVSA pueden ser el verdadero talón de Aquiles de su gobierno. Practicante de la doctrina del preservativo usado—perdonen la grosera expresión presidencial, aun en esta versión eufemística—Chávez habría olido que debe desmarcarse de esa obscena gestión. No todos los fondos faltantes en PDVSA han ido al financiamiento y expansión de su gloriosa revolución. Una buena parte paga Lamborghinis que se estrellan en árboles que bordean carreteras de Florida.
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