LEA, por favor
André Dupuy, Monseñor, es ahora Nuncio Apostólico ante la Comunidad Europea en Bruselas. Va allá después de un quinquenio de clarísima y valiente enseñanza de la verdad en Venezuela. Hasta hace nada era Nuncio de Su Santidad en nuestro país, y todos sentimos su ausencia.
Si se me permite la irreverencia, de estar en las mulas de Benedicto XVI elevaría inmediatamente a André Dupuy a Príncipe de la Iglesia, tan rica y profunda es su nobleza, tan profunda y rica su sabiduría. Su palabra siempre estuvo con nosotros en los momentos más oportunos, especialmente en aquellos de angustia y dolor, aunque también en numerosas ocasiones de júbilo.
La carrera diplomática de Monseñor Dupuy, siempre al servicio de la Santa Sede, se inició en 1974, justamente en Venezuela, adonde volvió después de veinticinco años de su primera partida. En ese tiempo actuó como Secretario de la Nunciatura, cuando como él mismo recuerda, debió en algún momento actuar como Encargado de Negocios en ocasión de ausencia del Nuncio. Así tuvo el honor de atender en 1975 la visita a Caracas del mítico cardenal Mindszensty, que fuera preso y torturado en su patria húngara por el régimen comunista desde fines de 1948. Monseñor Dupuy recordó este episodio en el Colegio La Salle en La Colina (que en 2005 cumple sesenta años) para hablar del derecho a la libertad religiosa y proponernos: «No tengan miedo al desafío que se les presenta en el momento actual».
El tema del rechazo al miedo y a otras emociones paralizantes del espíritu fue una constante en los discursos de Monseñor Dupuy en Venezuela, típicamente concisos, siempre certeros y profundos. Para esta Ficha Semanal #50 de doctorpolítico se ha escogido uno especialísimo, contenido en el libro Palabras para tiempos difíciles, publicado en Caracas como homenaje de los Obispos de Venezuela al firme e inteligente guía que nos ha dejado por un tiempo. Se trata de sus palabras con ocasión de la trágica muerte de Keyla Guerra, una de las víctimas de la masacre de la plaza Francia en diciembre de 2002. En este aleccionador mensaje Monseñor Dupuy ofreció, no sólo consuelo grandemente necesitado, sino una de sus más atinadas lecciones políticas. La homilía orada con motivo del funeral de Keyla en el Cementerio del Este, lleva por título No existen muertes inútiles.
LEA
……
Muertes útiles
Nos hemos reunido, con el corazón lleno de tristeza, pero también con el profundo deseo de que triunfen la verdad y la justicia.
En esta celebración—que es eminentemente de esperanza—quisiera asociarme a todos los aquí presentes para expresar, de una forma muy particular a los familiares de Keyla, nuestros más vivos sentimientos de solidaridad, asegurándoles también que el Santo Padre Juan Pablo II se asocia a nuestro dolor y a nuestra oración.
Quiero aprovechar esta trágica y dolorosa circunstancia para decirles tres cosas:
En primer lugar, recordar a todos que no existen muertes inútiles. La manera en que murieron Keyla, y los demás que perdieron su vida en la plaza Francia de Altamira, es absurda, escandalosa, y nos causa profunda indignación. Pero en la fe, creemos que su muerte es también fecunda, misteriosamente fértil. ¿Cómo y cuándo se manifestará dicha fecundidad? No lo sé, pero Dios sí que lo sabe. Él tiene buena memoria; no nos olvida. No es un Dios vengador. Es un Dios justo y su justicia es mucho más temible que la venganza de los hombres.
En segundo lugar, quisiera decirles que la justicia de Dios es temible, porque a Él nada se le puede esconder. Él lo sabe todo. Él conoce lo más profundo de nuestro corazón. Dios conoce quiénes son los verdaderos responsables de la masacre del viernes pasado. Dios sabe quiénes han causado, directa o indirectamente, esta tragedia. Me atrevo a creer que esas personas están bien conscientes de lo que hacen y que tienen miedo a la justicia divina. No nos pertenece a nosotros hablar de venganza. Eso es inútil. Dejemos que Dios haga justicia.
En fin, pidamos al Señor para que dé a los responsables políticos la sabiduría de comprender el sentido verdadero de los actuales acontecimientos. El pasado miércoles, el Santo Padre nos ha llamado a un diálogo comprometedor y eficaz que beneficie al país. Juan Pablo II ha precisado lo que debe ser un diálogo capaz de alcanzar una justicia auténtica, fundada en la verdad y la solidaridad. Espero que todos hayamos comprendido la llamada del Santo Padre, especialmente cuáles son las exigencias de un verdadero diálogo.
En estos días escuchamos muchas propuestas sobre posibles soluciones, basadas en el marco de la Constitución. Con el mayor respeto, podríamos decir de la Constitución de un Estado lo que el Señor decía del sábado: así como el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado, así una Constitución está hecha para el pueblo y no el pueblo para una Constitución. En la historia de un país, hay momentos en que corresponde a la responsabilidad de los dirigentes políticos (en particular a aquellos que, por mandato democrático, representan al pueblo), dar prueba de audacia y valentía para que, respondiendo a los desafíos del tiempo presente, no duden en tomar aquellas decisiones que respondan plenamente a la voluntad del pueblo y estén de veras al servicio de toda la comunidad.
Quiera Dios que el sacrificio de la vida de Keyla y de las otras víctimas, sea propiciatorio para el logro de estos objetivos, y que todos podamos vivir—según la palabra del Papa—en paz, justicia y concordia social.
André Dupuy
intercambios