Cartas

Terremoto al norte de Chile, con intensidad de 7,9 en la escala Richter. Una docena de fallecimientos y dos centenares de heridos. Pocos días después, un terremoto en el mar a la altura del extremo norte de California (7,2) prende las alarmas de tsunami desde este estado hasta la punta norte de la isla de Vancouver. En los últimos días una agitada tierra pareciera tener preferencia por los extremos norteños. ¿Qué puede esperarse en el extremo norte de América del Sur, esto es, en Venezuela?

Más allá de un seísmo geológico, aquí pudiera estar en gestación uno de orden político, razón por la cual tendría que ser lo recomendable consultar al más connotado de nuestros sismólogos políticos: el candidato presidencial del cogollo de Primero Justicia, Julio Borges.

Una «teoría» del «único candidato» (que no «candidato único») que no ha dejado de ser importante para Primero Justicia, sostenía en 2002 que el país estaba como estaba por culpa de «cinco terremotos», que habrían trocado nuestra idílica existencia en desastre. Los tres primeros habrían sido el Viernes Negro (1983), el «caracazo» de 1989 y los alzamientos militares de 1992.

Pero es curioso que Borges considere el cuarto «terremoto» el triunfo de Caldera en 1993, siendo que ahora aquél sustenta el mismo discurso «antipolítico» del segundo, a juzgar por su condenatorio juicio a todo partido que no sea el suyo: «…el sensible sector político también sufrió una hecatombe durante los comicios de diciembre de 1993, cuando uno de los arquitectos del sistema bipartidista, Rafael Caldera, sepultó la llamada guanábana de AD y Copei, al derrotarlos con el respaldo del chiripero». (Entrevista concedida a Johanne Betancourt en Últimas Noticias, el 20 de febrero de 2002. Dicho sea de paso, la reportera certificaba que en ese entonces la postura de Borges quedaba definida así: «…ahora el rol de la oposición, agrupada en la Coordinadora Democrática, es evitar convertirse en un gran partido político, sino en una tribuna donde todos los sectores del país emitan su opinión acerca de la democracia enferma que tenemos». Contrástese esto con su más reciente prescripción, en entrevista concedida a Alonso Moleiro en El Nacional del 29 de mayo: «Los dirigentes de Primero Justicia están convencidos de un detalle: a Chávez hay que construirle un partido opositor con estructura firme y una militancia de tiempo completo. Consideran que mientras la oposición sea ‘movimiento’ y descanse en coordinadoras con voluntariados circunstanciales, el fervor opositor regresará a sus casas luego de cada derrota». Todo un dechado de consistencia).

Por lo que respecta al quinto «terremoto», Borges hace recaer esta identidad en la decisión de la Corte Suprema de Justicia del 19 de enero de 1999, que permitió el referendo consultivo sobre la deseabilidad de la convocatoria a constituyente. Todavía el 13 de marzo de 2003, en foro realizado en el Colegio San Ignacio («La sociedad civil busca liderazgo»), Borges hablaba del asunto en los siguientes términos: «El quinto atropello ocurre en 1999 cuando la Corte Suprema de Justicia ordena y consagra la destrucción total de las instituciones». En noviembre del año pasado un dirigente vecinal de Primero Justicia copiaba—sin advertir honestamente quién era su autor— el artículo que Borges escribió con la misma tesis y lo enviaba por correo electrónico a sus vecinos. (Entre los que me encuentro). Me pareció oportuno comentarle lo siguiente:

«Se trata de la decisión sobre recurso de interpretación interpuesto ante la Sala Político-Administrativa sobre la posibilidad de consultar a los Electores si era su voluntad la convocatoria a una Asamblea Constituyente. ¿Qué estableció esa decisión? Pues que sí podía preguntarse al soberano si deseaba convocar a una asamblea constituyente, en primer término, y luego, que podía emplearse a este efecto el cauce disponible a partir de la reforma de la Ley Orgánica del Sufragio y Participación Política de diciembre de 1997. ¿Qué podía contestar, en respuesta a ese recurso de interpretación del artículo 181 de la Ley Orgánica del Sufragio y Participación Política, la Corte Suprema de Justicia? ¿Que no podía preguntarse al soberano si deseaba convocar un proceso constituyente? ¿Que no podía preguntarse al accionista de la empresa, al dueño del terreno, si quería escoger un grupo de asesores que le presentase unos estatutos enteramente nuevos, si quería elegir un grupo de arquitectos que le mostrara, no ya un anteproyecto de remodelación de los balcones de su edificio, sino un concepto arquitectónico completamente diferente para un edificio que reemplazase por completo al existente? La Corte contestó, muy acertadamente, que esta consulta sí podía hacerse al poder constituyente originario. Y lo hizo de una vez, al comienzo mismo de la argumentación. La Corte estimó, en perfecta consistencia con la más elemental doctrina de la democracia, que el pueblo, en su carácter de poder constituyente originario, era un poder supraconstitucional, puesto que es la constitución la que emana del pueblo, y no a la inversa. No fue que la Corte instituyese o estableciese esa supraconstitucionalidad. Lo que la Corte hizo fue reconocerle al pueblo ése su carácter originario y supremo. Y es por tal razón que la Corte asentó la doctrina de que, en ese carácter, el Pueblo no está limitado por la Constitución, la que sólo limita al poder constituido, y por ende podía discutirse sobre una constituyente aunque tal figura no estuviese contemplada en la Constitución de 1961… Eso es lo que Borges, y ahora usted con las palabras de éste presentadas como suyas, considera un terremoto. Es decir, usted habría preferido que la Corte hubiera establecido la doctrina contraria: que el pueblo es producto de la Constitución y no a la inversa. Mentes más claras, como la del Sr. Nuncio Apostólico Monseñor Andrés Dupuy, han advertido: ‘…podríamos decir de la Constitución de un Estado lo que el Señor decía del sábado: así como el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado, así una Constitución está hecha para el pueblo y no el pueblo para una Constitución’.»

¿Qué nos diría ahora Borges acerca de la posibilidad de un sexto terremoto que pudiera estar en ciernes para crear la «Sexta» República?

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En su libro de 1980 (Road Maps to the Future) el economista Bohdan Hawrylyshyn inserta la siguiente observación: «En química, puede uno disolver más y más sólidos en una mezcla hasta que se alcanza el estado de saturación. Un solo cristal adicional puede entonces precipitar a todos los sólidos fuera de la solución. La historia reciente muestra que los eventos pueden ser precipitados en una forma análoga en sociedades en las que se acumulan demasiadas tensiones. Lo que se requiere entonces es sólo un catalizador. En Portugal puede haber sido un libro publicado por un general. En Irán, que también tenía un ejército fuerte y una implacable organización de seguridad interna, fue la voz de Khomeini, oída directamente (como del cielo) en cassettes de audio. En Polonia, el Papa, durante su reciente visita, pudo haber desencadenado casi cualquier conjunto de eventos según su escogencia.»

Pero estamos buscando una analogía geológica, no físico-química. ¿Es posible provocar terremotos, tal como puede detonarse la súbita precipitación de sólidos en una solución saturada? Bueno, al menos un escritor de ficción, Ken Follett, sostiene que tal cosa es posible, y escribe un novelón (El Martillo del Edén ) en el que explica que puede colocarse un equipo neumático suficientemente potente sobre puntos particulares de muy tensas fallas sísmicas y producir vibraciones que desatan la energía acumulada en forma de terremoto. (Una bella agente del FBI, que convenientemente consigue un novio sismólogo que por casualidad es el esposo separado de una de los conspiradores, logra evitar en el último segundo la destrucción de San Francisco).

¿Es esta truculencia trasladable de la geología a la política? No puede caber la menor duda. Hay un punto en el que los conspiradores políticos superan cualquier truculencia literaria. Un terremoto físico pudiera dar al traste con los afanosos trabajos que ahora proceden a reparar el Viaducto #1 de la Autopista Caracas-La Guaira; uno político pudiera provocarse sobre la falla principal de la sociedad venezolana, la que separa la placa chavista de la placa contraria. Sin decirlo en esos términos, el guión de J. Michael Waller—What to do about Venezuela, Center for Security Policy—insinúa: «Con lecciones aprendidas en la guerra de Irak, los EEUU pueden mejorar su estrategia psicológica para acelerar su autodestrucción política». Está hablando del gobierno de Chávez quien, debe apuntarse, se nota últimamente retraído, quejumbroso, propenso al escondite, ocupado en protegerse de un atentado, según explica a cada rato.

Pero ocurre que un analista tan perspicaz como Alberto Garrido escribe ayer en www.analitica.com: «Con las líneas geopolíticas obstaculizadas y la vía institucional (OEA) clausurada, cobran sentido las palabras del director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Peter Goss, pronunciadas el 18 de marzo pasado ante el Comité de Servicios Armados del Senado de Estados Unidos. Goss afirmó que el panorama político latinoamericano representa ‘un potencial foco de inestabilidad’ que podía afectar la seguridad nacional de ese país. La tesis de Goss plantea pasar, en algún momento, de la ‘Democracia Preventiva’ de Rice, a la ‘Guerra Preventiva’ de Rumsfeld».

Y es que una falla política todavía más profunda que la que separa las placas chavista y antichavista es la que enfrenta al gobierno de George W. Bush con el de Hugo R. Chávez.

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Localmente se consigue opiniones nacionales que consideran inevitable—incluso deseable—que la energía acumulada en esa falla principal reviente en seísmo del que se espera saldría más afectada, como es natural, la placa teóricamente más débil: la revolución bolivariana. A mediados de marzo, cuando Goss declaraba en el senado norteamericano, un ex oficial venezolano de alta graduación presentaba en Caracas un teorema incompleto pero insinuado. La primera premisa era que ya América del Sur estaría controlada por Chávez y su revolución; la segunda que no debía esperarse nada de la Fuerza Armada venezolana, pues Chávez la tendría totalmente infiltrada, controlada y corrompida o comprada. (Es decir, que no se debe soñar con un golpe de Estado convencional). La conclusión sólo estaba esbozada: «Yo estoy tratando de abrir los ojos de los Departamentos de Estado y de Defensa de los Estados Unidos. Esta misma presentación la he llevado allá». O sea, la solución es la intervención norteamericana. Por esos mismos días algunos articulistas locales parecían preparar el terreno para esa misma siembra y esa misma cosecha.

Claro, las placas políticas venezolanas en contraposición no son totalmente homogéneas ellas mismas. En la placa chavista son claramente distinguibles las fisuras de fallas menores, que separan lo militar de lo no militar, al MVR del PPT, al Ejército de la Guardia Nacional, a las propias comunidades populares de la burocracia revolucionaria.

Y en la placa antichavista también hay fisuras. Tres emergentes de la oposición han definido recientemente el campo anti Chávez. El primero en saltar al ruedo ha sido Oswaldo Álvarez Paz, que lanzó la «Alianza Popular» desde la muy popular y populosa barriada de Campo Alegre, con la firme prédica de que en Venezuela no hay solución electoral. Le siguió a las pocas semanas el lanzamiento de Julio Borges como candidato presidencial, sólo que en su caso predicaba justamente lo opuesto de Álvarez Paz: «Los que piensan que acá no hay salidas electorales, pues que organicen su conspiración. Los invito a que lo hagan. Conmigo no cuenten». No puede ser más clara la falla divisoria.

Pero la tercera emergente ha sido María Corina Machado, en vistosa y poderosa fumarola retratada en el Salón Oval de la Casa Blanca. ¿De cuál de los dos polos del continuum Álvarez-Borges se encuentra más cerca la ingeniera Machado?

Conceptualmente parece suspenderse entre ambos: «Queremos elecciones, pero limpias». Hay antecedentes, por otra parte, de cooperación entre Primero Justicia y Súmate, como en la época del intento de referendo consultivo abortado en enero de 2003 y el mismo día del revocatorio, cuando aquel partido sumó sus propias encuestas de salida a las que Súmate encargó a Penn, Schoen y Berland. ¿Es esto cercanía suficiente o alianza estratégicamente perdurable?

Lo cierto es que Súmate hala más voluntades que Primero Justicia y más que Alianza «Popular», tal vez más que ambas juntas. (El «VII Monitor Sociopolítico» de Hinterlaces, la encuestadora de Oscar Schemel, registra un punto máximo de los «Ni-Ni» en marzo de este año: 51%, contra 37% de chavistas y 11% de oposición. Ése es el territorio natural de Súmate). Por esa razón su inclinación será determinante en esta acomodación tectónica de la falla de la oposición. ¿Qué recomendaría Súmate si siente que debe certificar, aséptica y clínicamente, que no es posible, después de todos sus esfuerzos, contar con elecciones limpias en Venezuela? ¿No estaría coincidiendo entonces con Alianza «Popular» y alejándose de la postura de Primero Borges?

Durante toda su límpida trayectoria Súmate ha puesto su fe en las avenidas electorales. Ninguna otra organización hizo más que Súmate por los intentos referendarios, por los «firmazos» y los «reafirmazos» que caracterizaron, en paralelo con el paro de 2002 y 2003, la práctica oposicionista nacional con posterioridad al «carmonazo» y hasta el 15 de agosto del año pasado. Sería de esperar, por consiguiente, que ahora son igualmente serias sus acciones en procura de sus «cinco puntos»: registro electoral confiable, auditorías totales, voto secreto, conteo manual y observación calificada. Las organizaciones de la Alianza Cívica contribuyen a esta pelea con su exigencia de renovación (según previsiones constitucionales) del directorio del Consejo Nacional Electoral, todavía precariamente nombrado no por su fuente ordinaria, la Asamblea Nacional, sino por el Tribunal Supremo de Justicia.

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Entretanto, Chávez hace profilaxis antimagnicida. Tal vez calcula que Bush, asediado internamente, comprometido en Irak, preocupado por Corea e Irán, no puede actuar, en lo que resta de su segundo período, según el guión militarista de Goss y Waller y por tanto, si el gobierno republicano ha decidido ya irreversiblemente obliterar su régimen, la vía alterna del atentado es la más probable.

Pero no puede estar seguro. No todas las noticias son malas para Bush. Un nuevo pronóstico sobre el déficit norteamericano (que estuvo en 500 mil millones de dólares) prevé que para diciembre haya descendido a 300 mil millones y en 2006 cierre alrededor de 200. (Por debajo del 3% del PNB que los europeos exigen a los países miembros de su unión. Es decir, manejable). Y algunas evaluaciones comienzan a vislumbrar que el grueso de las tropas norteamericanas pudiera salir de Irak tan pronto como a fin de este mismo año, lo que significa la posibilidad de su mudanza a otro teatro de operaciones. A lo mejor basta que Insulza, que el propio Chávez apoyó contra los deseos de los Estados Unidos, redacte un insulso informe que «legitime», al menos a los ojos de Dick Cheney y Condoleezza Rice, una intervención en Venezuela. Y ahora es el mismo Chávez, ya no los sismólogos californianos y canadienses, quien enciende alarmas de tsunamis revolucionarios en caso de que los Estados Unidos opten por provocar el terremoto con oscilaciones invasoras o magnicidas.

Si las especulaciones precedentes nos suenan paranoides en exceso, podemos aducir la siguiente conexión. El novelón sismotécnico de Ken Follettt, El martillo del Edén (The Hammer of Eden), fue en realidad publicado en castellano bajo el título La boca del dragón. Y Carl Sagan, el fallecido astrofísico norteamericano, fue el autor de un libro divulgativo sobre la evolución del cerebro humano, al que llamó Los dragones del Edén (The Dragons of Eden). Allí dice: «Detectar conspiraciones cuando no hay ninguna es un síntoma de paranoia; detectarlas cuando sí existen es un signo de salud mental. Un conocido mío dice que si uno no es un poco paranoico en los Estados Unidos hoy en día entonces está loco». LEA

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