El presidente Chávez ha estado de acuseta ante el Nuncio de Su Santidad, Monseñor Giacinto Berlocco. Según la infidencia pública que hiciera el misionero Chávez—era un acto de la Misión Hábitat y la Misión Vuelvan Caras—aseguró al diplomático de la Santa Sede que él, «como católico cristiano», no encontraba explicación para las posiciones de la jerarquía venezolana en los últimos años.
Y es que resulta que se encontraba molesto con lo dicho en la Exhortación de la octagésima cuarta asamblea de la Conferencia Episcopal Venezolana. Este documento, contenido en cinco páginas fechadas el 12 de este mes, cubre un amplio panorama y emite juicios y advertencias respecto de lo alcanzado por la mirada pastoral. Así, luego de referirse a los «cambios significativos» ocurridos en el país en los últimos años, los valora de este modo:
«El resultado ha sido una polarización y un malestar interior persistentes que condicionan las percepciones y juicios sobre toda la realidad social, y que dificultan el diálogo, el consenso y la colaboración para el bien común. Numerosos asuntos están siendo tratados en un contexto de confrontación, cuando podrían haber sido estudiados en forma articulada para encontrar soluciones viables. La permanente contradicción en que nos hemos situado hace muy difícil la armonización de intereses. Se está haciendo prácticamente imposible intercambiar argumentos y críticas con los que no piensan igual, y tal actitud acrecienta la polarización y los rechazos mutuos. Hay quien pretende que el criterio de solución de las divergencias sea la imposición de la fuerza, bien sea la de las mayorías, o la del manejo arbitrario del poder, o la de las armas. Nuestra sociedad necesita un clima diferente, porque el camino antes descrito es destructor, nos está llevando al desconocimiento del ‘otro’, al que consideramos ‘el enemigo’, y niega la incorporación de las bondades, posibilidades y conocimientos que se encuentran en el ‘campo contrario’. Nos estamos empobreciendo social y moralmente. Se hace indispensable la urgencia de ‘buscar juntos la verdad concreta’ de cada día, en las muchas situaciones apremiantes que debemos enfrentar como personas y como país. Pero esto exige que nadie se considere el ‘dueño absoluto de la verdad’. El único absoluto es Dios».
Al Presidente, pues, no le gusta que nadie sugiera que él no es absoluto, o que se registre el progreso del odio. Pero es que los obispos saben lo que sus confesores reportan: que el odio ha pasado a ser, con gran ventaja, el pecado más frecuentemente confesado por los venezolamos.
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