Fichero

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Un año antes de la caída de Pérez Jiménez, el psicólogo social León Festinger desarrollaba su teoría de la disonancia cognoscitiva. Con esta conjunción de términos se refería a la tensión psicológica incómoda que se deriva de sostener simultáneamente en la conciencia dos nociones conflictivas o mutuamente excluyentes. Como demostrara Festinger experimentalmente, puede emplearse una disonancia de esta clase para producir cambios cognoscitivos o aun actitudinales. Por ejemplo, si alguna persona tiene un prejuicio, digamos, contra los esquimales, y lee una hermosa poesía que ignora ha sido escrita por un esquimal, luego de apreciarla y elogiarla sufrirá una disonancia cognoscitiva cuando se le informe sobre el grupo étnico del autor, lo que pudiera llevarle a desechar su prejuiciada postura.

Con un trabajo de abril de 2003 (El Bolívar de Karl Marx), no un psicólogo social venezolano, sino un abogado de la República, el Dr. Carlos Eduardo Gómez R., desata una mayúscula disonancia cognoscitiva en el campo chavista, empeñado simultáneamente en el culto a Bolívar y la fe en un socialismo del siglo XXI que todavía pretende identificar sus raíces en el pensamiento de Marx.

En efecto, el Dr. Gómez desentierra una obra editada en Barcelona (España) hace cuarenta y cinco años para mostrar cómo es que a Carlos Marx el Libertador le caía particularmente mal. Bastan las citas que hace Gómez del artículo que Marx escribiera sobre Bolívar en una enciclopedia norteamericana de su época, para darse perfectamente cuenta de cómo la personalidad y obra de nuestro Libertador molestaban íntimamente a Marx, tanta es su mezquindad y tan patente su animadversión a la hora de juzgar al héroe.

Agradezco al Dr. Carlos Eduardo Gómez, de reconocido prestigio en las lides del Derecho Civil y Mercantil, y de no pocas agudeza y penetración en la interpretación política, la gentileza de permitirme la reproducción de su elegante y mesurado—y travieso—artículo, que compone íntegro esta Ficha Semanal #55 de doctorpolítico.

LEA

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El Bolívar de Karl Marx

No mucha gente conoce una pequeña publicación de Ediciones Ariel fechada en Barcelona en 1960, bajo el título «Revolución en España». En ese delgado tomo se condensan algunos artículos periodísticos y otros de enciclopedia, escritos por Marx o Engels entre 1854 y 1873.

Dentro de ellos destaca el texto escrito por Marx para la New American Cyclopedia, como acápite de la voz «Bolívar». Para entonces ya había sido publicado el Manifiesto Comunista (1848) y probablemente trabajaba Marx en el material para El Capital. El interés de la publicación, desde luego, no es el conocer la historia del Padre de la Patria sino, más bien, destacar el pensamiento del autor acerca de algunos aspectos que él incluye dentro de los temas españoles, aspectos que reflejan su punto de vista cuando apenas había transcurrido algo más de veinte años desde la muerte de Bolívar.

La primera impresión que se lleva el lector es que Marx omitió completamente la mención a uno de los perfiles más importantes de la figura del Libertador, cual es su aporte al pensamiento político latinoamericano, limitándose a una narración de los sucesos resaltantes de la campaña libertadora, pero destacando con particular insistencia visiones negativas acerca de la personalidad o la conducta de Simón Bolívar. Para quien admire la figura del Padre de la Patria resulta particularmente chocante la calificación como «Napoleón de las retiradas», que pone Marx en boca de Manuel Piar. Siendo el escritor un ideólogo político, sorprende que se hubiera limitado a una narración de sucesos, sin un análisis del contenido filosófico de la revolución libertadora y, sobre todo, que no se hubiera siquiera referido a conceptos tales como el panamericanismo, que necesariamente tienen que haber destacado en el ideario político de aquel momento; de tal forma que, a menos que lleguemos a la conclusión de que para Marx el ideario de nuestra gesta emancipadora no merecía ni siquiera una mención referencial, no resulta fácil explicar el por qué de esta carencia.

Lo llama «Bolívar y Ponte», confundiendo sus apellidos con los del padre del Libertador, en un texto que desde el comienzo está escrito en un tono despectivo hacia la figura de Bolívar. Así, pretendiendo demostrar el carácter huidizo de éste, Marx refiere la entrega de la plaza de Puerto Cabello, al comienzo de la guerra, como el alzamiento de un grupo de españoles que Miranda había enviado presos a la fortaleza. Bolívar, dice, «pese a disponer de una guarnición numerosa que oponer a los desarmados prisioneros, así como un arsenal bien provisto, embarcó precipitadamente aquella noche». Quien se moleste en comparar esta versión con la de Augusto Mijares, encontrará que Bolívar combatió durante siete días y que fue sólo cuando quedaban cuarenta hombres a su lado que decidió abandonar la plaza.

Para acusarlo de deslealtad, Marx denuncia a Bolívar como uno de aquellos quienes entregaron a Francisco de Miranda, y con gran simplismo lo narra así: «El 30 de julio llegó Miranda a La Guayra, (sic) con la intención de embarcar en un navío inglés. En su visita al comandante de la plaza, coronel Manuel María Casas, se encontró con una numerosa compañía de la que formaban parte don Miguel Peña y Simón Bolívar, los cuales lo convencieron que se quedara en el domicilio de Casas por una noche. A las dos de la madrugada, cuando Miranda dormía profundamente, Casas, Peña y Bolívar entraron en la habitación, se apoderaron cautelosamente de su pistola y de su espada y le despertaron ordenándole violentamente que se levantara y vistiera; lo encadenaron y entregaron a Monteverde». Para Marx, esta felonía le valió a Bolívar la concesión de un pasaporte que le permitió partir para Curazao bajo la recomendación de Monteverde: «la solicitud del coronel Bolívar debe ser satisfecha en atención a sus servicios prestados al Rey de España con la entrega de Miranda». Omite el autor comentar la carta que escribiera Monteverde al Ministro de Guerra español, pieza clave para la interpretación histórica de estos acontecimientos. El contenido de esta misiva, que parcialmente copia Rumazo González, es el siguiente: «No hallándome con tropas suficientes y respetables, no juzgué militarmente y pasé por las armas a Miranda y a los que con él trataron de fugarse con los caudales del Estado; y ésa fue la razón poderosa que tuve para disimular y dar pasaportes a tres o cuatro…»

En muy pocas líneas sitúa Marx a Bolívar de nuevo en Caracas, olvidando mencionar la importancia de la Guerra a Muerte y la asombrosa Campaña Admirable, que preceden a su regreso. Al referirse al título de Libertador lo califica como una autoproclama, que junto con el carácter de dictador se asignó, rodeándose «del fasto de una corte».

Al adentrarse en los sucesos del año 1814, vuelve a describir un Bolívar presuntuoso y cobardón que al enfrentarse con Boves «Tras breve resistencia huyó a Caracas». La Huida a Oriente, en la cual fue necesario guiar y proteger veinte mil civiles, que cruzaron las selvas vírgenes y los pantanos que separan Caracas de Barcelona ante el horror de la invasión de Boves, es referida por Marx como una simple retirada del ejército. Comenta el autor los ocho meses que pasó Bolívar en Jamaica como de una actividad organizativa en procura del apoyo inglés, que termina con la inclusión de Luis Brión en las filas patriotas; pero nada dice acerca de la «Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla», más conocida como la Carta de Jamaica, tal vez el mayor resumen del pensamiento político y de los sueños del exilado, indispensable para cualquier fin histórico-crítico, eliminando así la referencia a documentos sin cuyo análisis poco puede decirse de los aspectos humanistas del Libertador.

El episodio del fusilamiento de Piar da a Marx nuevas razones para mostrar a un Bolívar ganado por la bajeza y, sobre todo, para endilgarle un desmedido afán de poder y un liderazgo fundamentado casi exclusivamente en su buena fortuna: «Bolívar contaba con 9.000 hombres bien armados y equipados y provistos de todo lo necesario para la campaña. Pese a ello, a fines de 1818 Bolívar había perdido una docena de batallas… Se sucedieron entonces las defecciones y todo pareció acercarse a la ruina completa. En ese momento una combinación de afortunadas casualidades volvió a transformar la faz de las cosas».

Las menciones peyorativas son un ritornelo en el texto de Marx; durante el año 1820, desde el punto de vista militar se produce la campaña del Magdalena, desde el punto de vista social se produce el decreto sobre la libertad de los esclavos y desde el punto de vista político el armisticio firmado entre Bolívar y Morillo; sin embargo, para Marx, «Pese a la gran superioridad numérica de sus fuerzas, Bolívar consiguió no conseguir nada durante la campaña de 1820». Según Marx, la campaña de Quito y la batalla de Pichincha se ven así: «La campaña que terminó con la incorporación de Quito, Pasto y Guayaquil a Colombia, fue nominalmente dirigida por Bolívar y el General Sucre, pero las escasas victorias conseguidas por el ejército fueron totalmente obras de oficiales británicos, como el coronel Sands».

El Congreso de Panamá es visto por Marx como un deseo de Bolívar para «la integración de toda Sudamérica en una república federal con él como dictador». La percepción de que Bolívar sólo perseguía su interés, se resalta en estos párrafos dedicados a narrar el Congreso de Ocaña: «convocado por Bolívar con la intención de modificar la constitución en beneficio de su poder».

Hoy, frente al sincretismo chavista que pretende nexos de unión entre las ideas de Bolívar y la concepción marxista, se me antoja pensar que, entre otras por razones cronológicas, Bolívar no hubiera podido ser marxista, pero que tampoco Marx hubiera sido bolivariano.

Carlos Eduardo Gómez

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